De atrás hacia delante, Geovani Lastre Viamoentes, patrón del barco; Mario Aguilar Mendoza, con más de tres décadas ininterrumpidas como pescador, y Osmel Martínez Toledo, a quien el mar le atrajo desde pequeño, como a muchos santacruceños. Autor: Yahily Hernández Porto Publicado: 26/09/2020 | 12:47 pm
SANTA CRUZ DEL SUR, Camagüey.— Camaroneros es casi una palabra encantada y legendaria en lo más al sur de esta extensa llanura central. El genuino apelativo lo mismo identifica a las atrayentes embarcaciones, realce de los amaneceres en la ensenada santacruceña, que a quienes conviven en estas casi todos los días de su vida.
Como los primeros habitantes del mágico litoral sureño agramontino —aborígenes de la cultura mesolítica media, nombrada también Siboney Aspecto Cayo Redondo—, estos hombres se dedican, por tradición familiar, identidad pueblerina y ese gen austral que llevan en sangre, a pescar especies marítimas y comercializarlas en tierra firme.
El proceso de descontaminación de los camaroneros antes de tocar puerto santacruceño se desarrolla de manera rigurosa. Fotos: YAhily Hernández Porto
Con estos hombres de piel bronceada por el intenso sol y el salitre, JR anduvo escudriñando cómo es la nueva rutina de quienes nunca habían tenido que pasar una cuarentena en alta mar.
El mágico diálogo estuvo matizado por la distancia y el vaivén de las olas, pero fue posible gracias a la radio, que nos permitió escuchar las anécdotas de quienes más saben del olor a lluvia y viento, las estrellas, el océano y los peces, a bordo de una de esas embarcaciones de la Empresa Pesquera Industrial de Santa Cruz del Sur, Episur.
Si antes se limpiaba, ahora hay que dejar el bote pulcro, cuentan estos camaroneros.
MAR ADENTRO
En una mañana de este sofocante septiembre, la cámara de Juventud Rebelde tomó por sorpresa al Camaronero Uno, allá donde el cielo abraza eternamente al mar. Luego los llamamos para conocer cómo la vida les cambió desde aquel 11 de marzo, cuando a través de la RFT —dispositivo electrónico que permite la comunicación— ubicada junto al puesto del timonel, se conoció que el nuevo coronavirus había llegado a Cuba.
Así recuerda ese momento Geovani Lastre Viamoentes, el patrón del barco contactado: «Aunque la noticia nos estremeció, estábamos muy lejos de saber su verdadero alcance. Desde entonces la COVID—19 nos ha robado nuestros hábitos, incluso aguas adentro. ¿Quién nos iba a decir que esta enfermedad tendría más tentáculos que un pulpo y más fuerza que un huracán?», reflexionó, e insistió: «No somos los mismos, y en el océano nada es igual que antes».
Lastre sigue la tradición familiar de pescar, que inició hace casi un siglo su abuelo Víctor, y después heredó su papá Carlos: «La gente piensa que solo se sufre aislamiento en tierra firme y siempre les digo que no es así. Las medidas son estrictas, aunque estés rodeado de agua salada.
«Se pueden ver tres, cuatro, cinco camaroneros, y nadie se acerca a nadie. Ahora los barcos están aislados y es muy difícil mantener la comunicación entre pescadores; y eso es duro, porque permanecemos 14 días seguidos en el mar y sólo siete en nuestras casas», dice con agobio.
A Osmel Martínez Toledo el mar lo atrajo desde pequeño, como a muchos santacruceños, y para él no existe nada más triste que cruzarse con navíos de Júcaro, Manzanillo, Playa Florida, Guantánamo, Niquero… y no poderlos saludar como antes. «Un adiós con la mano es lo único que podemos intercambiar», reprocha.
Martínez Toledo lleva más de 20 años como pescador y asegura que «hasta el traguito de café entre amigos en la mañana y las partidas de dominó en las tardes, cuando el mar está quieto y nada pica en el jamo, desaparecieron de nuestros días… y el abrazo entre compañeros también. En medio del eterno silencio del mar, la radio es nuestra salvadora, porque nos acerca a otras tripulaciones. Se eliminó la visita entre barcos y el intercambio de las artes de pesca.
«Esta nueva situación nos lastima el corazón, pero aunque duela hay que cumplir con las medidas para eliminar cualquier posibilidad de contagio», reflexiona.
TOCAR TIERRA
«Si antes limpiábamos el barco, ahora hay que dejarlo pulcro antes de regresar al puerto», comentó Mario Aguilar Mendoza, quien lleva navegando tres décadas ininterrumpidas en los camaroneros. Antes de bajar a tierra, las artes de pesca se enjuagan nuevamente y se desinfectan todas las paredes y barandas, así como el camarote, área del timonel, cocina, nevera… Todo de proa a popa y de estribor a babor.
El diestro pescador aseguró: «Ni los más viejos en este oficio han vivido algo similar. Cuando les preguntamos si alguna vez tuvieron que aislarse en alta mar, aseguran que jamás hubo algo así. Es más, lo que hoy experimentamos es una cuarentena doble, porque no solo nos alejamos del mundo que nos rodea, sino también de los amigos en alta mar».
Este equipo de pescadores conoce su responsabilidad a conciencia.
Ciertamente la pandemia cambió su cotidianidad, pero ante eso hay que resistir: «El barco es nuestra casa también, porque estamos más tiempo en él, así como la tripulación es nuestra familia. Por eso nos cuidamos entre todos, y nos protegemos cada vez que se acerca la embarcación que recepciona nuestras capturas.
«En el mar llevamos los nasobucos en un nailon para que no se mojen, y en cuanto se acerca otro barco o ponemos una bota en tierra los usamos, porque hay que cuidarse dentro y fuera del mar. Antes de llegar al muelle nos bañamos y todas nuestras ropas van para una bolsa sellada, para ser lavadas con precaución».
La Episur cuenta con 61 embarcaciones, las cuales mantienen una tradición pesquera que ni potentes huracanes ni la actual pandemia podrán borrar. Mientras JR apretaba el obturador para «atrapar» al Camaronero Uno poco antes de su atraco en la ensenada, en esta zona marítima se arreciaban las medidas de bioseguridad, porque la pandemia no perdona confianza ni cree en la bondad de estos hombres, curtidos con agua salada.
Diez metros entre las naves
El máster en ciencia Ricardo Muñiz Hernández, especialista de Gestión de la Calidad, Medio ambiente y Bioseguridad de Episur, subrayó a este diario que desde marzo se implementó un plan riguroso de medidas para toda la empresa y para cada área de trabajo específica, que incluye la pesquera.
Agregó que toda la flota sabe que está totalmente prohibida la relación con colegas u homólogos de otras embarcaciones, y el contacto físico o verbal con ellos. Las naves tienen que mantenerse a una distancia de unos diez metros como mínimo.
Aseveró que toda la labor de trasbordo de las especies se realiza con nasobucos y se insiste en el lavado permanente de las manos. El control epidemiológico de la embarcación antes de tocar tierra es supervisado desde el muelle por un técnico de la calidad, responsable del buen manejo de este proceso.