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A mano tengo una novela sobre la muerte de Carlos Manuel de Céspedes en San Lorenzo. Y me parece atinado el empeño del narrador Hugo Chinea (Sancti Spíritus, 1939), distinguido en lo particular por su apego a lo que podríamos llamar literatura de campaña.
La historia de nuestros libertadores más bien compone novelas sin libros, solo con acciones y gestos. Sin embargo, la literatura actual de nuestra patria debería también nutrirse con temas como Los últimos ocho días del Presidente, publicada por la Editorial Capitán San Luis, en 2018.
Desde luego, no podemos decir que de la muerte del Padre de la Patria se podría escribir como del ingenio Demajagua. Se requiere un domesticado oficio narrativo y una aguda conciencia patriótica para pasar la prueba sin suscitar suspicacias. Chinea es ducho en abordar esos escenarios serranos. Sabe adecuar la expresión al medio. Se curtió como escritor y combatiente en las montañas escambraicas, durante la lucha contra bandidos, según atestiguan sus títulos Escambray’60, 1969; Contrabandidos, 1972; y Los hombres van en dos grupos, 1975.
Su hoja de escritor honrado lo acredita para acometer una especie de novela policial sobre la caída de Céspedes, detrás de la cual hubo propósitos criminales, según pretende este libro de trama ficcionada.
Por lo tanto, hay, como mínimo, tres gestos de audacia: escribir una especie de historia policiaca con un acontecimiento capital de nuestra Historia; poner en foco la vida en campaña de Céspedes; y plantear el factor conspirativo en la caída del Presidente recién depuesto.
Aunque la crónica de aquellos días no varía en su esencia, el lector la ve discurrir como una trama enigmática que lo atrae y lo unce a la peripecia de los personajes en los años primeros de la contienda de los Diez Años.
Como juicio definitivo, Eusebio Leal le reconoció al autor en la contraportada: «Has llegado a entretejer los resortes de la ficción(…) sin que por ello se traicione la historia».
