La novela. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 06:38 pm
Finales de los años 80. La nevada cae indiferente sobre Alia. Está acostumbrada al frío desde que la castigaron en la infancia. Yo nunca fui esa niña/ que mira tras la ventana/ caer los copos de nieve/ más bien soy un copo de nieve/ que ve a una niña en la ventana/ y piensa que soy yo. La muchacha vaga por las callejuelas del submundo moscovita con una sola preocupación: vpiska (albergue). Se lo pedirá al primer amigo hippie que aparezca.
Tal vez la palabra «vaga» resulta un poco imprecisa. La joven no toma un simple paseo nocturno. Aclaremos que Alia es una adolescente, intentó suicidarse el año pasado y hace meses dejó su hogar en Leningrado. La joven se encuentra en la más absoluta soledad, en una urbe que se la traga, irremediablemente, sin más horizontes que la delgada línea del anochecer.
El transcurrir de este personaje resulta el hilo conductor de la novela Ánima fatua (Letras Cubanas, 2012), de Anna Lidia Vega Serova, cuyo estremecedor realismo provoca una empatía automática. La narración predominante en primera persona aporta tal verosimilitud, que por momentos el relato parece una confesión autobiográfica. Ciertas «coincidencias» sostienen la suposición...
Ambas mujeres —autora y personaje— nacen en San Petersburgo (antiguo Leningrado), hijas de cubano y soviética. Las dos estudian artes plásticas y, en algún momento, regresan a la tierra del padre en busca de la identidad difusa. Este recurso solo aumenta el placer de la lectura, pues, mientras transcurre la trama, nos sentimos fisgones ante la vida ajena, alucinados por una realidad desgarradora, adversa, donde una Alia asfixiada por el entorno familiar afirma que la máquina de coser de mi madre/ tiene un panal sin miel/ solo abejas.
En Ánima fatua convive un universo de personajes-monstruos. Cada carácter posee traumas y deformaciones que lo hace infeliz con su existencia; pero el malestar no los inmoviliza, sino más bien los impulsa a arrastrarse —a veces caóticamente— en una sociedad decadente y corrupta.
Mediante los hechos narrativos, la protagonista nos conduce por el bajo mundo de las principales ciudades de una moribunda URSS: Moscú, San Petersburgo, Riga, Kiev, Odessa y numerosos pueblos que constituyen el escenario de la novela. En ellas se constatan, a nivel microsocial, el proceso degenerativo del sistema social entonces imperante.
La autora retoma en el volumen algunos pasajes de su producción literaria anterior. Escenas de cuentos de Bad Painting (Premio David, 1997), Catálogo de Mascotas (1999) y Limpiando ventanas y espejos (2000) se hilvanan en la obra con las peripecias de esta antiheroína urbana. El «préstamo» ofrece una sensación de continuidad y cierre con los relatos previos, generando un efecto de familiaridad en el lector.
A pesar del universo burdo y deliciosamente sin sentido donde se desarrolla la acción, siempre queda espacio para los bellos sentimientos, como el amor, el desprendimiento y la satisfacción. Igual que en la vida misma. Tal vez esos sean los asideros de Alia, y de las muchas Alias reales que vagabundean por las calles. El personaje literario, al menos, encuentra su anclaje en el pasado, en los recuerdos de una lejana isla del Caribe, donde, aún, «sobreviven las nubes de su infancia».