Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El regreso a la vida

Uno de los pacientes trasplantados de hígado de más larga sobrevivencia en Cuba vive en Cabaiguán, donde recibe, de forma gratuita, sus medicamentos desde La Habana

Autor:

Lisandra Gómez Guerra

CACABIGUÁN, Sancti Spíritus.— Han pasado 20 años y el 9 de mayo de 2000 permanece intacto en su memoria. El sonido desesperado de la ambulancia, la serenidad de los brazos que le acogieron, las fuertes luces, el penetrante olor, la incertidumbre, el miedo, el frío… el descomunal frío que se coló hasta cada uno de los huesos.

«Aquello empezó pasadas las 12:30 del mediodía. Al despertar, me sentí muy mal, pero sabía que había vuelto a la vida», describe Artemio García López, cabaiguanense de 69 años, uno de los pacientes trasplantados de hígado de más larga sobrevivencia en Cuba.

Sobre su cuerpo vuelven a hincar las palabras del médico informándole que de no realizar el proceder quirúrgico le restarían apenas seis meses. Nunca será demasiado el tiempo para olvidar y para agradecer esa otra oportunidad de vida. La huella en el lado derecho del abdomen se lo recuerda siempre.

«Casi un año antes de aquel día comencé a tener trastornos estomacales, decaimiento... Jamás había sido enfermizo. Por eso, nos llamó tanto la atención aquella situación y al hacerme un ultrasonido en el hospital de Sancti Spíritus los resultados no fueron nada alentadores. Al saberlo una de mis hermanas que vive en La Habana me sugirió que fuera para allá», retorna sobre cada paso, el Licenciado en Español-Literatura.

Llegó al Hospital Docente Clínico Quirúrgico Joaquín Albarrán con una maleta repleta de inseguridades. Agujas e imágenes recorrieron todo su cuerpo durante varias semanas. Artemio García López tuvo un primer diagnóstico: bazo inflamado y plaquetas muy bajas por lo que era imposible proceder con la laparoscopia.

«Empeoraba por día. A penas podía caminar. Entonces surgió la posibilidad de trasladarme hacia el Centro de Investigaciones Médico Quirúrgicas, (Cimeq), y ahí sí pudieron llegar a la conclusión que tanto temíamos».

Retorna al pequeño salón. Entre él y su esposa, el médico dialoga. Algunas palabras se escurren por los resultados de las pruebas y las mínimas posibilidades de seguir junto a los suyos. Un solo camino hace visible el volver a ser el hombre sin achaques: un trasplante de hígado para borrar la cirrosis criptogénica.

«Se nombra así cuando no se tiene una causa identificable. Me pidió que pensara y valorara con la familia el tratamiento. Sería el octavo paciente en ese lugar en ser trasplantado. Era muy riesgoso, por lo que algunos me aconsejaron que no me atreviera. Pero yo me sentía tan mal que acepté».

Bastaron unos pocos días de espera. En casa de su hermana en La Habana recibió la llamada. Una ambulancia lo aguardaba en la calle y hasta el Cimeq nada lo detuvo.

«Estaba todo listo. Fui directo al quirófano. Un paciente de ese mismo hospital había fallecido de muerte neurológica y sería el donador. Era mi única oportunidad y la aproveché», cuenta y se adueña del silencio porque el dolor se posa sobre cada palabra.

Al abrir los ojos encontró a los médicos a su cabecera. La operación había sido un éxito. Pero, restaban sortear otros muchos obstáculos.

«La hizo un equipo de especialistas cubanos y españoles. Me explicaron que era normal el sentirme mal. Más de 15 medicamentos bombardeaban mi cuerpo. Permanecí allí tres meses. Cada hora significaba una victoria», narra y el rostro se torna luz.

Semejante a la que se posó cuando llegó a Cabaiguán, donde la entrada de su casa se hizo pequeña porque los abrazos y besos acabaron de sellar la etapa de recuperación.

«Aquel 9 de mayo, desde aquí salió un carro lleno de gente para La Habana y las llamadas fueron constantes. Incluso, de mi centro laboral la Empresa de almacenes universales jamás faltaron las atenciones», refiere.

Comenzó ahí una nueva etapa para este cabaiguanense, tan difícil como aquellos meses de ingreso. Una dieta despojada de toda grasa, cero esfuerzos físicos, nada de bebidas alcohólicas…

«Al año me reincorporé a trabajar y al tiempo me jubilé porque me incomodaba no poder hacer lo de antes. Vine para la casa, donde me dediqué a la cría de cerdos y ahora tengo en el patio matas de frutas y plátanos. Hago todos los mandados. Mi vida es bastante normal, aunque mantengo la disciplina».

Una cotidianidad que desde La Habana es seguida minuciosamente. Ni tan siquiera se perdió, cuando la COVID-19 se empeñó en plantar puerto seguro en Cabaiguán.

«Me valoran cada tres meses y me dan de forma gratuita los tres medicamentos de gran costo para nuestro país. Me lo envían hasta Sancti Spíritus y la jefa del programa de trasplante en la provincia me los hace llegar por el sistema de ambulancia», alega e insiste en que no ha pasado un día sin agradecer a Dios, los médicos y enfermeras que lo asisten y a la Revolución.

A la vuelta de 20 años, Artemio García López asegura que jamás perdió la sonrisa, ni tan siquiera cuando las estadísticas no iban a su favor.

«Los siete trasplantados que me antecedieron no sobrevivieron por mucho tiempo. Pero, si regresara al año 2020 volvería aceptar ese tratamiento porque confío en nuestra medicina, soy disciplinado y tengo el apoyo de mi familia, sobre todo de mi esposa».

Con esos ideales esculpe sus días este cabaiguanense porque no olvida ni un solo segundo cuán maravilloso ha sido su regreso a la vida.

 

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.