El más reciente CD de la cantautora, Naranjo en flor, está dedicado al tango. Autor: Roberto Suárez Publicado: 21/09/2017 | 05:24 pm
Afirma Liuba María Hevia que su reciente CD, Naranjo en flor (sello La Ceiba, Oficina del Historiador de la Ciudad), debió ser en realidad el primero, teniendo en cuenta su pasión por el género porteño que ha sido definido como eso «que viene de lejos a acariciar los oídos/ como un recuerdo querido con melancólicos dejos», al decir de uno de sus grandes cultores, Enrique Cadícamo.
Aprovechando la salida del disco, la cantante realizó un concierto único en el capitalino teatro Mella, donde expuso la totalidad de su contenido, mientras en el vestíbulo del coliseo pudo adquirirse el fonograma.
Liuba llevó a cabo una rigurosa y representativa selección de tangos, entre muchas que pudieran hacerse con ese «rumor de Buenos Aires» que, pariente de nuestro bolero, emite la desgarradura del amor traicionado, la concepción trágica del mundo, la nostalgia y el sabor a derrota que, aun así, redobla fuerzas para el canto.
Encontramos entonces algunos de los clásicos de Gardel y Lepera, acaso los más conocidos de entre las duplas de músicos y poetas asociados para concebir esas piezas, pero también estuvieron otros que, sin serlo tanto, aportaron verdaderas maravillas (Lucio Demare/Homero Manzi; Héctor Stamponi/Cátulo Castillo; Hermanos Expósito….); no faltó el llamado «tango sinfónico», que trajo, en la presencia de Astor Piazzolla (unido al cineasta Pino Solanas, o con Horacio Ferrer) una verdadera revolución armónica, sin olvidar a algunos pocos solistas en esto de la composición, verdaderos genios que «parían» letra y música (Santos Discépolo, o el reciente Osvaldo Montes, a propósito, cercano colaborador del disco).
Liuba tuvo el cuidado de acercarnos, sin embargo, dentro de una presencia mayoritariamente androcéntrica —no olvidemos la raíz machista, pese a su confesa fragilidad ante el zarpazo de las «ingratas», del tango mayoritario— la impronta nada desechable de la mujer, en las firmas ilustres de María Elena Walsh o Eladia Blázquez.
El CD rezuma organicidad y coherencia, tanto desde el punto de vista orquestal (con un piquete «todos estrellas» que hizo lo suyo en cada obra) como en la interpretación sentida y delicada de la cantante, que puso su lectura personal de cada autoría y cada individual canción; recordemos que no basta un timbre «tanguero» para lograr autenticidad y elegancia, sino afinación, interiorización, sensibilidad, tríada que consiguió Liuba con creces, lo cual nos llega nítidamente gracias a la mezcla de Orestes Águila, también responsable de la grabación, junto a Rebeca Alderete.
La cita en el Mella resultó una perfecta gozada tanguera, pues contó no solo con un repertorio jugoso y representativo de varios estilos y momentos del género, sino con la conversación amena de Liuba (quizá solo haya que reprocharle el pedir tantos aplausos); con la mayoría de los músicos que participó en el fonograma (se echó de menos acaso el sustantivo bandoneón de Walter Ríos o la guitarra de un convaleciente Jorge Chicoy)... Sin embargo, los que estuvieron sacaron la cara por el resto con seriedad y real virtuosismo (el piano de Miguel Ángel de Armas Junior, el bajo de Arnulfo Guerra, la batería de Pablo José Ordaz, el violín de Ariel Sarduy, el arpa de Anaisa Núñez…) amén de varios invitados: un pianista-maestro que ha acompañado a la Hevia, y a tantos de sus colegas, desde sus inicios, Juan Espinosa, quien lució una vez más su clase; así como la guitarrista Rosa Matos, quien lanzó una sui géneris versión de Adiós Nonino, el clásico de Piazzola.
Hubo algunos problemillas de audio (que impidió llegara en toda su fuerza, digamos, la ejecución de esa concertista) mientras el hecho de que la escenografía consistiera prácticamente en la ausencia de ella al mostrarse el escenario desnudo, atentó casi siempre contra los performances de los actores (de El Público y varios colectivos), quienes se perdían literalmente en los fondos. Valga resaltar, no obstante, el Volver final, o la participación de Osvaldo Doimeadiós en otro célebre Piazzola: Balada para un loco.
Justa y sobria como tocaba, en el CD, la actuación de la excelente actriz Broselianda Hernández en el teatro no resultó así, por el contrario, estuvo desmedida y sobreactuada en un tango que, siendo dramático y tremendo per se (Los mareados, de Cobián y Cadícamo) rechaza excesos y énfasis; tal fue el caso.
El concierto de tangos de Liuba María Hevia, calzando su precioso CD Naranjo en flor, invita a nuevos reencuentros, a selecciones otras, a colegas suyos que, como dijera ella, debieran animarse a incursionar en el género para que ese aromático árbol de los desengaños y las penas siempre esté, paradójicamente, floreciendo.