Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La fuerza de lo imposible

El apego a los principios morales se convirtió en el recurso más firme de Cuba ante los días inciertos de la Crisis de Octubre

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

CIEGO DE ÁVILA. —La Crisis de Octubre, de cierta forma, fue un antes y un después en la historia nacional. Uno de esos puntos a no olvidar.

Después de aquellos días, la base naval de Guantánamo retornó a suelo patrio. El bloqueo se derogó después de largas y firmes negociaciones; donde el país contó con el pleno respaldo del Gobierno soviético.

Los ataques piratas, el asedio militar y los sabotajes entraron en una etapa diferente: menos directa, más elaborados; aunque siempre más contenidos ante los acuerdos de ayuda militar firmados públicamente con la Unión Soviética.

Fue un momento de cambio, sin dudas… Y hasta aquí llegó la fábula. O los deseos. O el llamado a concretar los cinco puntos planteados por Fidel para solucionar realmente el conflicto y donde se refrendó la dignidad de un país pequeño.

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¿Qué hubiera ocurrido si al menos una de aquellas cinco demandas se hubiera cumplido o, si acaso, tenido en cuenta en las negociaciones secretas realizadas a espaldas de Cuba?

En su carta de despedida a Fidel, el Che nombró las jornadas de 1962 como días «tristes y luminosos», y esa calificación, de la mano de dos adjetivos antagónicos, han resultado suficientes para despertar las más disímiles preguntas.

Quizá aquel 3 de octubre de 1965, cuando se dieron a conocer, muchas personas no repararan del todo sobre la realidad subyacente en esas palabras.

¿Por qué tristes y, a la vez, luminosos? ¿Cómo un episodio, con una proyección épica, podía andar envuelto por el infortunio?

Para refrendar aún más el halo de misterio, aquella calificación iba a complementarse con otra plasmada en la oración siguiente: la de llevar a Fidel a una altura ética y política de primer orden al afirmar: «Pocas veces brilló más alto un estadista que en esos días».

Es probable que a lo largo del tiempo la segunda idea no provocara el nivel de interrogantes que podía despertar la primera tesis a partir de los hechos que protagonizaría el líder de la Revolución.

Sin embargo, desde esa fecha hasta hoy, nos atreveríamos a asegurar que, incluso para quienes vivieron esos momentos, ambas afirmaciones no han dejado de levantar las más disímiles preguntas en quienes han vuelto a leer la carta e interpretar sus entrelíneas.

¿Por qué era la Crisis de Octubre y no otro evento, el escenario desde el cual se apoyaban tales criterios? ¿Qué se escondía detrás de los hechos?

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La respuesta es una: la Crisis de Octubre emblematizó la resolución de un pueblo de ir hasta el infierno atómico con tal de defender su soberanía nacional.

Solo que esa disposición pública se expresó también en una dimensión muy delicada y decisiva: la de la acción diplomática con sus cargas de sutilezas y discrecionalidad, y donde el más
mínimo desliz podía generar consecuencias impensables.

En esa esfera, Fidel y el equipo de Gobierno encarnaron los principios defendidos por una nación.

Con los años, la también llamada Crisis de los Misiles o del Caribe se ha movido en una serie de versiones.

Una de ellas respalda la idea de que el episodio se debió a una movida para cambiar la correlación de fuerzas dentro de la Guerra Fría, donde el líder cubano no dudó en aceptar los cohetes y poner su país a disposición de los soviéticos con tal de mantenerse en el poder.

Esa tesis se ha reiterado tanto, que terminó por ocultar la otra realidad, la muy evidente en la vida real.

De entrada estaba claro que el presidente Kennedy andaba dispuesto al ataque. Que Estados Unidos deseaba quitarse la humillación sufrida en Playa Girón. Que una guerra secreta sin precedentes, la Operación Mangosta, estaba en marcha desde el 30 de noviembre de 1961 y que los 5 870 sabotajes realizados en el país entre enero y agosto de ese año respondían a su estrategia de terror y muerte.

Por último, estaba lo más temible: los preparativos de una invasión que debería realizarse en el mes de octubre, señalado en los planes como el momento más álgido de la guerra secreta.

Es decir, como han señalado varios especialistas, la crisis se desataría con o sin los cohetes porque lo que estaba de por medio era la intención de Estados Unidos de restaurar su dominación en la Isla.

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Con tantos encuentros hechos, con tantos artículos y libros publicados, con tantas películas y documentales filmados, pareciera que de la Crisis de Octubre no queda casi nada nuevo por descubrir.

Pero parece que no. Que también hay otros detalles sensibles. Uno de ellos tiene que ver con la idea de que en sus cartas a Nikita Jruschov, Fidel incitó a la Unión Soviética a dar el golpe nuclear.

Las visiones alrededor de las misivas han generado una de las polémicas más arduas en torno a la Crisis de Octubre.

Se ha dicho, incluso, que Jruschov se lanzó a la negociación con Kennedy alarmado por la propuesta del líder cubano.

Pues bien, los análisis sobre los documentos originales y los traducidos detectaron errores de interpretación al llevar las ideas del Comandante en Jefe al ruso.

No fue solo convertir en propuesta lo que se planteaba como una de las posibilidades que podían tomar los hechos.

Fue, además, llevar a la ambigüedad lo que sí se afirmaba con un convencimiento absoluto. Que aún cuando cualquiera de las peores opciones se convirtiera en realidad, incluido el ataque atómico, el pueblo de Cuba estaría dispuesto a defender sus principios y la soberanía nacional al costo de su propia sangre.

Después llegó el anuncio impensado. Y así aparecieron los días tristes; donde muchos lloraron sin pudor, y los primeros en hacerlo fueron los combatientes de la brigada soviética que desembarcó con los misiles, dispuesta a compartir la suerte de Cuba.

Aquel momento fue traumático y, en medio de la frustración que debió sentirse, primaron los principios como el recurso más certero para frenar las posiciones de fuerza de la política internacional.

En consecuencia, las tropas norteamericanas con pasaporte de verificadores internacionales no pusieron nunca un pie en Cuba para avalar la retirada de los cohetes.

Haber aprobado aquella exigencia salida de las negociaciones entre Washington y Moscú hubiera significado una especie de resucitación de la Enmienda Platt.

Por eso las respuestas enérgicas dadas por Fidel en diversos espacios, donde en algunos instantes se borraron por completo los protocolos diplomáticos.

Así, pues, lo que parecía una derrota emergió como una tremenda victoria moral, alcanzada precisamente por el apego a los principios éticos de la Revolución.

Era la fuerza de lo que parecía imposible, y que tantas veces había demostrado su verdadera posibilidad de concreción en tantos episodios de la historia nacional.

Desde ese momento, para miles de personas nada volvió a ser igual. Una huella indeleble marcó sus existencias para siempre; al punto de que unos pocos años después, mientras escribía su carta de despedida en una casa de seguridad en La Habana, un argentino confesó que recordaba especialmente aquellos días de octubre con el orgullo infinito de haber pertenecido por entero al pueblo de Cuba.

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