Jóvenes beneficiados por el Programa Cubano de Implante Coclear junto a la doctora Beatriz Bermejo (sentada). De izquierda a derecha, Adrián, Alejandro y Javier Ernesto. Autor: Odalis Riquenes Cutiño Publicado: 10/12/2017 | 03:20 am
SANTIAGO DE CUBA.— «¡Cariño, mucho cariño! Eso fue lo que nos regaló, eso fue lo que más sentimos», dice resuelta, entre palabras y gestos, la santaclareña Leslie Machado, mientras sonríe y se dispone, junto a varios amigos, a configurar un singular viaje de remembranzas por las sonoridades afectivas de una reciente experiencia que le ha dejado una huella que trasciende cualquier umbral sonoro, para mostrarnos el alcance de los decibeles más inclusivos y generosos de una nación.
«Cuando llegó todos nos sobrecogimos. Venía impresionante, con su uniforme verde olivo. Pero poco a poco nos dimos cuenta de toda la ternura que lo caracteriza. Y esa fue la huella más honda», comenta Leslie —tiene doble discapacidad, auditiva y visual—, uno de los 15 jóvenes beneficiados con las bondades del Programa Cubano de Implante Coclear que tuvieron un singular encuentro con el presidente cubano Raúl Castro en el cementerio Santa Ifigenia.
«Los niños siempre desearon darle las gracias al Comandante en Jefe por esta idea maravillosa que les devolvió al mundo de los sonidos», relata la doctora Sandra Bermejo, asesora de Audiología del Ministerio de Salud Pública, vinculada desde hace 15 años con el programa.
«Pero no fue posible honrar a Fidel en vida. Por eso vinimos a rendirle tributo hasta el lugar donde reposan sus cenizas. Y poder encontrarnos aquí con el General de Ejército fue una sorpresa increíble. A los muchachos les habló de historia, rió con ellos, preguntó sobre el programa. Todo el tiempo hizo que se sintieran como en familia. El hecho de que pudieran escucharlo e intercambiar con él fue todo un privilegio».
Para la santiaguera de 28 años Wendy Velázquez Wong, beneficiada con el primer implante coclear realizado en Cuba, el 4 de diciembre de 1997, el encuentro con Raúl resultó una grata sorpresa. «En el intercambio con él aprendimos mucho, sobre todo aspectos de la historia de Cuba que desconocíamos. Fue un honor que el Presidente del país fuera nuestro guía en la visita al cementerio, que nos explicara con detalles y que se preocupara con un cuidado especial sobre cómo nos sentimos con el implante».
Desde una escucha amorosa, JR se acercó a las historias de algunos de los jóvenes que, como Leslie y Wendy, compartieron con el General de Ejército hace pocos días. Y en lo que cada uno relata es posible entender el trecho humano y reivindicador que nos puede llevar del silencio al sonido.
Ya oigo los pasos de mi mamá
El universo del joven pinero Javier Ernesto Blondín Ayala llegó a ser pequeño y secreto como una semilla. Una hipoacusia severa lo sumió desde la infancia en la más completa soledad; le faltaban los sonidos, las palabras, los colores...
A los tres años su abuela llegó con él a la consulta de la doctora Beatriz Bermejo, para todos Betty, jefa del departamento de Logopedia y Foniatría en el Instituto Internacional de Salud La Pradera. Cuenta la especialista que «él vino con una sordera progresiva. Se le habilitó una prótesis auditiva y comenzamos a trabajar con él. Fue una labor de años; su abuela dudaba, decía que nunca hablaría. Pero un buen día llegó de la Isla de la Juventud y entró corriendo por el pasillo diciendo: “Betty, Betty...”. Tremenda emoción aquella.
«Tiempo después el desarrollo auditivo de Javier se detuvo y eso afectó el lenguaje. El equipo de especialistas a cargo del programa, de conjunto con la familia, evaluamos que tenía condiciones para un implante y decidimos que la cirugía era la opción más feliz», explica la doctora.
Ante la operación, Javier albergaba varios temores como adolescente. «Me preocupaba qué iba a pasar si el implante no funcionaba y me quitaban los restos auditivos, o sea el poquito que podía oír antes».
La tecnología, que hoy Cuba se encarga de mantener al nivel de los países más desarrollados en el tema, permitió cumplir el deseo de Javier Ernesto.
Gracias al Programa Cubano de Implante Coclear, a los 18 años este joven ha salido del mundo del silencio. «Es increíble escuchar cosas que antes no podía. He oído el canto de los pajaritos. Ya siento los pasos de mi mamá y sé cuándo se acerca, los sonidos de los carros, la música», relata con el rostro iluminado.
Javier Ernesto se rencuentra ahora con su entorno. «Busco palabras para reconocer. A veces no pronuncio bien, pero lucho y lucho. Esto es poco a poco. Estoy en tercer año de la especialidad de técnico medio en Comercio. Ahora en diciembre tendré la prueba final y, por supuesto, voy a salir bien».
He conocido el amor
Alejandro Fleitas Peña tiene 20 años; vive en el municipio mayabequense de Güines. «Me implanté cuando apenas tenía un lustro de vida. Los primeros momentos fueron duros para mí y para mi familia, de una soledad muy grande. Tenía que escuchar las palabras y sonidos, aprender a hablar, a integrarme, a relacionarme con los maestros, leer, escribir...
«Me fue difícil, pero lo fui logrando hasta que llegó el momento en que conseguí hacer lo que hacían todos los muchachos de mi edad. Me incorporé a la enseñanza general, hice una prueba de ingreso, y hoy estudio en la Universidad Agraria de La Habana en la especialidad de Contabilidad y Finanzas, y cumplo con mi servicio social como técnico medio en la Empresa TecnoAzúcar, de mi provincia».
Y entre los muchos sueños que habitan entre los miembros de la gran familia del programa, Alejandro conoció el amor.
«Tengo una novia implantada igual que yo. Nos conocemos desde niños. Mi mamá me decía: búscate una implantada, cásate con ella y yo le decía: una implantada, ni muerto, relata desde una gran sonrisa.
«Estuvimos diez años sin vernos. Cuando nos rencontramos, nos quedamos sorprendidos. Ella se llama Liliana Sucet, vive en La Habana, y lleva 16 años implantada, igual que yo. Cursó estudios en un politécnico de Belleza y hoy tiene el oficio de peluquera».
Tengo una vida feliz
Allá en su natal Pinar del Río, Adrián Cándano Barreras, fue un niño alegre y juguetón hasta que a los dos años una meningoencefalitis bacteriana le dejó secuelas auditivas, anulando, al menos por un tiempo, sus travesuras y correrías infantiles.
Poco tiempo después y sin que a sus padres les costara un centavo, Adrián fue beneficiado por un implante coclear. Hoy tiene 19 años y estudia Ingeniería Biomédica en la Universidad Tecnológica de La Habana José Antonio Echeverría (CUJAE).
«Tengo 16 años y unos cuantos meses de implantado. El implante me ha permitido vivir sin limitaciones y conseguir mis objetivos, gracias a los médicos y otros especialistas, a mi familia, puedo interactuar con las personas, y tener una vida feliz. Nada me reconforta más que reconocer los sonidos del mundo».
A Adrián, como a Alejandro y Javier Ernesto les embarga ahora una profunda alegría por haber tenido la oportunidad de estar bien cerca de Raúl. De ese intercambio, que recordarán por mucho tiempo, atesoran todos gratas impresiones que son experiencias únicas de vida.
Veinte años en pos del sonido
En las dos décadas de empeños del programa creado por el Comandante en Jefe Fidel Castro, Cuba ha beneficiado con implantes cocleares en el país a 430 personas con discapacidad auditiva, 32 de los cuales son sordociegos, lo que constituye una experiencia única, y un rasgo que distingue lo conseguido por la nación caribeña ante el mundo.
Según explicó a JR la doctora Osmara Delgado Sánchez, cordinadora del Programa de Discapacidad del Ministerio de Salud Pública, está concebido como un programa multidisciplinario e integral, pues involucra a instituciones y profesionales de toda la Isla.
Para la doctora Sandra Bermejo, mantener el programa es también una forma de homenajear a Fidel, quien atendía personalmente cada detalle de un tratamiento cuyos costos en América Latina oscilan entre 30 000 y 60 000 dólares, y que en Cuba es totalmente gratuito.
A 20 años de creado, explicó el Doctor Antonio Paz Cordovés, presidente de la Sociedad cubana de Otorrinolaringología y coordinador del grupo nacional de implantes cocleares, el programa enfrenta retos como atemperarse al nivel existente en el mundo, donde la calidad de los implantes permite hoy conservar los restos auditivos, con el fin de que puedan ser utilizados en el futuro en otro tipo de implante.