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El bolígrafo es un objeto que contiene una bola de acero o tungsteno que en contacto con el papel dosifica la tinta a medida que se la hace rodar. Se le conoce indistintamente como pluma, lapicera, lápiz-pasta, birome o biro. Este último calificativo fue el nombre comercial con que se vendieron los primeros bolígrafos.
Inventado en 1938 por el periodista húngaro Ladislao Biró, la historia cuenta que obtuvo la idea observando a unos niños mientras jugaban en la calle a las bolas. En algún momento una de estas atravesó un charco de agua y al salir siguió trazando una marca del líquido sucio sobre la superficie seca del pavimento.
La dificultad de trasladar ese fenómeno al mecanismo de un instrumento de escritura residía entonces en la imposibilidad para desarrollar una esfera de tamaño suficientemente pequeño.
En 1940 el inventor escapó de la persecución nazi y emigró a la Argentina, donde formó junto con su hermano la compañía Biro Mayne Biro. Al inicio el bolígrafo se vendía como juguete para niños. En 1943 tuvo que «licenciar» su invento a Evershap Faber (Faber Castell), de los Estados Unidos, y en 1951 a la firma Marcel Bich, francesa, que lo desarrolló bajo la marca «Bic».
En Cuba el bolígrafo —de la marca Faber Castell— se conoció a finales de 1944, por comerciantes estadounidenses. El profesor cubano de pintura Alejo Alejo contó que en 1945, en la respetada escuela de San Alejandro, el pintor Carmelo le enseñó el bolígrafo y comentó que servía para dibujar con él.
Pintar con el nuevo instrumento sorprendía por sus trazos y su textura, pero no alcanzó éxito debido a la aparición de los famosos pinceles chinos, que fueron una sensación. Además, no se sabía la consistencia ni duración que tendría lo pintado.
