Una larga barba fina, como a los ancianos sabios, le nacen a los libros viejos. En una esquina de La Cabaña están amontonados. En un estante esperan el rescate. Lanzados al azar, los desafortunados, los de la última fila, los inaccesibles. No aguardan salvación salvo un milagro. En su emparedamiento, celda de papel, no llega el sol. Solo una mano ágil los alcanza.
Busqué entre la escoria, aparté la telaraña y encontré. Agonizaba El Coronel no tiene quien le escriba, de un tal Gabriel García Márquez; aplastado, Prisionero del agua, de un rimador con pimienta llamado Alexis Díaz; condenado a reclusión, por sus graves delitos, Crimen y Castigo, de Fiodor Dostoyevski; en la mala vida Dolce Vita, de Heras León. Me los llevé con cuidado, que no se deshojaran, que no se les quebrara más el lomo. Ahora descansan en mi asilo privado. Pronto los despertaré.