Mimada por el mercado español desde que, en 1991, fuera finalista del Premio La Sonrisa Vertical; consagrada internacionalmente cuando su novela Tú, la oscuridad fuera editada en los Estados Unidos y recibida con beneplácito por la crítica y, finalmente «descubierta» en Cuba, en 1991, por Emilio Jorge Rodríguez y Vitalina Alfonso, que dieron a la revista Casa de las Américas un cuento que después incluyeron en su antología Cuentos para ahuyentar el turismo, Mayra Montero es uno de esos raros casos de escritores en los que se conjugan el talento, el éxito y la autenticidad.
Mirta Yáñez la incluyó en el panorama de cuentistas cubanas contemporáneas que tuve el privilegio de realizar con ella en 1996 y que, bajo el título de Estatuas de sal reunió por primera vez a autores cubanos residentes dentro y fuera de la Isla.
Aunque reside en Puerto Rico desde la década del 60 y es «famosa» en el ámbito de la literatura hispanoamericana, los cubanos la conocemos ahora un poco más gracias a la labor que ha realizado la Editorial Letras Cubanas, en cuyo catálogo aparecen ya cuatro títulos de esta autora. El último, Son de Almendra, fue presentado recientemente en el Palacio del Segundo Cabo con la participación de la autora y estará a la venta durante la Feria del Libro de 2008.
Me gustó mucho esa novela sin pretensiones, en la que Mayra Montero hace gala de su capacidad de fabulación y rigor investigativo, al tiempo que utiliza un lenguaje preciso e ingenioso. Sé que algunos críticos, lectores y escritores la califican de light (lo que significa en el argot algo así como insulso o superficial). Opino que entretener es también una función de la literatura y que no todo lo denso y complicado es, necesariamente, profundo. Se puede ser ameno sin por ello pecar de tonto. Ese, para mí, es el caso de la novela de Mayra, reveladora, entre otras cosas, de una Habana que muchos parecen haber olvidado bajo el manto engañoso de la «nostalgia».
El cuestionario que les presento a continuación se fue y llegó vía correo electrónico, y con él intenté hacer hablar para ustedes a esta novelista sui géneris y no muy amiga de las teorizaciones, y recordar que aunque su autora se incluya, por propia voluntad, en el panorama literario de su país de adopción: Cuba y Puerto Rico son / de un pájaro las dos alas, como afirmara la poeta Lola Rodríguez de Tió.
—¿Cómo te acercaste a la literatura?
—Supongo que, como todo el mundo, a través de la literatura infantil.
«Recuerdo que siendo muy niña leía las vidas de los santos. Me encantaba esa parte en que a los mártires se los comían los leones. No se me entienda mal. No disfrutaba conque los leones se comieran a esas personas, sino que era la parte más emocionante de los relatos. Luego leí más o menos lo que leía todo el mundo en los años 60. Y oí lo que todo el mundo oía. Creo que la música que uno escucha también se reflejará, tarde o temprano, en la literatura que hace.
«Más tarde, con 12 o 13 años, empecé a escribir cuentos, supongo que malísimos. Y poemas peores todavía. No fue hasta que llegué a Puerto Rico que comencé a escribir “en serio”. Aunque ese primer libro de cuentos que me publicó el Instituto de Cultura Puertorriqueña, en la actualidad no me gusta nada».
—De todas tus novelas, ¿cuál prefieres y por qué?
—No sé, uno prefiere siempre la novela que está escribiendo, o la que acaba de publicar. Si no fuera así, ¿cómo remontar la novela que tienes entre manos? Es decir, si te gusta más la segunda, o la cuarta, y vas por la novena... Hay una contradicción peligrosa, ¿no?, siempre te tendría que gustar más la última. Sin embargo, puedo decir que les tengo mucho cariño a Como un Mensajero Tuyo y a El Capitán de los Dormidos.
—¿En qué medida te sientes una escritora cubana y qué tienes en común con las que escriben actualmente en la Isla?
—Soy cubana porque nací y crecí allí. Pero en Puerto Rico he vivido muchos más años, aquí me desarrollé como periodista y escritora; soy puertorriqueña en muchos sentidos. Es muy difícil contestar eso de lo que tengo en común con los escritores que escriben dentro de Cuba. Mi territorio literario es otro. Pero es otro, también, con respecto a los escritores puertorriqueños. Yo creo que nacer en el mismo sitio a los escritores los define simplemente en la cosa geográfica, que si vamos a ver no es tan importante. Puede que compartan un mismo escenario para la ficción. Pero luego cada uno tiene su particularidad, su temática, su estilo. Me rompo la cabeza y no sé qué podría decir que tenemos en común, que yo no tenga, por ejemplo, con una escritora turca.
—¿Qué piensas del mercado internacional del libro y qué opinión te merece la política editorial cubana?
—El internacional es un mercado difícil porque los tiempos también lo son. El espectáculo se ha apoderado un poco de la literatura. Hoy día algunos escritores, en lugar de conferencias o charlas, ofrecen performances. A lo mejor está bien, pero no es lo mío, por ejemplo, porque siempre he sentido un gran miedo escénico. Soy incapaz de poner voces diferentes para leer un texto, o hacer chistes, o convertir una charla en un espectáculo. Me parece que me quedaría falso, y por eso no lo hago. Pero hay escritores a los que se les da muy bien. En todo caso, la competencia es feroz, los libros no duran nada en las mesas de las novedades, lograr que te dediquen unos párrafos en las páginas literarias de los principales periódicos, es dificilísimo.
«En cuanto a la política editorial cubana, me parece excelente que traten de rescatar la literatura de escritores cubanos que están viviendo fuera del país. Hay cosas que solo pueden sentirse desde la lejanía, y eso también aporta a la construcción de un sentimiento nacional. A mí me resulta muy interesante leer a escritores de determinados países que hacen o han hecho su obra fuera de sus lugares de origen. Hay que leerlo todo; mientras sea bueno, hay que leerlo todo».
—¿Te consideras una escritora light?
—Yo no me preocupo mucho por esas etiquetas, la verdad. Al igual que no me preocupo por la «literatura femenina», o la «literatura intimista», o la «voz masculina» en mis libros. Solo sé que me siento a escribir una historia, cuando ya tengo esa historia más o menos madura en la cabeza, y la escribo lo mejor que puedo. Tan sencillo como eso es este oficio.