Pareciera que queda poco por decir sobre las revoluciones independentistas de Cuba (1868-1898) al estudiar la extensa historiografía producida sobre ellas en los 50 años de la Revolución. Sin embargo, aún existe un tema relativo a esta épica histórica que espera por un mayor acercamiento: la cultura artística que las revoluciones de 1868 y 1895 generaron; fenómeno tan importante como sus hazañas militares.
Usualmente sus grandes batallas y combates, los relevantes sucesos políticos, el pensamiento político-militar de sus magnos hombres, constituyen los principales tópicos de los cuales se nutre el arsenal ideológico de la nación. Pero hubo una destacada cultura artística que reflejó, desde el arte y la literatura, los fundamentos políticos e históricos de aquellas luchas. En sus creaciones se depositaron las aspiraciones y sueños de cientos de mambises por alcanzar la independencia. Nuestra cultura mambisa es el punto de partida de uno de los hitos esenciales en la formación de la nación cubana: el nacimiento y desarrollo de una cultura por y para la revolución.
Desde la madre revolución del 68El clarín del 10 de octubre de 1868 convocó a miles de cubanos de diversos orígenes sociales. Muchos profesionales, escritores y poetas se incorporaron de inmediato. Desde los inicios y hasta el final de la insurrección compusieron ensayos, testimonios, cuentos, poemas, himnos y leyes a favor de una educación popular. Renombrados poetas fueron Luis Betancourt, Antonio Lorda, Carlos Manuel de Céspedes, Eduardo Machado, Miguel Gerónimo Gutiérrez y Juan Clemente Zenea. Sus versos, escritos con profundo patriotismo, desbordaron las ansias de libertad de los combatientes. Años más tarde, en 1893, Serafín Sánchez compiló una parte importante de aquellos poemas en el poemario Los poetas de la Guerra que, a su vez, contó con el prólogo de un genio literario: José Martí. Otros escritores como Ignacio Agramonte, Máximo Gómez, Fernando Figueredo, Rafael Morales, Enrique Collazo, Ramón Roa, Manuel Sanguily, Enrique Piñeyro, Manuel de la Cruz y el propio Martí, llenaron decenas de páginas narrando sus experiencias, sucesos, anécdotas y plasmando interpretaciones que dieron luz a la llamada literatura de campaña. Esta piedra angular de la cultura del 68 estructuró el legado escrito del ideario sociopolítico de la contienda.
La composición musical se privilegió con los aportes de Eduardo Agramonte, Perucho Figueredo y Antonio Hurtado del Valle. El segundo nos entregó la letra y música del Himno de Bayamo (1867-68), hoy nuestro Himno nacional; y Hurtado del Valle la letra del Himno de Las Villas (1874). Sus músicas y textos hicieron del combate el espíritu y sentimiento de un pueblo. Varios periódicos dieron cuenta de una prensa seriada en nombre tales como El Cubano Libre, La Estrella solitaria, La Revolución y La República, entre otros.
El gobierno revolucionario —Cámara de Representantes— también hizo de la cultura una bandera. La Ley de Instrucción Pública del 31 de agosto de 1869 concibió la educación masiva de todos los ciudadanos de la República en Armas a través de un sistema de educación primaria. Los dirigentes civiles estimaron que la lectura y la escritura resultaban necesarias para edificar la cultura revolucionaria, superadora de la sociedad esclavista. Sin lugar a duda, el Decreto de abolición de la esclavitud (27 de diciembre de 1870) fue el escalón mayor de la cultura del 68.
Todas estas creaciones ahondaron la ideología de la revolución. La cultura del 68, generada dentro y fuera de los campos insurrectos, legitimó un futuro independiente por conquistar.
Desde la revolución necesaria del 95A cumplir la tarea pendiente del 68 convocó José Martí desde la dirección organizativa de la venidera lucha. El 24 de febrero de 1895 comenzó aquel gran esfuerzo nacional. El pensamiento martiano tuvo en la cultura del 68 sus premisas básicas. A su vez, las ideas y acciones del Maestro nacieron como pilares imprescindibles de la cultura del 95.
Durante el enfrentamiento bélico, nuevos artistas, intelectuales, profesionales y escritores se integraron al Ejército Libertador y los órganos civiles para combatir con las armas y crear obras con el único fin de obtener la definitiva soberanía nacional. Los diarios de campaña de Gómez, Martí, Bernabé Boza, José Miró Argenter, Manuel Piedra Martel, Fermín Valdés Domínguez, Enrique Loynaz del Castillo y otros, continuaron ensanchando la literatura de campaña. Desde sus visiones personales mostraron la independencia como la meta histórica a concretar; por lo que la derrota militar española era el primer requisito indispensable. Las problemáticas internas y externas de la revolución no escaparon a sus ojos. Dieron cuenta de los aciertos y desaciertos que los revolucionarios comprendieron críticamente en el bregar cotidiano. Los que vieron el fin de la guerra hicieron espacio a las ideas sobre la rara presencia norteamericana en 1898.
Los poetas no quedaron atrás. Enrique Loynaz del Castillo, Francisco Díaz Silveira, Bonifacio Byrne, Pedro Piñán de Villegas, Francisco González Marín, Luis de la Cruz Muñoz y Francisco Sellén, escribieron prosas cargadas de patriotismo a pesar de hacerlo sin un riguroso preciosismo académico. Por su parte, decimistas y repentistas cantaron a la naturaleza cubana, a la patria y sus héroes, al hombre del campo y la ciudad, a los mitos y leyendas (anécdotas o pasajes famosos) que iba forjando el independentismo.
Loynaz del Castillo fue el autor del Himno Invasor (15 de noviembre de 1895). Pero también el vicepresidente del primer Consejo de Gobierno, Bartolomé Masó, compuso un segundo himno, menos conocido, en dos estrofas. Otro aporte musical lo brindó el comandante Julián V. Sierra al componer los 36 toques de corneta que rigieron la vida en campaña. Como parte de esa producción cultural hoy sabemos que durante la revolución se editaron dentro y fuera de Cuba más de 50 periódicos proindependentistas. Patria, El Cubano Libre, La Sanidad, La República, El Boletín de la guerra, fueron algunos de ellos.
Con mayor fuerza que en la revolución del 68, las imágenes del 95 se plasmaron en varios bocetos, plumillas, caricaturas, óleos, lienzos y decenas de fotografías. El afamado pintor Armando Menocal captó hechos y figuras importantes de la contienda. Su permanencia como oficial en el Ejército Libertador durante aquellos años le posibilitó crear obras que hoy son patrimonio nacional, como su cuadro La muerte de Antonio Maceo (1908). El llamado teatro mambí escenificó momentos míticos y personalidades de la revolución.
La cultura del 95 fue hija de la del 68. Ambas aportaron obras al pensamiento político de la nación. Por ellas hoy podemos conocer las complejidades sociopolíticas de fines del siglo XIX, en las cuales Cuba tuvo que desarrollar sus luchas liberadoras. Además de cimentar las bases ideológicas de nuestro ideario revolucionario, legaron una estética, un modo de hacer y asumir la cultura cubana que, con el triunfo de 1959, se adentró en una nueva etapa hasta el presente, es decir, para reverdecer y legitimar la hegemonía revolucionaria a lo largo de estos 50 años.
Desde la revolución permanente del 59El año 1959 inició una refundación de la cultura nacional. El rescate del legado martiano, comenzado desde la década del 20 de ese siglo, probablemente haya sido la primera conexión posterior al triunfo entre el 68, el 95 y el 59. Al unísono y a lo largo de la década de los 60 se estableció también una reinterpretación histórica e ideológica de las dos revoluciones mambisas. En 1968 el Comandante en Jefe Fidel Castro proyectó una lógica histórica entre independentismo decimonónico y revolución triunfante, cuando en su discurso por el centenario del 10 de Octubre expresó: «(...) Nosotros hubiéramos sido como ellos y ellos hubieran sido como nosotros (...)». Antes y después de esta memorable intervención ya se estaba produciendo la irrupción de una nueva historiografía sobre el 68 y 95 bajo las nuevas realidades históricas. Entre 1967 y 1970 se reeditó casi toda la literatura de campaña conocida hasta ese momento.
En la pintura nacional de los 70, Raúl Martínez nos entregó disímiles obras de un Martí más cercano y combatiente unido a los nuevos protagonistas de la Revolución del 59. En los 80, Juan Francisco Elso lo haría con una mayor cercanía a Latinoamérica. Desde los 90 e inicios del siglo XXI, Roberto Fabelo mantiene la tradición, como otros muchos creadores artísticos. Martí es motivo y tema permanente del arte en revolución.
Tal vez en la música la antológica pieza El Mayor de Silvio Rodríguez (1973), sea de las primeras canciones que dieron cuenta de una presencia de la cultura mambisa en el 59. En el cine Lucía, La primera carga al machete y Baraguá, ejemplifican esa conexión. Los versos martianos han sido musicalizados y cantados por más de una generación de artistas. La escultura ha diseminado por todo el país bustos, estatuas y monumentos que se encargan, desde su fuerza estética, de conservar la identidad entre las tres revoluciones. Entonces es indispensable que nuestro Día de la Cultura Nacional tenga una inspiración mambisa al tomar el 10 de octubre del 68 como su momento germinal. La cultura mambisa ha brindado a la Revolución del 59 todo un universo de ideas políticas y sociales que sostiene decisivamente su hegemonía cultural, ya por cinco décadas. Esa hegemonía no está sustentada únicamente en las ideas políticas y el discurso ideológico, sino en el sistema de relaciones sociales que estructura la sociedad. La cultura mambisa forma parte indispensable de ella a través de nuestro sentido nacional de patria y país, que se desenvuelven en determinadas asunciones cotidianas del cubano. El 68 y el 95 nos han transmitido la necesidad histórica de liberación nacional y revolución social como esencia de nuestro actual proyecto político. Aquellos pinceles, partituras, escenarios, versos, narraciones, ensayos y discursos todavía hoy nos convidan a defender una idea crucial: amar a esta Isla irrepetible.
*Profesor de Historia de la Cultura Cubana, Universidad de La Habana