Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Otro orgulloso símbolo de Cuba

JR interroga a Ethiel Faildesobre lo que se siente cuando se integra una delegación en representación de la cultura cubana, como la que ha estado actuando en el Kennedy Center

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

«Un honor inmenso», responde desde la distancia —vía correo electrónico— Ethiel Failde, cuando JR lo interroga sobre lo que se siente cuando se integra una delegación en representación de la cultura cubana, como la que ha estado actuando en el Kennedy Center. «Este proceso empezó hace ya casi tres años, pero para nosotros el momento de “fuego” pasó sin saberlo apenas», cuenta al diario el joven flautista y director de la Orquesta Failde.

«Fue justamente en junio del pasado año,  que en la Sala White (otrora Liceo Artístico y Literario de Matanzas, el lugar donde Failde dio a conocer su Las alturas de Simpson ante la clase alta de la época), un templo para la historia del danzón y de mi ciudad natal. En ese momento no sabíamos que dentro de la comitiva que acompañaba a la Jazz Band de Harvard estaban las dos principales organizadoras del evento, de quienes recibimos el anuncio de nuestra participación a las pocas semanas. Desde ese momento comenzamos a sentir sobre nuestros hombros la responsabilidad de representar a la juventud, a nuestras escuelas de arte y a la música popular cubana, en especial al danzón y sus géneros derivados».

—¿Cómo funcionó la Failde en el Kennedy Center?

—Me gusta ese término: «funcionó». Desde la mismísima jornada inaugural, cuando pisamos por primera vez el escenario del Eisenhower, a pesar de los nervios y de las dificultades con el sistema de referencias, notamos el gusto de la gente y su sorpresa por nuestra juventud. El público enseguida se puso de pie y ya sabíamos que la química y tantas horas de ensayo habían funcionado. Imagínate que fuimos por cinco conciertos y cerramos con nueve dentro de las instalaciones del Centro Kennedy, a los que se sumaron otros dos organizados por nuestra Embajada. Estuvimos en el Eisenhower, como ya te mencioné, pero además animamos todas las Noches Cubanas en la Terraza, nos presentamos en tres oportunidades en el Millennium Stage y visitamos la Escuela sin Muros, para ofrecer un concierto didáctico a niños de la capital estadounidense. Creo que una de las claves para ese éxito fue la amplitud de nuestro repertorio, que es algo que también nos caracteriza en las presentaciones que realizamos en Cuba, y es que vamos del danzón a la timba, con la misma energía.

—Algunos (tal vez los más jóvenes) ven extraño que la música que los represente en la cita sea el danzón...

—La embajada cultural cubana para este festival es tan amplia en materia musical que cualquiera puede encontrar más de una tendencia con la cual comulgar, algunas más o menos de moda. Dentro de ese mosaico nosotros representamos la actualización de una tradición que es motivo de orgullo para cualquier cubano, sin importar la edad. Para ser un chispazo de tierra en el mar, Cuba ha aportado una gran variedad de géneros musicales, algo que no parece concordar con su cantidad de habitantes. Hemos puesto a bailar al mundo con el danzón, la rumba, el son, el bolero, el mambo y el chachachá, eso nadie puede negarlo, y el cubano que no se sienta orgulloso de eso, que se revise.

«Ya los más enterados quizá sepan que el danzón, que hoy acumula más de un siglo, fue iniciado por un joven matancero de 26 años y vean hasta como un símbolo que otro Failde, con igual edad, vaya al frente de su orquesta a un evento de este tipo».

Y en Cuba, ¿cómo han ido sumando a los más nuevos, o eso sigue siendo una tarea pendiente?

—Creo que el objetivo no es recolocar el danzón en el hit parade de la radio y la televisión. La idea tiene que ser que los jóvenes conozcan e incluyan dentro de la banda sonora de sus vidas y sus matrices culturales la existencia de estos géneros, que no por gusto han permanecido vivos por tantos años.

«Queda mucho por hacer, sobre todo en la promoción y visibilidad del danzón y sus géneros derivados, hay que vestirlos del siglo XXI, utilizando la seducción de las nuevas tecnologías y aupando a sus principales cultores. Este es un tipo de música que se debe proteger, pero no únicamente desde una visión de museo o como atractivo turístico (ambas visiones muy válidas, por cierto), sino por su carácter popular, por su presencia en la vida de nuestro pueblo y por los valores que reproducen. Se necesitan estrategias, recursos, pensamiento y acción.

«Ahora bien, en el caso concreto del danzón y sus derivados, se necesitan más orquestas, más jóvenes compositores, más eventos, más espacios en la radio y la televisión, más bailadores. Tenemos que sumar muchos más. Siempre insisto en el papel de la escuela y de los instructores de arte que están más cerca de la comunidad e inciden en los gustos de los niños desde edades muy tempranas».

—¿Por qué géneros como el danzón o el mambo siguen siendo tan exitosos fuera de nuestras fronteras y en Cuba se ven como algo anticuado?

—El tema da para una tesis doctoral o más. Yo apenas comparto algunas ideas. En Cuba se crea mucha música, el nivel de nuestros músicos profesionales es altísimo, la cantidad de agrupaciones es sorprendente, así que es normal que la maquinaria se acelere tanto y algunas tendencias pasen muy rápido, aunque hay matrices que se mantienen: la rumba, el son; lo bailable, por ejemplo. Existe un desfasaje entre lo que se escucha dentro del país y la imagen que el mundo tiene de nuestra música. En el planeta está de moda la desmemoria y los facilismos han inundado el arte por la puerta de entrada que han significado las nuevas tecnologías. Eso también se siente en Cuba. La promoción cultural requiere de muchos recursos para proyectar y reconocer la práctica de diferentes grupos humanos, los que más aportan a una visión de la cultura nacional verdaderamente popular, significativa en términos espirituales y descolonizadores.

«En México, por ejemplo, me sorprende la autonomía de la comunidad danzonera para organizar eventos, academias y multiplicar los efectos espirituales y hasta terapéuticos del baile sin depender de fondos públicos. Es una experiencia que debemos mirar con detenimiento.

«Los responsables de la programación cultural deberían preguntarse con frecuencia en cuántos lugares se puede bailar este tipo de música y si el precio de entrada es accesible para una persona de la tercera edad o para un salario normal».

—Del (los) sueño(s) que te llevó a fundar la orquesta, ¿qué queda pendiente?

—Mucho, y me gusta que así sea. Uno que no me deja dormir, como descendiente directo de Failde, es que el autor de Las alturas de Simpson sigue apareciendo como creador de ese único tema, porque no se ha grabado ni difundido casi ninguna otra obra de su catálogo. Es una deuda que pretendemos saldar con cada disco de la agrupación, pues nos hemos propuesto incluir en ellos al menos un tema del «Rey del Cornetín».

«Nos impulsa otro sueño: el deseo de que en cada concierto de la Failde se produzca un abrazo de generaciones, que los jóvenes de cualquier edad (de la primera o de la tercera) encuentren en nuestro repertorio algo que los seduzca, los haga bailar o disfrutar del modo que sea».

—¿Algún disco en producción?

—En junio comenzamos a grabar dos discos, uno de ellos respaldando a Omara Portuondo en un homenaje a Benny Moré, pues en 2019 estaremos recordando su centenario. Ahí estarán los clásicos de su repertorio con nuevos arreglos. El otro se convertirá en el segundo de la orquesta, que ya cumplió seis años en abril. Este material será más polivalente, para mostrar todo el potencial de la Failde, pues además de los danzones y danzonetes, incluiremos mambo, chachachá, son y algunos temas más timberos, esto último sin arriesgar demasiado nuestro sello. Habrá varios estrenos e invitados.

—Volviendo al tema de la actualización del género, ¿cuál es la estrategia de la Failde?

—La Failde puede asumir los grandes clásicos del género y lo hace para complacer al público más ortodoxo, bailadores y melómanos. Pero nuestra visión es recontextualizar, actualizar, presentar esa música a los jóvenes de hoy y hacer que se mantenga dentro del ambiente sonoro de la Cuba del siglo XXI. Hacer, desde las letras, la crónica de estos días; en los arreglos sorprender, fusionar con armonías y recursos contemporáneos; lograr en escena un performance poderoso, alegre, colorido.

«En el Encuentro Internacional Danzonero miramos la forma de bailar y hacer música de los mexicanos, para aprender lo mejor de ellos sin traicionar nuestras esencias, potenciamos el diálogo al interior del movimiento danzonero cubano para buscar consenso en torno a aspectos que merecen reconsiderarse; uno de ellos, el vestuario. Yo creo que es un obstáculo el código de vestuario tan cerrado, se puede ser elegante sin parecer un maniquí del siglo pasado; para bailar danzón no hay que disfrazarse, tampoco hay que dar paso a la vulgaridad, por supuesto.

«Más que una estrategia son apenas algunas ideas, yo hago lo que puedo como músico, bailador de danzón y promotor cultural; mi motivación me entró por los pies, se verificó en la sangre y mi herencia familiar, y ya la asumo como un compromiso con todo mi pueblo y con los seguidores de esta música en todo el mundo, particularmente en México. Además de la orquesta y la organización del Encuentro Internacional Danzonero, conduzco un programa de radio binacional que se transmite cada sábado por Radio Taíno y Radio Más, de Veracruz, produzco música, incentivo el diálogo todo el tiempo desde mis redes sociales; sé que el danzón merece más, pero confío en que somos muchos aportando a esta causa y pasión común, que es, a fin de cuentas, la música cubana».

—Has dicho: «En Matanzas es donde único me siento en paz», pero te encanta meterte en el alboroto del mundo.

—El mundo necesita el sano alboroto de las buenas causas y la buena música. La primera gira de la orquesta el pasado año a México, este capítulo en Washington y las presentaciones que estamos organizando en África para los próximos meses, son un incentivo y nos ayudan a dar una dimensión internacional a nuestro trabajo, al tiempo que representamos los sonidos de nuestro país; pero mi casa, mi kilómetro cero, el lugar donde cargo las pilas, es Matanzas, esa ciudad de 325 años y miles de emociones. Allí nací, aprendí a bailar danzón. Allí me espera siempre el alma de mi madre, mi tesoro mayor, una gran mujer que dio siempre lo mejor de sí para que mi hermano y yo fuéramos los hombres que somos hoy. Sigo viviendo en mi casa natal, en el barrio de Simpson, no tan «en las alturas». Están mis recuerdos, las calles que puedo desandar a cualquier hora, la gente que por haberme visto crecer tiene el derecho de exigirme: mis vecinos, mi familia adoptiva.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.