José Carlos y Carla agradecen hoy contar con una vivienda construida para ellos. Autor: Odalys Cid Labrada Publicado: 27/05/2024 | 10:04 pm
SANCTI SPÍRITUS.— Frente a los ojos semirrasgados de José Carlos Cardoso Sierra, la pequeña vivienda, aún con olor a cascarón, parece inmensa. Por mucho que observe cada detalle, no cree que la llave que tiene en su bolsillo le pertenezca. Quizá por eso prefiera sostener en su mano la de Leticia Rodríguez Cabrera, ese refugio seguro que conoce desde sus cuatro años de edad.
Bajo su protección no hay tormentas arrolladoras. Miedos, incertidumbres, dolores… todos se disiparon tras su llegada al Hogar de menores de edad sin amparo familiar del municipio espirituano de Cabaiguán, gracias a los múltiples abrazos, mimos, educación, juegos y cuidados provistos por sus educadoras.
Hoy, 15 años después de aquel día, vuelve a ser testigo de otro momento trascendental en su vida: recibe una vivienda recién construida y con todo su mobiliario, avituallamiento e incluso alimentos, lista para ser habitada.
«Estoy muy feliz y muy orgullosa de nuestro Estado», expresa el horcón materno que tantas historias tiene junto a José Carlos y otros menores del territorio. «Pero, a la vez, un poquito nerviosa, porque estos niños llevan una vida entera en nuestro hogar y es siempre difícil para una madre dejar a sus hijos que vuelen con sus propias alas y salgan del nido. Aunque ellos lo pidan porque ya son adultos, y necesiten y quieran vivir su propio mundo.
«Hoy estamos aquí, junto a tantas personas de la comunidad que nos han acogido como familia, las máximas autoridades del Partido y el Gobierno del municipio de Sancti Spíritus, así como directivos del sector de Educación, y seguiremos visitándolo porque nuestra responsabilidad no concluye. Nos corresponde seguir encauzándolo por el largo andar que significa vivir», afirma públicamente Rodríguez Cabrera.
El joven no disimula los nervios. No se parece en nada esta construcción, nacida del plan estatal de la Dirección municipal de la Vivienda, a la de amplio portal, garaje y habitaciones con grandes ventanales, ubicada en la céntrica avenida Camilo Cienfuegos, donde quedan sus más queridos recuerdos. Mas, reconoce que ahora, su nuevo hogar de pequeño portal, un cuarto y resto de diminutas locaciones en el consejo popular de Kilo 12, de la urbe del Yayabo, significa el inicio de una nueva etapa.
«Dejo a mis amigos allá y parte de mi vida, porque en el Hogar crecí y ahí está mi familia. Los visitaré y, de ahora en adelante, me toca echar solo para alante», deja escapar entre dientes, por tanta timidez, el joven de 19 años.
Pero, como sucedió el día que llegó a la casona cabaiguanense, compartirá el camino junto a su hermana María Carla, una jovencita próxima a celebrar sus 18 abriles y con muchos sueños por delante.
Las trabajadoras del Hogar de Cabaiguán, representantes del sector de Educación, fueron testigos de la entrega de la casa.
«Estamos muy agradecidos, porque sabemos que hay gente que necesita una vivienda. Seguiremos juntos, y en Cabaiguán nos enseñaron cómo manejar una casa, así que eso no nos asusta», reconoce la muchacha.
«En mi caso, seguiré trabajando en la fábrica de tabacos de allá porque me va muy bien, y a mi hermano ya le dijeron que le facilitarán ejercer su oficio aquí».
Ambos son egresados de la enseñanza técnica profesional. Y aunque sus rasgos faciales bisoños delatan que están en el umbral de la juventud, ya tienen experiencia en el mundo de la industria de la hoja que desprende un aroma afrodisiaco.
«Que hoy podamos celebrar en nuestra comunidad este acontecimiento es resultado de meses de trabajo. Incluso, varias personas nos dimos a la tarea de darle los últimos toques con la realización de una profunda limpieza a la casa y organizarle cada uno de los objetos entregados», confiesa Bárbara Reyes, coordinadora del grupo de prevención del consejo popular de Kilo 12.
«Ahora nos corresponde ubicar a José Carlos en un centro laboral para que se sustente económicamente, y acompañarlos, porque desde hoy son nuestros más jóvenes vecinos, que es como decir familiares. Sin dudas es un día histórico para este barrio, pues hemos cumplido con una política de país y con el anhelo de estos dos excelentes muchachos».
José Carlos y Carla —como prefiere que la llamen— recorren con la vista, asombrados, cada detalle de la casita. Tropiezan con un refrigerador, camas, batidora, ollas eléctricas, muebles… todo listo para ser estrenado. No encuentran las palabras exactas ante las preguntas. Dejan escapar sonrisas y miradas cómplices que confirman que por delante tienen una nueva etapa para crecer juntos y demostrar lo aprendido en un hogar donde nunca les faltaron abrazos y educación.
Los hogares de menores de edad sin amparo familiar fueron creados por el Decreto-Ley No. 76 del año 1984, a fin de cumplir con el concepto de la Revolución de no dejar a nadie desamparado. En el país existen más de 50 instituciones de ese tipo, donde se atienden y educan a sus protegidos. Asimismo, se vela por su integración como individuos plenos de la sociedad.
Desde el Ministerio de Educación existe un programa que involucra a diferentes organismos y entidades para el apoyo de los Hogares. El Ministerio de Salud Pública, por ejemplo, se encarga de la vacunación, administración de medicamentos, requerimientos nutricionales, servicios de rehabilitación y vigilancia sanitaria en diferentes especialidades. Además, en la institución se ubica un profesional de enfermería de manera permanente.
Mientras, el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social ofrece, entre otras misiones, garantías para el acceso al empleo cuando los menores de edad llegan a la mayoría de edad y asistencia económica durante la culminación de los estudios universitarios.
Como política de país, cuando los niños protegidos en dichos hogares cumplen los 18 años, si no poseen una vivienda propia (por herencia familiar), el Estado les otorga una, y varias entidades estatales asumen la entrega de materiales necesarios para habitarlas.