La moderna granja avícola automatizada tiene más de 56 000 gallinas ponedoras Autor: Yahily Hernández Porto Publicado: 03/02/2020 | 10:01 pm
Camagüey.— Justamente en predios de Las Clavellinas, un sitio de trascendencia en la historia local y cubana, donde se desarrolló el alzamiento de 76 conspiradores camagüeyanos el 4 de noviembre de 1868, se erige hoy un centro que es referencia en la producción avícola nacional: la granja El Uvero, con moderna tecnología instalada —alemana Big Dutchman—, la cual permite que gran parte del proceso productivo se realice de forma automatizada.
A 18 kilómetros de la ciudad capital agramontina se localiza esta unidad empresarial de base (UEB), que funciona desde inicios de octubre con más de 56 000 gallinas ponedoras de raza Leghorn, las cuales, como se dice en buen cubano, son «las niñas lindas» de esta zona y en buena parte de toda la extensa llanura camagüeyana.
Y es que la novedosa fábrica de huevos, segunda de su tipo en el país ―—solo antecedida por la planta instalada en Consolación del Sur—, posee nada menos que cinco pisos de jaulas, de cuatro metros de altura e igual número de hileras de cerca de 130 metros de largo.
En esas «vitrinas» superlimpias, donde pernoctan las miles de aves, la luz es tenue, y se cuenta con 25 extractores de aire y dos paneles de enfriamiento que mantienen una temperatura muy fresca, de unos 23 grados permanentemente. Solo se escucha de vez en cuando el cacarear de las más comilonas, que tragan «lo mucho y lo poco», como suelen decir algunas abuelas.
Creálo o no, esta unidad avícola semeja más un hotel que una nave de gallinas, pues como afirmó su director, Alberto Doval Rivero, económico de profesión, ni las excretas, ni los huevos, ni el pienso se manipulan. «Todo se establece de manera automatizada, a través de esteras, y hasta el alimento llega a cada uno de los picos sin que medien los obreros. Los animales solo tienen que picar y tragar. Nuestros cuatro operarios, quienes permanecen todo el día en vela, las revisan diariamente por si hay algún problema. El trabajo es duro y constante», aseveró.
Explicó que la institución cuenta con una pizarra automatizada que controla la humedad, la temperatura, la recogida de los huevos, las excretas y hasta el suministro de la alimentación. «Ante rotura o cualquier problema suena una alarma que nos alerta e informa de la situación en tiempo real, las 24 horas del día».
Sin estrés hay más producción
Las miles de «huéspedes» que se encuentran en esta nave del primer mundo no poseen ningún contacto con el exterior ni con el sol caliente de la llanura agramontina. Aquí las altas temperaturas, la humedad y otras condiciones adversas del exterior son reducidas casi a cero, como es el estrés en las aves ponedoras, las cuales han roto todos los pronósticos.
Según dijo el Director, a 90 días de iniciada la producción, unos 3 280 219 huevos se habían acopiado sin dificultad. «Todo ello es posible no solo por el valor que imprime al proceso productivo la tecnología instalada, sino también por la constancia y profesionalidad de todos nuestros trabajadores».
Para Alex Yurixander Ávila Ponce de León, especialista veterinario de la unidad, la estabilidad en los horarios de alimentación, programados como un reloj, el suministro de agua y la permanente luz artificial son elementos que determinan la eficiencia ponedora de las gallinas, las cuales demuestran que no paran en su labor.
Destacó además que el cumplimiento de las normas de bioseguridad son divisa principal para prevenir posibles enfermedades en la masa animal. «Se cumplen estrictamente la desinfección de vehículos, en el área establecida para esta labor, y el uso de filtros sanitarios para el acceso a la nave de producción».
Guadalupe Reyes García, una de las operarias del centro, quien se la pasa subiendo y bajando la escalera y recorriendo el inmenso salón avícola, considera que las gallinas son muy sensibles, por lo que cualquier cosa puede desestabilizarlas. «Por ejemplo, si al local entra una persona ajena se estresan, al igual que si uso una ropa con un color difrente al del uniforme, que es el verde.
«Y si por alguna casualidad escuchan un ruido o pitazo de algún carro se asustan tanto que se alteran demasiado. Por todo ello nosotros ni hablamos cuando las estamos revisando. Hasta halar la escalera fuertemente puede originar en ellas un estrés que las haga colapsar. De ahí que haya que andar más que cautelosos y atentos en la nave», apuntó.
Similar experiencia de trabajo es la del joven Lázaro González Rosabal, quien a sus 22 años no pensó tener tantas «hijas» que atender. «La verdad es que las gallinas son como niñas pequeñas, a las que, al menos aquí, no les falta nada. La limpieza del local es constante. Cada persona tiene su escoba, porque no puede haber ni polvo», señaló mientras revisaba la bandeja donde se ponen los huevos que no cumplen con la calidad.
«Aquí se trabaja sin parar, pues los operarios nos encargamos de la limpieza diaria de la nave y de todos los comederos. No obstante, lo más importante es revisar las cientos de jaulas ubicadas en los cinco pisos, para conocer el estado y la salud de los animales», agregó González Rosabal.
Entre las características de esta entidad sobresale la reducción de su fuerza de trabajo a 27 obreros, mientras que en las unidades tradicionales para igual cantidad de animales se requiere a cerca de 60 personas.
Y ha sido motivo de asombros para algunos este dato: en El Uvero se alojan 42 aves por metro cuadrado, mientras que en entidades con la vieja tecnología, se disponen solo 12 por metro cuadrado.
Guadalupe Reyes García, una de las operarias del centro, considera que las gallinas son muy sensibles, por lo que cualquier cosa puede desestabilizarlas.
El joven Lázaro González Rosabal, a sus 22 años, no pensó tener tantas «hijas» que atender.
El aporte de los estudiantes
Durante la visita de Juventud Rebelde a la novedosa granja avícola se conoció que el vínculo de la entidad con estudiantes e investigadores de la Universidad de Camagüey Ignacio Agramonte y Loynaz ha permitido el desarrollo de estudios científicos que repercutirán en la estabilidad y eficiencia de El Uvero.
Así lo destacó el director, Alberto Doval Rivero, quien refirió que los universitarios ayudaron en todo el montaje de los sistemas eléctrico y mecánico de la instalación, y se contó con el aporte de estudiantes y profesores de Veterinaria y de Informática.
Igualmente, aseguró que el intercambio con el prestigioso centro de altos estudios es permanente y que, además, se ha respondido a nuevas líneas de investigación.
Doval Rivero resaltó las relacionadas con las modificaciones que necesitan los carros —escaleras con ruedas móviles—, de la parte interior de las naves, los cuales precisan ser más ligeros y contar con mayor capacidad de traslación
Estos requieren el análisis mecánico integral del motor que lleva esta tecnología, para que, si en el futuro existe alguna eventualidad, se pueda disponer de toda la información y los procedimientos para asumir la reparación.