MANICARAGUA, Villa Clara.— Camino a la comunidad de Jibacoa, en el Escambray, como a unos ocho kilómetros de esa localidad, hay un lugar donde la parada, del forastero o el nativo, resulta obligada para refrescar y contemplar el impresionante paisaje.
Julián Rodríguez, al frente del organopónico La Cueva, ubicado cerca del agradable paraje, cuenta que hace tiempo que está allí el proveedor de agua, inmutable, sin dejar de complacer a los viajeros sedientos.
«Imagínate que yo tengo 61 años y mi padre me llevaba allí. Él nos contaba que desde que tenía uso de razón conocía el lugar. ¡Oiga!, la naturaleza le zumba», exclama. El agua cristalinísima, bien fría, que brota desde las entrañas de la tierra, no tiene comparación.
Al principio el paraje carecía de un nombre y la gente cuando hablaba sobre la calidad del agua solía decir que la mejor era aquella del manantial de la carretera a Jibacoa. Luego alguien la bautizó como el Chorrito del Antojo, y el nombre prendió.