Composición fotográfica que Amalia hizo realizar en el exilio hacia 1872. Autor: Yahily Hernández Porto Publicado: 13/02/2019 | 07:24 pm
Camagüey.— Si una legendaria unión todavía pervive sobre modernos enamorados y convida a creer en que el verdadero amor puede mantenerse inmune al tiempo, es la de Francisca Margarita Amalia Simoni Argilagos e Ignacio Eduardo Agramonte y Loynaz.
Quizá para salvar del olvido una historia que para muchos representa la muestra fiel del respeto y la entrega incondicional de estos dos camagüeyanos, nació un mito.
Un juramento de lealtad que renace aún en estos días en un frondoso árbol de mamey, plantado inicialmente por Amalia como recuerdo de su Ignacio, y que a más de 150 años recuerda a los apasionados que ese idilio nunca ha llegado a su punto final. JR desempolva una leyenda poco conocida.
Plantando una semilla
Cuenta la excelsa escritora cubana Aurelia Castillo de González en su libro Ignacio Agramonte en la vida privada, los recuerdos de vida que entrelazaron a estos fervientes corazones, un texto en el que describe cómo El Mayor, en medio de las vicisitudes de la guerra, encontró las más sorprendentes maneras de idolatrar a su amada, quien a solo cuatro meses de casada siguió a su esposo hacia el campo de batalla.
Según recoge Castillo de González, Amalia recordaba dos tiernos presentes que le hiciera Agramonte: «… una paloma que los últimos tiros de una refriega hicieron caer atolondrada del árbol en que se hallaba, y un hermosísimo mamey colorado….»
La también fundadora de la Academia Nacional de Artes y Letras de Cuba relata lo que ocurrió con los obsequios: «Pero Amalia no quiso comerla, y conservó la y cuidó la con cariño hasta que las vicisitudes de aquellos días la hicieron desaparecer de su vista... De la fruta guardó la semilla, que anduvo con ella en sus peregrinaciones, y después la sembró en la quinta “Simoni”, donde aún existe el árbol a que dio vida y donde ella reside».
Sin embargo; luego de la alegría por los preparativos del primer año de vida de Ernesto, —primogénito de la pareja y nombrado por su padre como Mambisito—, la tristeza les habitaría para siempre, pues en la mañana del 26 de mayo de 1870 un aviso alarmante sobre la aproximación de las tropas españolas separaría a esta pareja por el resto de su existencia.
El Mayor saldría de la finca a enfrentarlos en el camino hacia San Juan de Dios, pero los españoles contramarcharon hacia Los Güiros y, en ese lugar, hicieron prisionera a Amalia, al pequeño y a parte de su familia. Ella sufriría los rigores de la cárcel y luego los del exilio, mientras que El Mayor seguiría la lucha en la manigua hasta caer en combate.
Pese a esa sufrida y larga separación, Simoni guardaría con recelo aquella semilla de mamey y la sembraría en su Casa Quinta al regresar a la Patria. El destino de aquel regalo hilvanaría su propio mito para convertirse en una leyenda inspiradora y fiel testigo de la devoción de esta mujer.
Un árbol que inspira
El árbol de mamey sembrado por la luchadora de la clandestinidad, Vilma Espín, creció de una manera singular: tiene dos troncos. Yahily Hernández
El amor y la memoria perviven en la génesis de una semilla, un recuerdo honrado por generaciones, quienes, leales a su historia, trascendieron la pasión mambisa en la «Fiesta del Árbol», una ceremonia que iniciara la Escuela Nocturna «Carlos Manuel de Céspedes» en homenaje permanente a Amalia Simoni y al «diamante con alma de beso», como nombrara José Martí a Agramonte.
Múltiples han sido las indagaciones en torno a la suerte de este árbol. La licenciada en Historia del Museo Quinta Simoni, Rebeca Hernández Arcí, expresó a Juventud Rebelde que los estudios abarcan testimonios de descendientes de la maestra Dolores Salvador de Lafuente —hija de Federico Salvador Área, quien compró la Casa Quinta a los hijos de Amalia luego de su muerte—, los cuales coinciden en afirmar que este sí existió.
En la Revista de la Asociación Femenina de Camagüey, de junio de 1922, bajo el título La Fiesta del Árbol. Por la Escuela Nocturna «Carlos Manuel de Céspedes» describe la esencia de aquel acontecimiento alrededor de este árbol místico; de significado especial para los habitantes de esta tierra: «…al conocer la historia del árbol que se levanta (…) se propone dedicarle la atención que merece, ya que el germen de esa planta estuvo en la mano leal y noble del primero entre los camagüeyanos (…) Fue allí, bajo ese mamey (…) donde la escuela “Carlos Manuel de Céspedes” inició su “Fiesta del Árbol”…»
Después de aquella Fiesta del Árbol —aseguró la historiadora Hernández Arcí— se perdió su rastro. «Pero el respeto que sintieron los entonces dueños de la mansión, Dolores y su familia, por los protagonistas de este amor legendario, es que se defiende la hipótesis que mientras ellos permanecieron en la residencia, la planta sobrevivió».
Aseveró la especialista que con el triunfo de la Revolución, al promulgarse la nueva Ley de Reforma Urbana, la Quinta se transformó en una casa multifamiliar, lo cual sugiere dos posibilidades: que la planta tal vez fue talada por alguien que desconociera su significado o derrumbada por un vendaval.
Asimismo, la experta explicó que a mediados de los 80 y principio del 90 comenzaron las labores de reconstrucción para salvaguardar el patrimonio de la Quinta, hasta que se trasladaron los restos de Amalia a su natal Camagüey desde la capital cubana, el 1ro. de diciembre de 1991, pues su voluntad era descansar cerca de su amado Ignacio.
Ese día, nuestra querida Vilma Espín Guillois, presidenta fundadora de la Federación de Mujeres Cubanas, presidió las actividades del póstumo homenaje y declaró el lugar Centro Histórico Cultural Casa de la Mujer Camagüeyana. Allí, para honrar la pasión de estos dos enamorados que se niegan a entrar en el mundo del silencio, sembró un nuevo árbol de mamey en la mansión, específicamente en el Patio de los Pavos Reales, sitio donde Ignacio le confesara su amor a Amalia.
En vez de un tronco, tiene dos
Tal vez el profundo orgullo de los habitantes de este terruño por los protagonistas de esta historia ha influido en que a casi 30 años de aquel gesto de gratitud y reconocimiento la planta sembrada por Vilma Espín creciera de manera singular, porque en vez de un tronco, le nacieron dos, como si esta rareza fuera la encarnación de estos seres, unidos más allá del tiempo, pues trasciende como leyenda que los inmortaliza.
Sobre esa misteriosa manera de formarse, Yaima Fonseca Gómez, especialista del Museo Quinta Simoni, aseveró que algunos conocedores de estas rarezas certifican que no es muy común que dos troncos nazcan de una sola postura, pero que tampoco es un hecho aislado ni irracional, porque se conocen de otros casos.
«Nosotras, al igual que cientos de lugareños, preferimos pensar más allá de investigaciones científicas, que fue tan fuerte el amor entre Amalia e Ignacio que resurgió unido a través de la planta, en el mismo lugar donde se juraron amor y lealtad eterna», explicó.
Por eso, no es casual que de varias partes de la geografía nacional —y más allá de sus fronteras— lleguen enamorados hasta la Quinta para unirse en matrimonio o jurarse lealtad por siempre, justo bajo el místico árbol que para muchos continúa nutriéndose de aquella entrega mambisa.
Fuentes:
Además de la bibliografía referida se suman: Para no separarnos nunca más, de Elda Cento Gómez, Roberto Pérez Rivero y José María Camero Álvarez; La luz perenne: La cultura en Puerto Príncipe (1514-1598), de los coordinadores Luis Álvarez Álvarez, Olga García Yero y Elda Cento, más un colectivo de autores; y Amalia Simoni una vida oculta, de Roberto Méndez y Anamaría Pérez Pino.