Leonardo Pérez Gallardo Autor: Favio Vergara Publicado: 29/03/2025 | 09:39 pm
«Esto es un examen estatal», sentencia una oración que aparece jíbara en mi chat de WhatsApp, y no hago más que reírme como confirmación de ese fino humor que sus amigos le endilgan. «Disculpe, profe, disculpe», le digo sin recursos para amortiguar la pena por un cuestionario con nada más y nada menos que «20 pregunticas»; mientras él me hace saber que ha sido una equivocación, que ese mensaje no era conmigo.
Pero apenas habían pasado unos minutos después del exigente envío cuando comenzaron a llegarme los primeros audios con las respuestas. Y al escucharlas detenidamente aquilaté el gratificante privilegio de aprender que, desde su honorable magisterio, me concedía mi entrevistado: el Doctor en Ciencias Jurídicas Leonardo Pérez Gallardo, admirable académico, investigador y notario cubano, Profesor Titular de la Universidad de La Habana, acreedor del Premio Nacional de Derecho Carlos Manuel de Céspedes, por la obra de la vida, correspondiente a 2024; distinguido incluso más allá de su gremio por una proverbial elocuencia para comunicar sobre temas jurídicos.
Con el ánimo de poner en perspectiva aquellas lecciones varadas en mi WhatsApp, y en calidad de aprendiz interrogador, fui a su encuentro para un diálogo vívido, cara a cara, tan argumental como entusiasta, que fue clase y pulso de lo que somos, escuela y vida a la vez.
—Profesor, permítame un bojeo por términos aparentemente simples, pero que no lo son. Primeramente, ¿qué entender por derecho?
—El término derecho viene del vocablo latino directum, que es lo que está conforme a la ley, a la norma. Se habla del derecho, pero también se alude a las ciencias jurídicas, y en ese sentido se puede definir como un conjunto de principios o de normas que generalmente están inspiradas en las ideas de la justicia y del orden, y que van a regular la conducta humana en toda sociedad. El cumplimiento de estas normas siempre se impone de manera coercitiva o coactiva por el poder del Estado, pues no son resultado de elementos racionales, sino que en su formación inciden elementos políticos, socioeconómicos y valores críticos. Hay un elemento axiológico importante en las normas jurídicas que condiciona una determinada voluntad política y jurídica: la clase dominante en un momento histórico determinado.
—¿Y la justicia?
—La justicia, en cambio, es un valor. Ya lo decían los romanos, es el arte de dar a cada uno lo suyo. Se trata de un principio que está vinculado siempre con la toma de decisiones, fundamentalmente en la esfera pública y desde esta, y relaciona aspectos de política, derecho, economía y filosofía, entre otras disciplinas. Esa idea de justicia en las decisiones puede estimarse de manera diferente de una cultura a otra.
—¿Cómo se puede ser imparcial? ¿De qué modo se logra eso que resulta tan relativo?
—Dejemos claro algo: decidir la aplicación del derecho cuando hay una contienda entre los intereses de varios sujetos es lo que fundamenta la existencia de los tribunales. Justamente, son los tribunales los que tienen como función la administración de justicia. Los jueces administran justicia y, como todo administrador, deben tener una dosis no solo de aplicación recta del derecho, sino también de la equidad, de modo que a la hora de resolver un asunto muchas veces la solución no está en la asunción literal de la norma jurídica, sino en una interpretación flexible, dúctil. Y el logro de la justicia está en manos de las personas, que podemos errar.
—¿Errar?
—Sí, claro, cabe la posibilidad de equivocarnos. Somos seres humanos. Por eso existen estructuras que permiten revisar las decisiones judiciales de otras instancias inferiores. Y el resultado de una última instancia no quiere decir que lo justo sea siempre legal. Insisto en que lo justo es la interpretación que ofrecen de la norma jurídica los seres humanos. Por supuesto, no cualquier ser humano, sino aquellos que poseen las competencias y están especializados en los temas jurídicos.
—¿Qué distingue la administración de justicia en Cuba?
—Un elemento importante a destacar son los jueces legos, que constituyen la participación del pueblo en esa impartición y administración de justicia. Los tribunales en nuestro país son colegiados. No hay tribunales unipersonales y, por tanto, las decisiones son, asimismo, colegiadas.
«Considero también que, aun cuando pueda haber quejas por determinadas experiencias más dilatadas de lo común, de modo general la justicia en Cuba no es tardía si la comparamos con otros países en los que un proceso de derecho civil, desde la primera instancia hasta la última, puede durar diez o 12 años. Eso es impensable aquí.
«Cabe decir, además, que hay procesos que deben ser resueltos de una manera más abreviada que otros, como aquellos relativos a niños, niñas y adolescentes, o en los cuales hay personas adultas mayores o en situación de discapacidad. De hecho, el nuevo Código de Procesos permite acortar plazos y ofrecer celeridad en estos casos».
—¿Cuáles son las peculiaridades de nuestro ordenamiento jurídico?
—En principio, definamos que el ordenamiento jurídico cubano es el conjunto de normas que disciplinan, establecen y regulan al Estado cubano y nuestra sociedad, y que está integrado por pautas que atienden, esencialmente, o al derecho privado o al derecho público.
«Pudiéramos mencionar como elementos característicos de nuestro ordenamiento la inclusión social de las personas en situaciones de vulnerabilidad, la apuesta por la prosperidad individual y colectiva, según se recoge en el artículo 1 de la Constitución, el reconocimiento de los derechos inherentes a la persona, la prevalencia de la propiedad estatal sobre la propiedad individual, el predominio de la economía estatalizada frente a una economía de mercado y el reconocimiento de formas múltiples de propiedad.
«Hay que resaltar que todo tiene un estatuto jurídico determinado. Pero primero se dan los hechos y luego se norman. Al derecho siempre se llega después, cuando existe una necesidad social sentida para pautar el estatuto jurídico de áreas o procesos vitales que aparecen muchas veces como resultado del desarrollo de la humanidad. Se puede ilustrar, por ejemplo, con la tecnología, la biología y las ciencias de modo general. El caso más elocuente de todo esto es lo que estamos haciendo ahora mismo, desde el campo jurídico, para llevar a un estatuto legal la inteligencia artificial».
—Supongo que el derecho, como la sociedad misma, sea inmenso y bien complejo por dentro…
—Yo lo comparo con un gran océano, con un mar sin fin, por lo que no puede verse al jurista de hoy al estilo de los grandes filósofos de la Antigüedad. Existen muchas especializaciones en el derecho. Y a veces hay quienes acuden a nosotros pensando que nos lo sabemos todo. A nadie que tenga un problema oftalmológico se le ocurre ir a ver a un cirujano o a un pediatra. En el mundo de la medicina las personas identifican muy bien las especialidades. Sin embargo, en nuestro ámbito no ocurre así. La gente piensa que estamos preparados para responder a cualquier reclamo sobre leyes. Y no es que, como profesor de Derecho, notario, abogado, juez, fiscal o asesor jurídico, uno no pueda tener una cultura jurídica general que permita explicar u orientar sobre muchos asuntos, pero hay áreas de trabajo muy bien definidas, incluso algunas con otras especializaciones en sí.
—Entremos de una vez en su materia.
—Sin lugar a dudas: el derecho civil. Vamos a hablar entonces de las personas, que son el centro de atención de esta área, y entre las personas las que llamamos humanas, porque están también las personas jurídicas o colectivas, que son las empresas, fundaciones, asociaciones, sociedades mercantiles y otras formas asociadas especialmente al derecho empresarial.
«Yo digo que el derecho civil es para el derecho como la medicina interna para la medicina de modo general. Un clínico está capacitado para dar muchas respuestas y así pasa con un buen civilista. Usted puede dejar de acercarse a otras materias, pero el derecho civil resulta imprescindible en la formación profesional, enseña a pensar, desarrolla el pensamiento abstracto. Es como la matemática de las ciencias jurídicas».
—Entonces no ha estado usted tan lejos de lo que quería ser desde niño…
—Sí, viví una infancia fascinado por el mundo de los números allá en la finca donde nací y me crié, a la entrada de Zaragoza, un pequeño pueblito de San José de las Lajas, actual provincia de Mayabeque. Desde que comencé la escuela añoraba convertirme en un gran matemático, un cibernético, hasta que en octavo grado me decepcioné con una evaluación de Geometría del espacio que no era la que esperaba. Aquello fue traumático, se acabó para siempre todo mi embullo por las ciencias exactas.
—¿Cómo se dio el giro hacia el derecho?
—Le diría que por mi padre, quien apenas llegó a tener un sexto grado de escolaridad, pero contaba con una inteligencia natural sorprendente y fue mi mejor maestro en la enseñanza de esos conocimientos que no brinda la academia y que, sin embargo, son necesarios para afrontar la vida. Lo recuerdo, siendo yo un muchacho, inmerso en la reclamación por la indemnización de unas tierras que eran de mi abuelo, que había fallecido. Parece que aquel drama familiar, aquel asunto de herencia que llevó tiempo, me llamó poderosamente la atención. Y comencé a interesarme poco a poco por esos temas. Ya al terminar la secundaria básica tenía decidido lo que quería estudiar y lo pedí; pero fue en el escenario familiar, en lo que estaba viendo en la casa, entre mi gente más allegada, donde nació mi pasión por ser jurista.
—Ahora que alude a su familia, usted fue una de las figuras más mediáticas durante el proceso de explicación de esa norma histórica que aprobamos, en referendo popular en septiembre de 2022, y que bautizamos por su impronta sensible como el Código de los afectos…
—Guardo gratísimos recuerdos del trabajo en la comisión redactora del Código de las Familias. A la COVID-19, a pesar de todo el daño que nos hizo, tenemos que agradecerle los avances que tuvimos en la elaboración de la norma mientras el país estaba prácticamente paralizado.
«Sabíamos que sería una labor ardua y paciente, y que el éxito iba a estar en la sensibilidad con que se explicara, entendiera y mirara integralmente la propuesta, más allá de determinado artículo con el que podemos estar o no de acuerdo. Siempre he dicho que es mucho más fácil reformar una norma jurídica que cambiar la mente de las personas. Que tengamos hoy un nuevo Código de las Familias no significa que todo se haya resuelto porque los patrones culturales no se modifican de un día para otro. Pero sí podemos decir que logramos una ley muy superior a la aprobada en 1975, sobre la base de la inclusión y la concepción de un derecho familiar menos discriminatorio y mucho más sustentado no solo en la sangre y las relaciones familiares, sino también en la importancia que tienen los vínculos afectivos».
—¿Y qué ha ocurrido después que entró en vigor?
—¿Qué ha pasado? Bueno, en términos jurídicos debemos dar un tiempo, hay que esperar como mínimo cinco años para hablar con fundamentos sobre la efectividad integral de la norma. Pero el acompañamiento no ha sido el mejor. Lamentablemente el seguimiento de los medios de comunicación al tema ha sido escaso. Casi todo se concentró en la campaña por el sí y no en el valor intrínseco de ese sí y en lo que se abría con el resultado de tan importante voto popular. No hemos tenido muchas historias más, tampoco asesoría especializada en la prensa, ni se ha ahondado en los desafíos que ha supuesto para el notariado cubano la aprobación de esta ley.
«Hay que decir también que no todos los operadores del derecho han resuelto las situaciones que se han planteado con la sensibilidad que el Código reclama, ni han logrado la celeridad que un asunto en materia familiar conlleva, ni han empleado la ciencia y el conocimiento cuando, por ejemplo, dictan una resolución judicial o autorizan un documento público notarial, o un abogado tramita una situación de esta materia. Ha faltado capacitación de nuestros propios profesionales para estar a la altura de este Código, que sobresale dentro del amplio cronograma legislativo cubano de los últimos años».
—En este sentido creo que merece una mención de relevancia la nueva Constitución de la República aprobada en 2019…
—Más de una vez he dicho que esta Constitución ha resultado un sismo de gran intensidad para todo el ordenamiento jurídico cubano. Hay que hablar de un antes y un después. La Constitución, el Código Civil y el Código de las Familias son piedras angulares en un Estado de derecho.
«Y para seguir con la idea del sismo, añadiría ese movimiento telúrico, que es la Ley de leyes, tendrá réplicas continuas y constantes en la medida en que se reformen las leyes especiales, entre ellas el Código Civil, pues desde hace tiempo nos debemos uno nuevo, atemperado a la sociedad cubana de hoy.
«El Código Civil, como brújula que orienta en los momentos difíciles a los operadores del derecho, ha de recoger la tradición y la experiencia acumulada de un pueblo y amoldarla al contexto. Jamás se han de desechar experiencias pasadas por impropias o inservibles, porque la vida siempre demuestra que la historia es cíclica, que vamos y venimos, y en ese ir y venir muchas veces las instituciones jurídicas poco utilizadas pueden ser herramientas útiles».
—Una cosa es la norma y otra su implementación, y no siempre lo que se dispone se cumple como tal. ¿Qué riesgos se corren cuando pasa eso?
—Se pierde en muchos casos la credibilidad, pues toda norma, bien ajustada en tiempo y espacio, entendida como una necesidad de un momento histórico concreto, se aprueba para ser cumplida, o sea, para que cause efectos jurídicos y regule determinadas relaciones sociales. Si eso no sucede, no se logra el cometido que se trazó el legislador y, por tanto, la ley cae en obsolescencia.
—¿Cómo valora la cultura jurídica de la sociedad cubana?
—Somos un país con una población bastante instruida, pero se deben reforzar los conocimientos en materia jurídica. La cultura que se tiene en este ámbito es un termómetro importante para reconocer el grado de civilidad que tiene una sociedad. Y realmente nos falta mucho por lograr. Las herramientas para cambiar eso las tenemos nosotros mismos, los profesionales del derecho, en alianza, por supuesto, con los medios, que han de ser más proactivos también.
—La docencia ha sido una de sus grandes pasiones. ¿En qué encuentra el encanto de educar?
—Soy ante todo un profesor. No me hallo sin enseñar, y nunca me he conformado solo con darles a mis estudiantes lecciones sobre la redacción de un instrumento jurídico. He buscado afanosamente crear en ellos habilidades necesarias para saber argumentar, interpretar, aconsejar, asesorar, asistir y sobre todo razonar. Les he inculcado que si quieren ser buenos juristas, si desean ocupar los sitiales de honor de la ciencia, la academia o en cualquier área de desempeño profesional, deben ser siempre eternos alumnos.
—Es usted también un prolífero autor de artículos y libros en la literatura jurídica nacional e internacional…
—Disfruto mucho escribir. Necesito tener un período de tiempo para concentrarme solo en investigar. Le confieso que estudio todas las noches y para cada clase. Y siempre que dicto una conferencia todavía siento el mismo nerviosismo de la primera vez.
—¿Considera que ha creado su propia pedagogía para la enseñanza del Derecho?
—Mire, he sido un estudioso del derecho. Pero no he sido un estudioso de la pedagogía y, por tanto, sería incapaz de decir que he creado una pedagogía para la enseñanza del derecho. ¡No, qué va! Hay juristas en Cuba que se han dedicado a esos temas y que han concebido esa pedagogía de la que habla. Muchos de mis alumnos, que son los que he tenido en el pregrado, como de mis discípulos, que así considero a aquellos que siguen con uno hasta el doctorado, consideran de algún modo que he formado una escuela, sobre todo porque han visto cómo uno ha trabajado de manera esmerada con un grupo de profesores universitarios e investigadores que participan en proyectos de investigación, tienen libros en coautoría, forman parte de paneles en talleres y congresos junto con uno.
«A la par del magisterio mi otro yo profesional ha sido mi condición de notario, de servidor público».
—A propósito, quería comentarle que en uno de sus textos usted afirmaba que quien desempeña esta función siempre es un fiel acompañante de las personas. ¿Por qué?
—Puedo garantizarle que ser notario me ha permitido sentirme artista sin estudiar arte, construir desde el imaginario jurídico, diseñar un negocio sin ser economista ni diseñador gráfico ni industrial, levantar la arquitectura de un proyecto personal, familiar o empresarial sin ser arquitecto ni ingeniero civil. He tenido el privilegio de servir de confesor de las partes que acuden ante mí y depositan lo más recónditos secretos familiares sin ser sacerdote, y de dotar de asesoramiento como una brújula orientadora a muchos seres humanos sin ser marinero. He experimentado diferentes visiones del mundo desde una misma función, siempre con mucha prudencia y ética.
A la par del magisterio, Pérez Gallardo ha encontrado una gran realización profesional como notario. Foto: Cortesía del entrevistado
—¿Cómo es la vida de un jurista?
—Complicada, porque tenemos que ser sensores sociales. Y el notario mucho más. Hemos de percibir lo que sucede a nuestro alrededor, desarrollar una vocación transdisciplinaria, pues el derecho toma de la sicología, la filosofía, la demografía, la historia, la lingüística, la genética, la psiquiatría y muchas otras áreas del conocimiento.
«Los médicos y sicólogos ayudan al cuidado de la salud física y mental, pero los juristas salvamos la espiritualidad, o sea, la realización y proyección del ser humano, al ofrecerle seguridad en muchos momentos de su existencia.
—¿Qué ha significado el Premio Nacional de Derecho Carlos Manuel de Céspedes?
—Nunca he trabajado para un premio, pero no puedo negar que para cualquier jurista en el país obtener este galardón, creado por la Junta Directiva de la Unión de Juristas de Cuba en 2005 y que lleva el nombre de uno de los grandes de nuestra Patria, es muy estimulante. Soy el profesional del gremio que con menor edad lo ha alcanzado y agradezco haberlo recibido en plenitud de mis facultades porque los premios, además de ser un gran reconocimiento, representan un desafío.
«Si me lo han dado a la edad que tengo, que no soy joven pero tampoco un anciano, debo expresar primeramente gratitud hacia quienes me lo concedieron, y también el compromiso que asumo con la sociedad cubana y con el gremio jurídico de ser mucho mejor, de superar mis dificultades y errores, de desempeñarme con mayor responsabilidad en todas mis funciones.
«El premio más importante que tengo es el que me ha dado la vida con el cariño y la fe de las personas cuando me identifican en la calle, y especialmente de mis colegas profesionales y mis estudiantes de todas las generaciones, no importa dónde y cómo estén, pues en mi geografía afectiva no hay barreras».
—Si Leonardo Pérez Gallardo tuviera que resumir en pocas palabras sus intensos 57 años, ¿cómo se definiría?
—He sido un soñador, una persona con vocación de altruismo, de amor al prójimo, un apasionado que ama lo que hace, que adora a los suyos y cree en la lealtad.
«Tengo que admitir que he andado por el mundo con demasiado romanticismo desde mis años universitarios, pero aun así siempre he intentado actuar con cordura y tino para enaltecer mi labor social y profesional dentro del magisterio y las ciencias jurídicas.
«A veces pienso que soy un utópico, porque a pesar de las diversas circunstancias en que vivimos sigo apostando con fidelidad por lo que hago. Me siento realizado, soy feliz. Y eso me hace bien, pues la felicidad puede ser una quimera, pero está ahí, en lo que concebimos día a día».