Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

De alma y corazón

En una escalada aventureramente guevariana, entre acantilados y pendientes peligrosas, se convirtió el reciente ascenso hasta Caballete de Casa de unos 400 jóvenes

Autor:

Yuniel Labacena Romero

GAVILANES, Fomento, Sancti Spíritus.— Se ha escuchado mucho la frase martiana de que «subir lomas hermana hombres», pero no se comprende totalmente hasta que uno lo vive en piernas y pulmones propios. Que lo digan quienes hace unos días desafiamos los 755 metros de altura, las quebradas casi imposibles y el sobresalto de llegar hasta la cima de Caballete de Casa.

Cuando al fin alcanzamos ese sitio, en el histórico lomerío del Escambray, que atesora las andanzas revolucionarias del Che y de sus combatientes, ya habíamos dejado atrás casi siete kilómetros no exentos de riesgos físicos y traducidos en escaladas interminables, caprichosas raíces, repentinos acantilados…, que solo podrán vencer quienes se empinen en la honra y gloria del Guerrillero Heroico.

«¡Arriba, de pie, son las cuatro de la mañana!», habían levantado a viva voz a quienes organizaban la expedición en el campismo popular La Hormiga, que sirvió de resguardo durante toda una noche. Cuando todo estuvo listo, nos subimos en unos poderosos camiones que, rumbo a Gavilanes, cerca de 12 kilómetros después de la mencionada instalación, se detuvieron más de una vez para coger aliento y seguir loma arriba, porque lo empinado y pedregoso del camino los hacían «sofocarse» igual que a cualquier escalador ajeno a estos parajes.

Cuando las primeras luces del sol aún no se divisaban,  cerca de 400 bisoños de La Habana, Cienfuegos, Villa Clara y Sancti Spíritus comenzamos a ascender, en pequeños grupos, convencidos, como dijo uno de ellos, de «que iban a sentir en carne propia la historia de la nación y andar por los caminos del Che, a crecerse, a inspirarse en él».

Como aliciente nos quedaban los comentarios de habitantes del lugar, corroborado por estos improvisados montañistas, que la fatiga de estos caminos se cura, o al menos se mejora, con la vista panorámica que regala la conocida loma del mirador.

Los «nuevos barbudos» vestíamos con pulóveres, pantalones, tenis, sombreros, gorras, gafas… y hasta cargábamos alguna que otra mochila o jabita con agua, caramelos, panes y dulces para calmar las ansias del camino.

Poco a poco fue aclarando y la marcha se nos hizo más llevadera. Recorrimos casi como un relámpago los primeros cuatro kilómetros que nos separan de la base de Caballete de Casa, ese sitio declarado Monumento Nacional en 1981, y que fue campamento de reserva de la Columna 8 Ciro Redondo, guiada por el Che, escuela de guerrilleros, refugio de los revolucionarios que subían al lomerío y asiento de la planta de Radio Rebelde, que aseguraba las comunicaciones con la Sierra Maestra a finales de 1958.

«Lo bueno comienza ahora, a no amilanarse, unamos todas nuestras fuerzas y ayudémonos unos a otros, todos juntos hasta la cima», nos dijo en tono de aliento Julio César García Rodríguez, funcionario del Comité Central del Partido, que se ha convertido en guía y defensor de estas andanzas por las esencias de la nación.

Nos miramos, respiramos profundo y cogimos fuerzas, porque había que seguir y conquistar como los jóvenes rebeldes las altas cumbres de Cuba.

Mientras una pequeña vanguardia buscaba llegar primero, una mayoría, ya sudorosa, iba marcando el paso, sosteniendo alguna que otra fatiga de aturdimiento en los gemelos, o los calambres que por momentos paralizaban.

Mientras esto sucedía, alguien gritó: «Agárrate para lo que viene: una loma que es mejor no mirar donde termina». A lo anterior le siguió el impulso que nos daba Susely Morfa González, primera secretaria del Comité Nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas: «Vamos, vamos, no paren. Descansen un poquito y sigan, ya estamos llegando».

En el trayecto todos se detenían a observar las conservadas edificaciones, 17 en total, entre las que sobresalen la Comandancia del Che, las barracas que hacían de dormitorios, la armería, el local que ocupaba la referida planta de Radio Rebelde, el anfiteatro…, instalaciones rescatadas a fines de 2010.

Al filo de las nueve de la mañana de un larguísimo sábado, Ana Ortega Báez, del Instituto Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa García, ya había conquistado, a la vanguardia de todos sus compatriotas, ese observatorio natural que constituye Caballete de Casa. Era ella la primera mujer en llegar, y lo hacía con la experiencia de haber vivido los ascensos a los picos Turquino y Cristal, de estar vinculada al movimiento excursionista, y enamorada de la significación que tenía llegar hasta ese sitio.

Uno a uno se fueron sumando los vencedores de estas alturas. Algunos se quedaban en la Comandancia, y a quienes las fuerzas los acompañaban, seguían hasta el mirador. En esa cumbre, junto a la enseña nacional y de la juventud comunista, entonamos las notas de nuestro Himno Nacional y conocimos que fueron los campesinos de la zona quienes enseguida le mostraron al Che Caballete de Casa, cuando se preocupó por buscar un sitio seguro que le sirviera como campamento de reserva y a la vez como centro de entrenamiento.

A 755 metros de altura sobre el nivel del mar se habló del presente y del futuro, y del compromiso de esta generación con los nuevos tiempos que vive el país. También de demostrar que no somos relevo de la generación fundadora de la Revolución cubana, sino continuidad segura, como nos había dicho minutos antes la Primera Secretaria de la UJC.

Se habló también de Martí, del Che, de Fidel y de Raúl y se evocó a la única Revolución que ha existido en nuestra tierra: la que Carlos Manuel de Céspedes comenzó hace 150 años y hoy continuamos.

En aquella altura, cobijados por la historia y la naturaleza, fundidos en un abrazo que es también de la Patria, juramos cuidar por siempre lo que nos han legado nuestros padres y abuelos.

Con esa convicción y luego de un breve descanso emprendimos el camino de regreso. Cuando nos acercamos nuevamente a Gavilanes, no pudimos contener el impulso de bañarnos en un remanso de agua clara a un lado del camino, que servió para contar las pericias del ascenso.

De regreso al poblado y saciada el hambre, se emprendió la ruta de retorno, con el privilegio de haber compartido con Aleida Guevara, la hija del Guerrillero Heroico, y Ernesto Pino Fábrega (Pupo), su arriero mientras estuvo en Caballete de Casa. Regresábamos anchurosos de alma y corazón.

 

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