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Clarinada literaria

El 31 de marzo de 1959, pocos meses después de la victoria popular contra la tiranía de Fulgencio Batista, en la Isla se creó la Imprenta Nacional de Cuba Tintazos Ventana frente al mar La poesía te pone de cabeza cuando quiere Poesía de Manuel García Verdecia Leer, descubrir, imaginar Dylan Thomas ante el lector cubano Leer, descubrir, imaginar

Autor:

Juventud Rebelde

El 31 de marzo de 1959, pocos meses después de la victoria popular contra la tiranía de Fulgencio Batista, el Gobierno Revolucionario, mediante la Ley 187, creó la Imprenta Nacional de Cuba, estableciendo de esta forma las bases para la publicación masiva y sistemática de libros, folletos y revistas, en un país cuyo consumo per cápita de libros era hasta ese momento de solo 0,2.

Quedaba esbozado así, por primera vez en la historia de Cuba, el proyecto para un sistema editorial consecuente con una visión cultural nacional, aunque todavía no se contaba con personal calificado ni con los recursos materiales y talleres de impresión necesarios para alcanzar tal objetivo.

En marzo de 1960, los talleres de dos conocidos periódicos habaneros de la época (Excelsior y El País), se convirtieron en la primera unidad gráfica de producción de libros, para responder en lo adelante a las inquietudes culturales y educacionales más urgentes e inmediatas de la población cubana. En una asamblea de los trabajadores de la naciente Imprenta Nacional, el 15 de marzo del mismo año, intervino el Comandante en Jefe Fidel Castro, quien ofreció detalles del proyecto cultural y revolucionario que, además, se comprometía a garantizar que en esos centros de trabajo no se produjeran desplazamientos de personal. Adelantándose a las futuras tareas que debía asumir la Imprenta, el entonces Primer Ministro del Gobierno Revolucionario destacó: «Ahora los niños y sus padres leerán cien mil ejemplares y cien mil hogares tendrán bibliotecas, que antes eran un privilegio de los poderosos».

A partir de dicho proyecto surgió la feliz iniciativa de que el primer título que publicaría la Imprenta Nacional de Cuba fuera El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra, con el cual quedaría inaugurada la Colección Biblioteca del Pueblo, destinada a los clásicos de la literatura universal. Como señalara en 1979 el Doctor Armando Hart Dávalos, no resultó casual la selección de esa obra. «Al símbolo del personaje inmortal que encarna los más puros ideales humanos —subrayó Hart—, se unía la voluntad de reconocer como propio el patrimonio cultural de la humanidad y el homenaje a todo lo que de tesoro comunal unificador encierra nuestra lengua en la figura del más preclaro de sus escritores».

Ese mismo año de 1960, se imprimieron en viejas rotativas y utilizando papel de bagazo cubano (el resto del proceso se hacía manualmente), 400 mil ejemplares en cuatro tomos —cien mil de cada uno— de El ingenioso hidalgo..., con ilustraciones de Pablo Picasso y Gustavo Doré. La edición fue puesta a disposición del público lector a un precio simbólico: 25 centavos cada tomo. Le siguieron, también en tiradas masivas y a precios muy bajos, otras obras relevantes de la literatura universal (entre estas, poemarios de César Vallejo y Rubén Darío, y Canción de gesta, salutación poética de Pablo Neruda a la entonces joven Revolución Cubana), así como los millones de ejemplares de las cartillas y manuales que serían utilizados durante la exitosa Campaña Nacional de Alfabetización, en 1961.

En la actualidad, aquella edición en cuatro volúmenes de El Quijote representa una joya bibliográfica para quienes la conservan, no solo por las circunstancias en que vio la luz —primeros años del proceso revolucionario—, sino por su significado cultural e histórico.

Resulta oportuno destacar que hace aproximadamente dos años, al cumplirse el aniversario 40 de la memorable edición, el Instituto Cubano del Libro (ICL) puso en circulación en las bibliotecas públicas del país una edición facsimilar, con lo cual rindió justo tributo a todos los que de una forma u otra contribuyeron a su realización.

La Imprenta Nacional de Cuba constituyó una importante vía de difusión cultural, educacional y política durante su breve existencia (hasta abril de 1962). Al ser disuelta contaba con 75 unidades de producción en todo el país y un catálogo editorial que no podría ser ignorado en la historia del libro cubano en la Revolución.

Ya creada la base material poligráfica que diversificaría la política editorial de libros y de otras publicaciones afines, dio paso a la Editorial Nacional de Cuba —dirigida desde su nacimiento y hasta 1966 por Alejo Carpentier—, que desempeñó y amplió las funciones de la Imprenta Nacional hasta la creación el 27 de abril de 1967 (Ley 1203) del Instituto del Libro (hoy Instituto Cubano del Libro) y de su sistema de editoriales.

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