Es bien conocida la máxima que asegura, cual esperanzador augurio, que después de la tormenta viene la calma; sin embargo, en ocasiones este período de pausa antecede a un nuevo revés que puede ser más nocivo y sorprender a los implicados con la guardia baja. El huracán Melissa sigue siendo, y con razón, tema recurrente en Holguín.
A las 2:45 de la madrugada del pasado sábado, mientras otros dormían, en las comunidades de Estrada y San Francisco, del municipio de Urbano Noris, no se pegaba ojo. Una nueva alerta encendía las alarmas de riesgo de inundación por el vertimiento controlado de la presa Camazán y la amenaza de lluvia.
«Siempre es importante que todas las personas se evacúen porque lo que hay que cuidar es la vida. Tenemos que seguir las medidas y estar atentos a todos los problemas que puede ocasionar el agua», dice ahora Ariel Rodríguez Quevedo, una de las más de 500 personas trasladadas esa noche como medida preventiva.
Él sintió en carne propia los efectos del huracán Melissa y conoce lo dañino que puede llegar a ser un evento meteorológico similar. Su comunidad, Estrada, estuvo incomunicada más de 32 horas por vías férreas y terrestres, lo que dificultó el proceso de evacuación. Es mejor no volver a correr riesgos.
«El día del huracán empezó a las seis de la mañana a entrar el agua hasta los tobillos. Tres minutos después, nos daba por las rodillas. En un momentico todo estaba hecho un desastre y nos llegaba por la cintura. En algunas casas llegaba casi hasta el cuello. Ya no sabíamos qué hacer.
«Ahí todo el mundo estaba arrepintiéndose de no haberse evacuado. Rápido intentamos proteger a los animales que se estaban ahogando e inventamos una escalera para subirnos a una casa de placa. Todo fue de momento», dijo minutos antes de ser trasladado hasta un lugar seguro.
Melissa no fue solo viento y agua, desastre y desesperación. Ha marcado con su estela de dolor la vida de miles de personas que, como Ariel, han perdido la batalla de lo material, pero sostienen otras, y la más importante: la vida.
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