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Los cubanos siguen poniéndole sandunga al XVIII Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. La delegación destaca por ser una de las más entusiastas y bulliciosas. Por dondequiera que pasa arma lo suyo. Fíjese si es así que en nuestro stand la música popular bailable no deja de escucharse. Van Van a todo volumen, la costurera cosiendo a sus anchas. Quien se acerca no puede ignorarlo, tiene que ver con lo que allí sucede. Se organizan de improviso ruedas de casino, las cuales resultan bien sorprendentes para amigos de otras latitudes, especialmente europeos y asiáticos, que se ríen mientras disfrutan la soltura criolla. Algunos nos miran con ojos de asombro y preguntándose: «¿Cómo se aprenderá ese movimiento?».
Y hablando de movimiento: aquí las noches son tan dinámicas como el día. Ya le vamos cogiendo el golpe al frío. Aquí no se para, muchos hasta nos disponemos a descansar menos de lo acostumbrado. Apenas se duerme un rato por la madrugada. Y es que no es fácil tampoco acostarse sabiendo que Tony Ávila tiene armado su «timbiriche» musical y quiere que todos le acompañemos. Eso ocurre ya entrada la noche. Por cierto, Tony fue el primero en tocar aquí los tambores, casi que al mismo ritmo que Laritza. Resulta que en la inauguración, los cubanos estuvimos bien cerca de los argentinos, quienes llegaron con tremenda algarabía. Pero qué va, a aquel ritmo le faltaba algo. Fue entonces cuando, solidariamente, el músico les pidió el instrumento para demostrarles lo que era una conga cubanísima. Y ya ustedes podrán imaginar la que se formó. Hasta Chacho y Chicha acabaron meneándose.
Hay una mesa de dominó en la villa, y varios de nuestros artistas intentan no pasarse con fichas. Eduardo Sosa parece ser uno de los de mejores aptitudes. Y como él, muchos delegados hacen la colita para pasarla bien, exclamar por Cuba y pegarnos con el doble nueve en este ambiente de Festival.
