Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Vareliano

El ejercicio de esta difícil, de esta hermosa profesión que es el Periodismo, hace que me detenga en el Varela de El Habanero, el periódico redactado desde Filadelfia y Nueva York (1824-1826)

Autor:

Reinaldo Cedeño Pineda

No sé cuál de los pasajes de su vida escoger. Si aquel niño que debió crecerse en su temprana orfandad, aquel joven que asumió la cátedra de Filosofía de San Carlos y San Ambrosio, con dispensa del obispo Espada por su corta edad; aquel profesor que barrió  el escolasticismo (el «inutilismo», decía); o tal vez, el infatigable vicario de Nueva York, el sacerdote de «caridad heroica»; aquel cubano que desde el exilio no dejó de pensar, de trabajar por una tierra que no volvería a pisar.

Se llamaba Félix Francisco José María de la Concepción Varela y Morales (1788-1853). Era un hombre de «estatura mediana, delgado, de color trigueño, lampiño, frente muy ancha y sumamente miope. Su semblante se mostraba siempre risueño, dejando ver un interior más amable», confiesa su alumno Juan Manuel Valerino.

Su multiplicidad no se contentó con las ideas  filosóficas. Introdujo la experimentación en sus clases de ciencias, incluso con instrumentos de creación propia. Se menciona menos que tocaba el violín, que ejerció como profesor de música, y que en 1811 fundó la Sociedad Filarmónica de La Habana.

«El que oye un concierto no recuerda idea alguna y se contenta con la simple percepción de la armonía y melodía, aunque no sepa en qué consiste cada una de estas cosas. Con toda el alma se conmueve por los sonidos, y nacen mil afectos, ya vehementes, ya remisos, ora tristes, ora alegres (…). La música tiene entrada libre en el corazón humano», escribe con autoridad en sus Lecciones de Filosofía.

El ejercicio de esta difícil, de esta hermosa profesión que es el Periodismo, hace que me detenga en el Varela de El Habanero, el periódico redactado desde Filadelfia y Nueva York (1824-1826). Recuérdese que ha tenido que huir de la vuelta al absolutismo de Fernando VII, de la orden de muerte que colgaba contra los que, como él, fueron diputados a Cortes, bajo el amparo constitucionalista de Cádiz.

¿Cuánto esfuerzo físico, económico y de alma significó para el padre Varela la llegada a una tierra extranjera con tan solo 35 años? Tuvo que adquirir las destrezas de otros idiomas, refundar instituciones y publicaciones, mediar en numerosos conflictos y predicar desde la confesión católica (en minoría en ese entorno) frente a otras denominaciones religiosas.

Nunca aceptó la ciudadanía norteamericana, nunca comulgó con las ideas anexionistas, y había que sujetarle en su desprendimiento. Regaló la cuchara de plata marcada con sus iniciales a una mujer pobre, se quitó su abrigo en el frío neoyorquino para dárselo a una limosnera con un niño en brazos. Murió en San Agustín de la Florida, en solemne pobreza, y ante el reclamo de sus fieles y amigos, se repartieron algunos mechones de su cabello.

Solo se redactaron siete números de El Habanero, unas 200 páginas en total; pero cargó sobre sí la Orden Real que prohibía su circulación y lectura en Cuba, y hasta la contratación de un matón a sueldo para asesinar a su fundador. Ni así lograron acallar a este patriota que avizoró la independencia como el único camino posible.

El estilo de Varela es «siempre culto, siempre sabio, siempre evangélico (…) siempre comprensible», remarca Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal en Señal en la noche, una biografía de excelencia. La transparencia de Félix Varela es sobrecogedora, es milagrosa. Su línea de pensamiento entronca con el cubano y con lo cubano, en su hondura más raigal. No podemos desprendernos de aquel caballero de «mirada mística», que enarbolaba la convicción de que «no hay patria sin virtud». Escuchémosle:

«El crimen no es osado sino mientras la virtud se muestra débil (…) en circunstancias difíciles sobran siempre por desgracia hombres que afectando un interés público, jamás se mueven sino por los degradantes estímulos de la avaricia o la ambición (…). Tales hombres solo pueden contar con una masa de infames o de alucinados, y como jamás la generalidad de un pueblo es de perversos, ni tampoco pueden ser alucinados, sino por algunos momentos, los triunfos de esta clase de especuladores son muy efímeros, y jamás se consiguen cuando los buenos patriotas se presentan en la lid».  

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.