El acto terrorista provocó cerca de un centenar de muertos y más de 200 heridos. Autor: Archivo de JR Publicado: 03/03/2022 | 08:40 pm
La Historia debe llegar
al alma de los jóvenes.
Miguel Díaz-Canel Bermúdez, 2013
Para pensar, hablar y escribir sobre las explosiones del vapor La Coubre —una de las agresiones más alevosas y viles del imperialismo yanqui contra la Revolución Cubana— hay que darle a las palabras del doloroso recuerdo nueve vueltas en la mente, el papel, la computadora, las manos y la boca.
Nos referimos al sabotaje a bordo de un buque carguero europeo, entonces poco conocido en los mares, que llegó al puerto de La Habana en la tarde del 4 de marzo de 1960, y pocas horas después su nombre recorrió casi todo el planeta.
El navío (de origen francés y de 4 310 toneladas), transportaba hacia Cuba cerca de 80 toneladas de armas y municiones desde el puerto de Amberes, en Bélgica, uno de los más grandes del Mar del Norte y del mundo.
Mientras el material militar se descargaba en los entonces denominados muelles de la Pan American —en la zona portuaria habanera de Tallapiedra— se produjo el inesperado y descomunal estruendo, causado por el explosivo asesino colocado dentro del barco en su viaje hacia Cuba.
El redactor de estas líneas, entonces con 15 años y medio, sin saber lo que ocurría, vio desde la periférica ciudad de Santiago de Las Vegas (como seguramente pudierón apreciar miles de personas desde toda la capital) el enigmático y terrorífico hongo de humo gris oscuro que subía hacia las nubes.
La primera detonación ocurrió a las tres y diez de aquella pacífica tarde, y a la media hora exacta se produjo la segunda, mucho más poderosa y destructiva, operación prevista y ejecutada con la mayor alevosía y premeditación que puede concebirse, porque pretendía matar a los primeros rescatadores que llegaron, o sea, a más personas juntas.
Decenas de jóvenes, obreros, bomberos, policías y soldados se movilizaron de inmediato para rescatar y atender a las víctimas. Ambas explosiones provocaron cerca de un centenar de muertos y más de 200 heridos, muchos graves y mutilados entre los socorristas. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias y el Ministerio del Interior organizaron la movilización y el rescate.
Los explosivos empleados en esta infame agresión se colocaron con horrenda exactitud en el sitio de embarque, de tal manera que fueran activados tan pronto como se movieran las cajas que contenían las cargas.
Desde los primeros momentos, la dirección del país no tenía dudas de que los promotores y autores intelectuales y materiales del abominable atentado eran agentes de la CIA, organización que tiene sus criminales oficinas, clandestinas o no, en casi todo el orbe.
Las distintas pruebas realizadas de inmediato por Cuba, que incluyeron el lanzamiento desde aviones de algunas de las cajas de granadas para fusiles que rápidamente se lograron bajar del buque y trasladar hacia los almacenes correspondientes, demostraron que las dos explosiones no habían sido por «defecto de fábrica» de las armas adquiridas, ni por maniobras accidentales o fortuitas.
El acto terrorista fue concebido, financiado y realizado por el Gobierno de turno de Estados Unidos para impedir a toda costa que la Revolución de los imposibles conquistados pudiera defenderse.
Sabremos resistir cualquier agresión
Al día siguiente, 5 de marzo de 1960, un cortejo de dolor interminable marchó a todo lo largo de la calle 23 rumbo al cementerio de Colón. Allí, a la entrada de la principal necrópolis habanera, en cuya fachada original se afirma en latín Esta es la puerta de la paz, Fidel se dirigió a la enorme multitud enardecida:
«Se quiere que no podamos defendernos, que estemos indefensos (…). Pero hemos tenido la fortuna de ver más claro, de recibir el ejemplo y la lección de la historia que costó tantos sacrificios a nuestros antepasados (…)».
Y declaró también con su proverbial valor y dignidad: «No les quede duda de que aquí, en esta tierra que se llama Cuba; aquí, en medio de este pueblo que se llama cubano, habrá que luchar contra nosotros mientras nos quede una gota de sangre, habrá que pelear contra nosotros mientras nos quede un átomo de vida».
Era ya de noche cuando concluyó, proponiéndoles a los cubanos una nueva consigna: «(…) No solo sabremos resistir cualquier agresión, sino que sabremos vencerla (…) Y nuevamente tendríamos la disyuntiva que aquella con que iniciamos la lucha revolucionaria: la de la libertad o la muerte. Solo que ahora libertad quiere decir algo más todavía: libertad quiere decir patria. Y la disyuntiva nuestra sería: ¡Patria o muerte!».