Él fue el primero que nos enseñó en pensar. Hace exactamente 220 años nacía en La Habana, el 20 de noviembre de 1788, Félix Varela Morales, hijo de Don Francisco Varela y Pérez, teniente del regimiento de fijos de La Habana, natural de Tordesillas, Castilla la Vieja, España, y de María Josefa Morales y Medina, santiaguera.
Su primera infancia transcurre junto a toda su familia en San Agustín de la Florida, que era posesión española, porque su abuelo materno, el Coronel Bartolomé Morales, había sido nombrado Gobernador allí. Sus estudios de Música, Gramática, Latinidad y Humanidades los inició con el padre Miguel O’Reilly, quien sin dudas ejerció una fuerte influencia sobre él.
Al regresar a La Habana en 1801, matriculó en una de las mejores instituciones de su tipo en América Latina: el Colegio Seminario de San Carlos y San Ambrosio. Aquí cursó Gramática Latina, Filosofía, Lógica Mayor y Teología. Estudió con el sacerdote y maestro José Agustín Caballero, que desempeñó un destacado papel en la enseñanza de un nuevo pensamiento filosófico basado en el método electivo que abriría el camino a nuevas ideas y al desarrollo de las ciencias naturales. Varela fue preceptor de Latinidad de esa prestigiosa institución, y, con posterioridad, maestro de Filosofía, nombrado por el obispo Espada. Organizó las tertulias literarias en las que compartió con sus alumnos los temas de cultura, filosofía, ciencia y patria; sin dudas, sus materias preferidas.
Por las mañanas impartía las clases de Filosofía, y por las tardes, las de Constitución, cátedra obtenida por oposición, en la cual encaminó su pensar político, considerándola como la cátedra de la libertad, de los derechos del hombre, de las garantías nacionales. Recordemos que en 1820 una rebelión militar impuso a Fernando VII el régimen constitucional y en Cuba se crea la Cátedra de Constitución en el Seminario de San Carlos por iniciativa de la Sociedad Económica de Amigos del País, y dicha cátedra fue ocupada por Varela.
Aquí ganó las simpatías de los reformistas constitucionalistas, que le nombraron diputado a las cortes españolas. Al publicar un texto de despedida dijo ser «un hijo de la libertad, un alma americana», frase que encerraba ya su proyección política de defensa de la cubanía, en el contexto emancipador americano ante el parlamento español.
En el plano social, participó en la fundación de la primera Sociedad Filarmónica de La Habana. El 24 de enero de 1817, es admitido, por unanimidad, como socio de número en la Real Sociedad Económica de Amigos del País, de la que, posteriormente, fue nombrado Socio de Mérito. En ella se incorporó a la sección de Educación, donde expuso sus novedosas ideas pedagógicas. Su discurso de ingreso se tituló «Influencia de la ideología en la sociedad y medios de rectificar este ramo».
En 1821, con motivo de partir hacia España para cumplir su misión ante las Cortes Españolas, se despide del país a través de la prensa. El 28 de abril embarca hacia el puerto de Cádiz, en la fragata la Purísima Concepción, pero su elección fue invalidada por el poder colonial. Tiene que esperar por otro nombramiento.
Al ser despojado de su condición de diputado, llegó a comprender que los cambios políticos y económicos del país no eran alcanzables si dependían de las decisiones de la metrópoli, y se planteó desde entonces la extinción de la esclavitud y la independencia nacional por las vías más radicales.
Al año siguiente es electo diputado nuevamente y presta juramento el 3 de octubre en el Parlamento español. Presenta los proyectos sobre la independencia de América y el del gobierno autonómico, que después superó con la idea de «ver a Cuba tan isla en lo político como es en la naturaleza». Elabora un «Proyecto de decreto sobre la abolición de la esclavitud de la isla de Cuba», pero no llega a presentarlo.
En 1823, ante la caída del régimen constitucional, motivado por la traición de Fernando VII y la restauración del absolutismo, se refugia en Gibraltar. Después parte a su obligado destierro hacia los Estados Unidos. En diciembre llega a Nueva York, tenía 35 años de edad. No volverá a ver su tierra natal. Allá desarrolló su actividad como pastor, vicario y teólogo y se mantuvo siempre al tanto de lo que acontecía en Cuba. Sostuvo reuniones con sus discípulos liberales y antiabsolutistas, entre ellos José Antonio Saco. En 1840, participa —con tres cartas— en las Polémicas Filosóficas, que se efectúan por esa época, en Cuba.
De este recorrido por su vida ejemplar podemos extraer algunas enseñanzas. Los revolucionarios de la Generación del Centenario estuvimos influidos por la escuela del Padre Varela, tal como nos la reveló José de la Luz y Caballero y nos la exaltó a las cumbres más altas José Martí. Ellos fueron pilares de la educación de este país; figuras cuyas vidas y pensamientos deben inspirar las más profundas reflexiones patrióticas, filosóficas y pedagógicas.
De sus ideas aprendimos el amor a la libertad, la igualdad, la verdad, la justicia, el compromiso de realizar un servicio en favor de los hombres y la vocación de universalidad que es la más singular cualidad de Cuba en el concierto de naciones.
Luz y Caballero dijo que Félix Varela fue el hombre que nos enseñó a pensar primero. Podríamos agregar: Luz nos enseñó a conocer; y Martí, en base a esta tradición, y a su genio, a actuar. Sobre estos fundamentos Fidel Castro nos ha enseñado, y nos continúa enseñando, a vencer. Pensar, conocer y actuar en función de los intereses de los pobres y de toda la humanidad están en la raíz de la cultura decimonónica cubana que constituye el fundamento de la cultura general integral que las más importantes figuras de nuestra intelectualidad han sustentado.
En la cultura cubana, desde los tiempos forjadores de la nación, los principios éticos de raíz cristiana adquirieron un papel clave en nuestro devenir histórico. La ética ha sido durante milenios el tema central de las religiones. Por ello he afirmado que la importancia de la ética para los seres humanos, la necesidad de ella, se confirma por la propia existencia de las religiones.
Su valor y significación son válidos tanto para los creyentes como para los no creyentes pues ella se relaciona con las apremiantes exigencias del mundo actual. Los creyentes derivan sus principios del dictado divino. Los no creyentes podemos y debemos atribuírselos, en definitiva, a las necesidades de la vida material, de la convivencia entre los seres humanos. Puede apuntarse como una singularidad de nuestra tradición cultural el no haber situado la creencia en Dios en antagonismo con la ciencia, se dejó la cuestión de Dios para una decisión de conciencia individual. Así se asumió el movimiento científico moderno y ello permitió que la fundamentación ética de raíz cristiana se incorporara y se articulara con las ideas científicas, lo cual abrió extraordinarias posibilidades para la evolución histórica de las ideas cubanas.
En nuestros días, las ciencias de la naturaleza, y en especial las vinculadas a la vida humana, están brindando una conclusión acerca de que no es correcto establecer una división o separación radical, como ha sido costumbre, entre el mundo llamado objetivo y el denominado subjetivo. Los más actualizados descubrimientos de las ciencias de la vida nos muestran señales muy importantes para encontrar los fundamentos filosóficos que necesita el siglo XXI. Estos descubrimientos vienen a subrayar, una vez más, lo avanzado del pensamiento filosófico decimonónico cubano y en especial el de José de la Luz y Caballero hace más de 150 años.
Fachada del Colegio Seminario de San Carlos y San Ambrosio, donde Varela estudió y, posteriormente, fue preceptor de Latinidad y Maestro de Filosofía. Sobre la base de estos antecedentes, las ideas políticas y el pensamiento social cubano se articularon en el siglo XX con la cultura europea de Marx y Engels insertándose en nuestra identidad a partir de una interpretación original, como siempre lo ha hecho América Latina con lo que le ha llegado del exterior. Por esto insistimos en que el ideal socialista en Cuba se orienta por la interpretación de Mella, Martínez Villena, el Che y Fidel. Fueron los elementos de la tradición cubana y latinoamericana los que crearon los antecedentes de nuestras ideas de hoy.
Investigar, estudiar y promover los vínculos que unen a todos estos componentes espirituales, piezas maestras de la tradición intelectual de la historia de Occidente, solo se puede hacer sobre el fundamento de una síntesis universal de ciencia y conciencia. Lo más trascendente está en que ello constituye una necesidad objetiva para salvar la civilización occidental del caos creciente.
Está a la vista la fractura de las bases éticas, políticas y jurídicas de las sociedades más desarrolladas de Occidente, y en especial la norteamericana actual, la cual constituye, como se sabe, el poder hegemónico del capitalismo mundial.
Por estas razones, y en cuanto a Cuba y sus tareas educativas, científicas y sociales inmediatas, se impone el fortalecimiento jurídico y cultural sobre el fundamento de la historia nacional, latinoamericana y universal; es necesario hacerlo con independencia de los procesos intelectuales acaecidos en otras zonas del mundo. Luego se podrían hacer las debidas comparaciones. De esta manera estaríamos actuando en la forma en que expresamente nos aconsejó Carlos Marx.
A 220 años de su natalicio, Félix Varela sigue inspirando nuestro combate por una Cuba libre e independiente con esa radicalidad que lo acompañó hasta su muerte y que él armonizaba y equilibraba con su bondad e inteligencia. Recordemos que en 1833, cuando la corona española le otorga el perdón que le permitiría regresar a Cuba lo rechaza, por considerar que no había nada que perdonar, porque su acción era constitucional y no criminal.
Cuando ya casi había perdido la visión, y el temblor de las manos le impedía escribir y tocar el violín, mantuvo hasta el último momento la fe en Dios y en la juventud cubana. Nosotros somos herederos y continuadores de su legado en el que se conjugan los dos grandes planos del pensar cubano: la filosofía y la política.
La enseñanza mayor que los cubanos de hoy podemos tener de este inmenso legado de Félix Varela se expresa en el siguiente párrafo de José Martí en su artículo Maestros ambulantes en 1884:
«La felicidad existe sobre la tierra; y se la conquista con el ejercicio prudente de la razón, el conocimiento de la armonía del universo, y la práctica constante de la generosidad (...) Ser bueno es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre».1
1 José Martí. Obras Completas. Maestros ambulantes, t. 8, p. 289