Jóvenes de Pañuelos Rojos en Prado, este domingo. Autor: Enrique González Díaz Publicado: 14/11/2021 | 04:58 pm
En tiempos de enconos miserables y divisivos hacen falta las cruzadas de amor y belleza, que nos pongan en el lugar del otro, que nos hagan sentir y latir, anhelar, que combatan el frío de la desidia y la apatía, que nos hagan soñar desde la calidez de la ternura.
He leído por ahí, entre algún maremágnum de frases fosilizadas y urgentes de revivir, que el amor es lo más revolucionario, que la oscuridad sólo puede ser destajada con la luz que provoca ese sentimiento sublime de amar. ¿Cuesta tanto, o será que la inflación también ha llegado a los corazones?
Por estos días un grupo de jóvenes tomaron el Parque Central habanero. Se sentaron, armaron casas de campaña, confeccionaron carteles chulos y se anudaron pañuelos rojos al cuello como símbolo de resistencia, de permanencia, de plantar bandera frente al irrespeto, el chantaje y la bilis imperial. Hicieron descargas de poesía, trovaron como peregrinos, cantaron himnos, manifestaron su credo, crearon, cavilaron de lo que está bien y mal, fueron autocríticos, señalaron soluciones y besaron a Martí.
Recuerdo que hay quien los tildó de mamarrachos, acomplejados, caricaturescos, poco cuerdos… pero el odio es así, está siempre donde se adjetiva con saña, donde se les ponen piedra y zancadilla a las emociones. De la locura nace, también, el sentido de la utopía, el no desapretarse del camino, la obstinación de disentir del sistema de explotación que nos quieren imponer y de profundizar el Socialismo como vía para alcanzar la verdadera libertad.
Foto: Cuenta de Twitter de la Presidencia de Cuba
Los acampadores eran tan heterogéneos como sus pintas y formas de soñar, y eso está muy bien porque un proyecto de país, y más el nuestro, debe erigirse desde una sólida multiplicidad de voces que apunten al enriquecimiento de la sociedad. La búsqueda permanente de la justicia social, la unidad y la inquietud por dinamitar el patriarcado, el imperialismo y los extremos fueron, quizás, las semejanzas más notables de aquellos muchachos frescos cuyo desafío fue abrazar con belleza al Apóstol, a Cuba, por 48 horas.
Y estos «rojos» también rindieron homenaje a quienes han fallecido por la pandemia, al personal médico y científico que han trabajado sin descanso porque la salud sea un bien de cada uno de nosotros, a los voluntarios y voluntarias que cuidaron desde la fragilidad de exponerse, a los que han dado momentos de alegrón cuando los nubarrones de un virus tiñeron de gris los afectos y los días… al pueblo, en definitiva, que por su coraje y fuerza merece, parafraseando a un mandatario latinoamericano, el monumento a la dignidad.
Foto: David Gómez Ávila
Periodistas y activistas como Paquito el de Cuba, artistas como Ray Montalvo, Eduardo Sosa, Arnaldo Rodríguez, Duanys Ramos, Annie Garcés, Tony Ávila y el dúo Buena Fe —quienes saben del linchamiento y también de la gratitud— se unieron a la sentada y dejaron escapar de sus gargantas parlamentos y estribillos de respaldo al proyecto social cubano, de concilio, de respeto a la pluralidad y de hermandad entre cubanos.
Foto: David Gómez Ávila
Ni siquiera la lluvia impidió que el Presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez compartiera con los «Pañuelos Rojos» y les expresara su agradecimiento por organizar una «acción antimperialista, ecuménica, de convicciones (…) que defiende la emancipación, el Socialismo y condena las campañas mediáticas contra Cuba».
Foto: David Gómez Ávila
Una amiga me comentó, justo antes de una de las presentaciones en el parque, que este tipo de iniciativas son extraordinarias por la capacidad que tienen de generar sentimientos, de ahondar en la mística de la Revolución, de proponer el hacer política desde enfoques novedosos, de rescatar una erosionada cultura de la participación. Conecté rápidamente su criterio con lo que un día me expresara un profesor querido y lúcido: «la política es la capacidad de reinventarse, de hallar causa común para todas y todos». Ahora mismo nuestras causas también han de ser la paz y la ternura.