En esta obra su autora Zuleica Romay aborda el tema de los prejuicios raciales y sus similitudes en los países de la región, unidos por una historia común. Autor: Calixto N. Llanes Publicado: 21/09/2017 | 05:17 pm
Todavía no ha conseguido disfrutar del todo el haberse agenciado uno de los premios literarios más relevantes del mundo, el Casa de las Américas. Debe estar a punto de la «locura», en medio de la «esquizofrenia» que representa organizar y llevar a buen término la edición 21 de la Feria Internacional del Libro (FIL).
No cuenta ni con el tiempo para darse «terapia» con el sonido que emana del roce seguro de las yemas de sus dedos sobre las teclas de una computadora. Porque escribir, confiesa, le ayuda extraordinariamente a soportar las tensiones del trabajo, que siempre son muchas.
«Uno sabe que hay un sinfín de cosas que dependen de ti, de tu buen juicio, entrega, capacidad de respuestas; de la seriedad con que te tomes los problemas y las preocupaciones de los demás. Y esas tensiones, más las domésticas que invaden a todas las amas de casa, tiendo a “aliviarlas” escribiendo. Escribir y leer me auxilian para compensarlas».
Zuleica Romay, presidenta del Instituto Cubano del Libro (ICL), tiene una agenda demasiado apretada como para detenerse en sí misma… Innumerables presentaciones de libros, coloquios, homenajes a escritores, entregas de premios... le ocupan casi todo su tiempo, aunque en un inesperado momento de «debilidad» decide compartir del poco que le queda con los lectores de JR.
—Después de 21 años, la Feria Internacional del Libro continúa como el evento cultural más importante que se desarrolla en todo el país. ¿Cómo lo explica?
—Admitiría que el más masivo, pero no exactamente el más importante, aunque sí diría que es el más trascendente, porque involucra a la mayor cantidad de personas. Es de esos que logra todavía hacer congeniar a las diferentes generaciones que conviven en un mismo núcleo familiar. O sea, hoy los adultos y los más jóvenes, a la hora de apreciar el arte, empiezan a distanciarse en sus gustos musicales, preferencias cinematográficas, en sus códigos visuales y de información referencial. Sin embargo, percibo que con el libro las distancias son menores. Todavía hay abuelos y nietos, padres e hijos, que leen los mismos textos, y este evento consigue visibilizar esas armonías, esas cercanías.
«Que sea el más masivo tiene una lógica: la primera gran prueba que dio la Revolución de que la cultura sería una presencia permanente en la vida de los cubanos fue, precisamente, con el libro. La Campaña de Alfabetización resultó la gran transformación inicial que se realizó, con todo el pueblo, después del triunfo de 1959. Por eso, a pesar de que en la actualidad el libro pierde espacio en la repartición que la gente hace para el disfrute de su tiempo, sigue conservando ese halo mágico.
«En el período de la Feria, hallo vecinos míos a quienes veo cargados de libros. Después no me los encuentro leyendo en el parque, ni con ningún volumen debajo del brazo cuando nos tropezamos en el elevador. ¿Se los leerán? Ya sabemos que a veces estas compras obedecen a impulsos en medio del entusiasmo colectivo. Pero hay algo innegable: si los adquieren demuestra que reconocen su valor. Me han dicho: No sabemos cuántos ejemplares se quedan en los libreros, en los anaqueles, en las mesas como objetos decorativos, esperando a que alguien se los lea. Y siempre les respondo: El destino de todo libro es ser leído. El comprado para no leerse termina regalado a otra persona que sí se lo lee.
«En Cuba, a pesar de que existen imágenes de éxito a veces bastante alejadas de los objetivos de enriquecimiento espiritual que persigue la cultura, todavía ser una persona “leída y escribida”, como decía mi abuela, otorga cierto estatus social. Esa combinación de factores históricos, culturales, psicológicos, hacen que la Feria sea un evento masivo, y realmente trascendente».
—¿De qué manera el ICL concibe su plan editorial?
—Desde el año 2000, a pesar de las dificultades económicas, el país ha mantenido el esfuerzo de destinar un financiamiento central para la producción de libros con vistas a la Feria, en su alcance nacional. Así, hacemos una convocatoria donde participan todas las editoriales cubanas, proponiendo proyectos: libros, estuches de postales, materiales didácticos..., que analizamos sin paternalismo. A la del plan editorial de 2011 respondieron 31 editoriales, de las cuales solo siete pertenecen al ICL. Las 24 restantes son responsables del 50 por ciento de los textos que vemos ahora. Pero todas son conscientes de que cuando no sean capaces de gestar libros con valores culturales, atractivos, interesantes, que ayuden a enriquecer espiritual e intelectualmente a las personas, tendremos que hacer una producción minoritaria, porque el dinero del país solo se puede destinar para concebir los mejores proyectos posibles.
—La gestión editorial es uno de los talones de Aquiles...
—La gestión editorial constituye todavía un gran reto. Hubo una época en que, insistiendo en la necesidad de superación profesional de nuestros editores, hicimos demasiado hincapié en los aspectos técnicos, cuando este profesional, que debe combinar una cultura sólida, una perseverancia a prueba de obstáculo, no puede perder, de ninguna manera, su instinto para descubrir talentos y libros, incluso en aquellos cubiertos por la hojarasca.
«La gestión editorial resulta una asignatura pendiente. No creo que la tengamos suspensa, pero tampoco con buena nota. Sobre todo cuando se trata de la literatura extranjera. Si bien el Sistema de Ediciones Territoriales (conocido popularmente como RISO) ha venido a ayudarnos más a hallar el talento en el campo literario nacional, no estamos suficientemente al tanto de lo que se publica en el mundo.
«Nos ayudará en el futuro —todavía es muy incipiente— que pensemos la Feria como un espacio para negociar, en el buen sentido del término. Nuestra Feria es tan diversa, tan grande, que los editores le dedicaban todo su tiempo a la promoción de la literatura, mientras los escritores extranjeros entraban y salían, y nadie se sentaba con ellos a conversar. Sin embargo, el pasado año conseguimos unos cuantos buenos acuerdos. Eso es significativo: que la Feria se convierta también en un momento de búsqueda, de gestación de nuevos proyectos».
Para no perder la guerra
El teléfono suena insistentemente, a pesar de que las actividades profesionales de la FIL ya concluyeron esa noche. Atrás habían quedado los abrazos de los ganadores de los Premios Calendario 2012. La sala Nicolás Guillén permanece desierta y silenciosa, por eso el timbre se torna más insolente. Hacemos una pausa, Zuleica se levanta y contesta con rapidez. Ahora regresa más «confiada», pensando que no tendrá que volver a hablar sobre su premiado libro Elogio de la altea o las paradojas de la racialidad. Por el momento, tiene razón.
—La RISO cumplirá 12 años el próximo 13 de agosto. ¿En lo adelante, hacia dónde se encamina ese proyecto?
—Ya la RISO está entrando en la adolescencia, y ahora muestra cierto nivel de consolidación, sobre todo en el equilibrio de los catálogos. Por supuesto, el principal reto que debió enfrentar fue en el orden técnico profesional: expandimos un Sistema de Ediciones Territoriales (SET) sin que en todos los lugares estuviesen las personas calificadas. No obstante, tengo la sensación de que por fin acabó con los inéditos en Cuba, en el sentido de que es muy raro ya que un autor valioso acumule textos que no ven la luz. También debo decir, que hubo una etapa en que resultó demasiado fácil publicar.
«A veces pienso que antes los escritores iban más despacio y le daban más tiempo a sus obras, las dejaban reposar, no se apuraban tanto. Ahora, encontramos magníficos autores de 30, 35 años, con muy buenos libros, pero también otros, que la mitad de su obra necesitaba un poquito más de cocción. Es como el pan: si lo sacas del horno antes de tiempo, se puede comer, pero no sabe igual.
«Creo que el SET está en una etapa de madurez, en un período de consolidación, incluso en cuanto a su perfil editorial. En verdad fue una idea extraordinaria de Fidel. Ahí están los jóvenes que ganan el Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillén, el Iberoamericano de Cuentos Julio Cortázar, algunos de los que han conquistado el Casa, quienes publicaron sus primeros libros en la RISO. Y ya hoy están tratándose de tú a tú con sus colegas de la generación precedente».
—Algunas críticas se dirigen a la cantidad de ejemplares y a la imposibilidad de que los títulos se muevan por todo el país...
—Eso todavía es cierto. La tecnología de la RISO no te permite imprimir más de mil ejemplares de un título, lo cual en Cuba es mínimo. Sobre todo para esos magníficos libros que tendrían una gran distribución nacional. ¿Qué hemos hecho para tratar de compensar eso? Primero le hemos dado la posibilidad a las editoriales de presentar proyectos en la convocatoria para el Plan especial. Asimismo, asumimos el financiamiento para realizar la tirada que satisfaga la demanda de los lectores, cuando se trata de textos muy buenos, con un determinado nivel de especialización, y conocemos que sería una locura hacer una producción demasiado grande. Pero ratificamos la vocación de la RISO, que se creó en función del talento creador del territorio, de descubrir nuevos escritores, de incentivar la producción intelectual y la creación literaria del territorio.
—En los tiempos que corren, de cambios cardinales en nuestra economía, ¿cómo se ve funcionando el ICL?
—Si tú supieras que hay cosas que se deben hacer y no son nuevas. El ICL todavía tiene que aprender a ser racional en la definición de las tiradas de los libros. Desde el 2011 comenzamos a conciliarlas con los Centros Provinciales del Libro (CPL). En vez de definirlas desde el Instituto, hacemos un proceso de consulta de las cantidades de ejemplares que se consideran apropiadas a partir de las características del territorio.
«En el plan del 2011, por ejemplo, no imprimimos libros que no tuvieran “dueños”. Quiere decir que si salen cinco mil ejemplares es porque la demanda de los CPL, del Centro Municipal de Isla de la Juventud y de la Distribuidora Nacional está sobre esa cifra. Lo que sí está claro es que no produciremos libros para el almacén.
«Considero que debemos aprovechar las ventajas que nos ofrecen los nuevos mecanismos de trabajo del país, para actuar, sin prejuicios, al estilo de todos los comerciantes del mundo: mover el inventario de un lugar a otro. Esos libros son los que se quedan cogiendo polvo en las librerías. Es una labor que no se notará de inmediato, pero, en dos o tres años el sistema del libro funcionará con un poco más de agilidad».
—Todo parece indicar que la gestión comercial se ha visto a veces como un tabú...
—En Cuba el libro nunca será mercancía en primer lugar, sino siempre en último. Lo que pasa es que nosotros no tenemos derecho a malgastar los recursos que el país dispone para que produzcamos los libros, y darnos el lujo de mantenerlos en un almacén. Por tanto, la gestión comercial hay que hacerla bien, no porque nos vayamos a convertir ahora en los mercaderes del libro, sino porque debemos aprovechar los recursos que se están sacando casi del torrente sanguíneo para que haya ferias como estas.
«En eso también hemos empezado un camino —es donde más atrasados estamos—, en aprender a manejar comercialmente los inventarios, en conectar la actividad de promoción con la comercial —algo que nos ha pasado por muchos años—. Nosotros, con esa pureza que tiene la gestión cultural en Cuba, de que lo más importante es el autor y su obra, muchas veces hemos intentado hacer la promoción sin importarnos si el libro se venderá o no. Esa es la verdad.
Yo tuve un profesor que decía que la política editorial termina en un mostrador, y es cierto. Usted puede tener el mejor catálogo editorial del mundo, mas si sus libros están en un almacén su política editorial es pura teoría. Para que sea política, la gente debe comprar el libro y llevárselo para su casa. Lo mejor es que se lo lea. Lo menos malo es que lo ponga en un anaquel hasta que venga alguien a pedírselo prestado.
«Nos ha costado entender que hacer acciones para que el libro se venda no es malo, sino nuestro deber. Sobre todo porque el filtro, las barreras, las exigencias de carácter ético no las estamos poniendo en el acto de la venta, sino en el momento en que decidimos publicarlo o no. Si esa decisión se tomó bien, entonces se tiene que hacer lo imposible por venderlo, porque, además, está llevando cultura, ideas, valores. En eso no hay ningún pecado. Preocuparnos por eso no nos disminuye. Por el contrario: nos hace más responsables».
—¿Cómo se está preparando el ICL para estos tiempos de bonanzas tecnológicas?
—El Instituto ha venido dando pequeños pasos. Este año propusimos en la FIL una oferta básicamente de libros y materiales impresos, pero también algunas multimedias, audiolibros. Y aunque todavía no hemos hecho nada con ellos, estoy felicísima de que contemos con nuestros primeros 30 eBooks. Nos estamos poniendo de acuerdo con distribuidores serios para promoverlos y comercializarlos. Creo que en un par de años estaremos ante un plan editorial que concibe también libros que se editan para distribuirse digitalmente. Es algo que ha llegado para quedarse, y que uno lo nota en la actitud de nuestros hijos, quienes pueden leer incluso hasta incómodamente sentados frente a la computadora. Entonces hay que tratar de ofrecerles lecturas que estén en esos soportes, que tan bien manejan y verdaderamente disfrutan.
«No creo que el libro haya perdido la batalla, y nunca perderá la guerra. Quienes trabajamos con libros debemos tratar de que la gente llegue a ellos por cualquier camino. Por ejemplo, en la librería Fayad Jamís contamos con un área de préstamos. Allí, por una modesta cuota mensual de 20 pesos —diez para jubilados y estudiantes—, las personas pueden pedir cuantos volúmenes quieran, y junto a eso hay una oferta de alrededor de 150 versiones cinematográficas de obras literarias. De modo que cada vez que alguien solicita un libro puede ver una película.
«Alguien me dijo: “Oiga, Zuleica, pero aquí hay personas que vienen solo por las películas”. Y le respondí: No importa, deja que empiecen por ahí. Una parte de ellos después vendrá por los libros”. O sea, no puedes renunciar a nada. Porque a veces la gente llega al libro motivado por el contacto con otros bienes culturales. El libro está en el origen de casi todas las manifestaciones del arte y la cultura. Bueno, debemos conseguir que también venga la gente de ellas hacia el libro».
Elogio a la virtud
El reloj continúa indetenible, y el tiempo, lleno de soberbia, no quiere comprender que aún quedan preguntas que quisiera hacer. Tampoco lo entenderá Ignacio, ese chofer maniáticamente impaciente, quien quizá, otra vez, decida que ya ha esperado bastante, rodeado de una terca oscuridad que a esa altura de la noche se niega a replicar el eco del concierto de la Plaza San Francisco, el cual aún anuncia que la Feria vive. Entonces, como disculpándome, le lanzo a Zuleica las interrogantes que no debieran faltar sobre el sonado reconocimiento literario que recién acaba de recibir.
—¿Se vio alguna vez con un Premio Literario Casa de las Américas en sus manos?
—Primero debo confesar que me gustan los concursos. Y segundo, casi siempre me quedo insatisfecha con lo que escribo. Entonces los concursos me sirven para saber qué piensan los demás de lo que he escrito. Antes había ganado otros premios, pero no con la importancia del Casa.
«Estuve trabajando Elogio de la altea o las paradojas de la racialidad por más de tres años, exigió de mí una divertidísima labor de terreno de alrededor de diez meses en los que salía a entrevistar a personas y hacer encuestas cuando podía; y dos años y medio de tecleo nocturno, de borra y vuelve a teclear, pero realmente lo disfruté mucho. Y si lo envié al concurso fue por esa misma inseguridad. Porque además es un tema muy complicado, que encuentra en Cuba a intelectuales muy versados. Complicado porque es muy multifactorial, porque se aborda desde casi todas las disciplinas de las Ciencias Sociales. Yo misma no sé cuánto tiene el libro de Historia, Sociología, Psicología social...
«De modo que determiné llevarlo al Casa, donde estaban convocando el Premio Extraordinario de Estudios sobre la presencia negra en América y el Caribe contemporáneos. Tomé una precaución para no pasar mucha pena: mandarlo con un seudónimo. Y así, si al final el libro era un desastre, que no se enterara mucha gente de que lo escribí yo. Y mira, ganó.
—¿Qué la motivó abordar un tema como la racialidad, que ha convocado a no pocos estudiosos?
—Realmente no soy especialista en ese tema, que han llevado estudiosos muy versados. Yo me he dedicado a los estudios de comunicación. Pero me di cuenta de que todo lo que está asociado a la racialidad en Cuba, como en todas partes, tiene un extraordinario soporte cultural, y una multitud de influencias de todo tipo. Una de las formas de sopesar el peso de los diferentes factores es verlo en el comportamiento de las personas.
«Si algo resulta novedoso en este abordaje es que traté de verlo desde la comunicación, del modo como las personas, a través de la comunicación, reflejan sus preocupaciones, identidades, desavenencias, y emiten sus mensajes sobre el asunto. Porque lo racial, sobre todo en el Caribe, trasciende la piel, tiene que ver con la forma en que las personas se ven y se comportan, con los atributos con los que quieren caracterizarse, con la muy rica tradición oral...
«Sí resultó interesante tratar de entender cuán complejos son estos asuntos vinculados con la identidad de las personas, ya sea racial, nacional o de género. Porque las personas están en un proceso de asunción o no de atributos y cualidades hasta el último día de sus vidas.
«Los procesos identitarios son muy difíciles de desentrañar, y cuando tienen elementos problémicos es complicado determinar cuáles son los que condicionan el comportamiento de los otros».
—¿Alguna ficción en el camino?
—No sé. Los compañeros que estuvieron becados conmigo en la Lenin fueron sometidos, durante años, a los más horribles cuentos y novelas que alguien pudo imaginar jamás. Por suerte me deshice de todos... Llegué a pensar que eso no era lo mío, entonces me dediqué al ensayo... Por ahora no se me ha ocurrido volver a la ficción. Por el momento, estoy suficientemente «escarmentada».