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Para el fin de año

«Ya es un hábito, y más que un hábito, una tradición idiosincrática, que para despedir el año viejo y celebrar el nuevo año el plato más consumido sea el puerco o lechón asado… ¿Por qué?»

Autor:

JAPE

Manipulado por el jabalí Pumba, su amigo Simba, el Rey León, convocó a una reunión sumarísima en lo más intrincado de la jungla. Previamente el equipo de Seguridad Animal y el Consejo de ley de leyes de la selva dejaron sin efecto el acápite de la cadena alimentaria durante el tiempo que durara el importante mitin, certificando que nadie se comería a nadie y se respetaría la presencia física de todos.

El principal y único punto de dicha convocatoria versaba sobre la pregunta: ¿qué comeremos el fin de año? Con sabias palabras el reconocido monarca presentó el tema: «Ya es un hábito, y más que un hábito, una tradición idiosincrática, que para despedir el año viejo y celebrar el nuevo año el plato más consumido sea el puerco o lechón asado… y yo, al igual que mi amigo Pumba, aquí presente, nos hacemos una pregunta: ¿Por qué?».

—¡Porque siempre fue la carne más abundante y más barata en los mercados!, aseguró la cebra.

—¡Pero ya no es así!, testificó Pumba y agregó: Todos sabemos que la carne de cerdo ya compite con otros manjares como la langosta, la caguama y la carne de vaca, tanto en precio como en presencia.

Se hizo un silencio momentáneo que interrumpió el pavo:

—¿Y por esa razón nos hemos reunido? Qué manera de perder tiempo. Desde hace muchos años, el plato acostumbrado en la mesa el 24 de diciembre es el pavo, y nosotros nunca hemos protestado.

—¡Eso les pasa por guanajos!, se escuchó decir a una voz desde el fondo del quórum, seguida de una trompetilla y risas hilarantes.

El elefante llamó al orden, con consentimiento del león, y expuso su opinión:

—Yo estoy de acuerdo con lo planteado por su majestad. Son tiempos modernos, de cambios y, sobre todo, de acentuar la democracia: ¿por qué tenemos que reiterar una y otra vez, años tras año, el mismo puerco cuando tenemos en abundancia y valía otros manjares, incluso con mayor nivel proteico?

Sin nadie saber la razón, rompió a llorar el cocodrilo. Simba lo miró con cierta ira y lo regañó:

—¡Déjate de lágrimas hipócritas! ¡El elefante tiene razón! Tenemos una inmensa variedad de carnes en nuestro entorno: desde la pequeña jutía, pasando por el escandaloso chivo, el temeroso ciervo, el fuerte ñu, y la veloz avestruz y la elevada jirafa. ¿Entonces por qué insistir en el cerdo, con lo dañino y asqueroso que es?

Pumba comentó algo al oído de su amigo Simba, y este agregó:

—¡Claro está, con el respeto y aprecio que los puercos se merecen! Pumba sonrió.

Desde una piedra, un hermoso y robusto pelícano pidió la palabra:

—Yo propongo que el fin de año cenemos un buen pescado.

Un silencio total se apoderó de la reunión. Solo se escucharon algunas risas solapadas a modo de burla.

El león hizo caso omiso a la intervención y los comentarios. Pidió otras opiniones. Alguien propuso comer conejo, quien a su vez dijo que mejor comieran gato: «Es bastante parecido y su población mundial ha crecido luego de su casi extinción en los años 90…». El gato sugirió que podían festejar con un buen perro a la plancha.

—¡En muchos países asiáticos la carne de perro es muy cotizada!, expuso el minino.

Simba aseguró que esa costumbre regional había entrado en desuso. La idea del gato no le pareció prudente, además, por asuntos religiosos.

—Eso ya me lo esperaba, protestó la hiena con la sorna que la caracteriza. ¡Ahora los perros son intocables, desde que se retrataron con el rey!

—¿Simba se hizo una selfie con un perro?, preguntó despistada la jicotea.

—¡Mija, tú siempre en las últimas! Tienes que salir del riachuelo ese en que vives y navegar en las redes. ¡Viaja para que estés informada como yo!, le respondió una vistosa cigüeña.

Otras propuestas surgieron, incluso la de un pequeño canario que convocaba a que todos fueran veganos. El tigre lo repudió enérgicamente. Un magnífico toro, reconocido en la selva como el más guapo de todos los animales de la granja, pidió la palabra:

—Todos ustedes conocen mi valor comprobado, mi ética y mi viril comportamiento. —Se escucharon comentarios de aprobación. Yo estoy dispuesto a romper con algunos de estos cánones en aras de contribuir a que se encuentre una solución que satisfaga a todos. Propongo que el fin de año tomemos sopa.

Las palabras del toro, que habían creado una creciente expectativa, poco a poco fueron arrancando expresiones de aprobación y consenso. Parecía que finalmente habían encontrado una feliz solución de anuencia colectiva. Pumba bailaba delirante. Su danza fue interrumpida por una voz chillona que pidió la palabra e inmediatamente cuestionó:

—¿Y de qué va a ser la sopa?, preguntó la gallina.

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