Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Martí no cabía en ningún traje

Es oportuno remarcar que el ilustre de La edad de oro, al margen de toda humildad, era dado a la limpieza

Autor:

Osviel Castro Medel

¿Cómo vestía José Julián Martí Pérez? Tal vez la mejor respuesta a la pregunta la ofreció, de manera hermosa, el periodista camagüeyano Enrique Milanés León en su artículo Vestido desnudo:

«La ropa que solía llevar era oscura no solo a los ojos; era negra al tacto, por la modestia de su precio; mestiza de origen, por la variada condición de sus donantes; guerrera curtida, por sus frecuentes cicatrices de zurcidos; y rebelde orgullosa, por su absoluta apatía hacia las modas y etiquetas».

Lo cierto es que muchísimas personas se asombraban ante la vestimenta del genio; no entendían que aquel inmenso intelectual anduviera vestido tan modestamente.

Uno de los sorprendidos, al verle, fue el cubano Santiago Massenet, a cuya casa, en el poblado dominicano de Santa Ana, llegó el Apóstol, montado a caballo. Fue en septiembre de 1892 y así lo relató el visitado: 

«Aunque vestido decentemente, Martí traía puesto un sombrero de yarey, de anchas alas, de los que por acá cuestan 20 centavos y son excelentes para resguardarse uno de la fiereza del sol (…) Los buenos labradores que presenciaron la llegada de mi huésped no pudieron sospechar la talla intelectual y moral del coloso a quien veían por primera vez».

Otro de los admirados fue el dominicano Federico Henríquez y Carvajal, quien visitó a José Julián en el hotel Universo, unos días después de la escena narrada por Massenet. Se cuenta que Federico, sin autorización, se puso a revisar el equipaje de Martí, quien lo sorprendió in fraganti.

Luego lo contaría así: «En la pieza que le servía de alcoba, en el suelo, había una maleta de cuero no muy grande. Ya se resentía del uso. Estaba abierta. Yo me detuve a mirar su paupérrimo contenido, no sin sorpresa, í él sonreído, díjome en voz baja: “Es mi equipaje…”. Se componía de una muda de repuesto. Duplicados solo había cuellos, calcetines i pañuelos de mano. Con dos mudas, pero sólo con un calzado, un sombrero, un saco i una corbata, todo negro, iba el peregrino en ese viaje de exploración de voluntades…» (sic).

Es oportuno remarcar que el ilustre de La edad de oro, al margen de toda humildad, era dado a la limpieza. El general cubano nacido en República Dominicana, Enrique Loynaz del Castillo, lo describía de este modo: «En su traje, irreprochable por su pulcritud, se traslucía la pobreza».

Mientras el coronel del Ejército Libertador, Horacio Seymour Rubens, quien era de origen estadounidense, plasmó para la posteridad al escribir sobre las ropas del más universal de los cubanos: «Pero jamás vio alguien sobre ellas una mancha, porque era hombre de escrupulosa limpieza».

Una de las anécdotas más conmovedoras sobre la vestimenta del Maestro es aquella surgida en Cayo Hueso, lugar en el que varios independentistas recolectaron dinero para que él se comprara un traje nuevo. Se dice que llegaron a sumar 90 pesos; pero cuando se lo comunicaron, respondió con seriedad, después de reírse:

—Busquen a tres familias de emigrados que no estén bien y a cada una denles 30 pesos.

Cuando cayó en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895, llevaba el traje oscuro que le confeccionara Ramón Antonio Almonte, Monguín, a cuya morada llegó en marzo de ese año, convencido por Máximo Gómez, como escribió el investigador Delfín Xiqués Cutiño en su reseña: José Martí: dónde y quién confeccionó su último traje. El Generalísimo le había dicho que con una ropa tan deteriorada, donde se veían «huellas de la aguja zurcidora de Manana y de Clemencia», no debía viajar a Cuba.

Entonces «dejó medir» su cuerpo para que el sastre hiciera su trabajo, mientras Gómez sonreía. Sabía el viejo guerrero nacido en Baní que aquel cubano grandísimo no cabía en ningún traje.

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