CIEGO DE ÁVILA.— Era un buen día para salir al monte. Entre las casas y los peñoncitos cubiertos de vegetación, se veían trozos de un mar tranquilo y con un azul suave. El abuelo le dijo al nieto: «Vamos», y salieron por el patio, camino a la manigua.
«Aquello pasó como en enero de 2005», recuerda Alipio Alfonso Rojas, jubilado y vecino del pueblito de La Loma, en la Isla de Turiguanó, al norte del municipio avileño de Morón. «Fuimos a buscarles comida a unos chivos que tiene el niño; Rigoberto Góngora Román es su nombre. Él fue el que encontró la cosa».
Cuenta que bajaron, con la bicicleta de la mano, por un trillo cubierto de un polvo grisáceo; iban con la mirada pegada en los hierbazales y conversaban cuando el niño exclamó: «Abuelo... ¿qué es esto?».
Alipio se acomodó los espejuelos. «A ver, ¿qué viste?». Riguito buscó entre unos matojos y sacó algo parecido a una piedra. «Esto... mira». El abuelo lo tomó en sus manos. Lo miró un buen rato en silencio, lo volteó una y otra vez.
Algo no andaba como tenía que ser. Aquello no era un pedazo de roca, aunque lo parecía. Era plano y el que lo había hecho, se había tomado su tiempo golpeándolo hasta hacerle los bordes donde estaba el orificio que lo atravesaba completo.
Alipio movió varias veces la mano, como si le tomara el peso, y le dijo al nieto: «Esto no es una piedra, ni es de gente de aquí. Esto es de los indios».
LAS PIEZAS QUE EL MONTE ESCONDIÓAlipio muestra el estenolito y la segunda hacha encontrada por Ernesto Alarcón. Foto: Nohema Díaz Muñoz «Es un estenolito», confirma el doctor Jorge Antonio Calvera Rosés, director del Proyecto Arqueológico de Los Buchillones. Luego de hecho el reporte al Centro de Investigaciones de Ecosistemas Costeros (CIEC) de Cayo Coco, perteneciente al Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, se realizaron los encuentros para comprobar la autenticidad de los hallazgos.
Sin embargo, dentro de poco se iniciarán las exploraciones, con el apoyo de la sede universitaria del municipio de Ciego de Ávila, por lo que ahora se hacía el definitivo en casa de Alipio.
Calvera vuelve a examinar la pieza y añade: «Los aborígenes lo usaban con fines mágico-religiosos y no es común que aparezca en las exploraciones arqueológicas. Encontraron algo interesante».
Lo devuelve y Alipio lo coloca entre varios objetos, alineados sobre una mesita en la sala de su casa. Calvera pregunta: «¿Apareció muy lejos de aquí?». «A un kilómetros más o menos —responde Alipio—, como quien va a la costa por el norte». «¿Por ahí no está Punta Cerrillo». «¿El Cerrillo? Un poco más “alante”; pero esto no es lo único que ha aparecido en Turiguanó. No, qué va».
Y cuenta. En la década de 1950, cuando la isla era el feudo del ganadero norteamericano Ezar J. Baker, Evelio Quesada Buchillón, quien entonces era un niño, monteaba cerca de la loma del Quiniento, cuando a la entrada de una cueva se encontró un hacha de piedra grande y bien pulida.
Evelio se la entregó a Mr. Baker, y este se la debió llevar con él cuando se fue de Cuba, al triunfo de la Revolución. Luego, en 2004, otro vecino, Marcelino Raciel Cruz Leiva (Carpetica), se topó con un fragmento grande de estenolito en las cercanías de los almacenes de la Empresa Pecuaria-Genética de Turiguanó.
Así de grande era el hacha que saqué de los mangles, recuerda Ernesto Alarcón. Foto: Nohema Díaz Muñoz Pero ese mismo año, Ernesto Alarcón, de la finca uno de la Pecuaria, halló un hacha petaloide. «Es esta, miren», dice Alipio y la muestra. Es de color negro y bien pulida. «Esto parece un material volcánico», comenta Calvera. Frente a él está el profesor Héctor Izquierdo Acuña, investigador de la Oficina del Historiador de la Ciudad de Morón. La detalla y dice: «Sí; pero ese material no existe en la isla. ¿Alarcón, dónde encontró el hacha?». Alipio sonríe: «Frente a donde él vive, como quien va para El Cerrillo».
«Fue en el terreno ese, frente a la casa; lo habíamos acabado de arar para sembrarle pasto al ganado», relata Alarcón. «Iba repasando un surco cuando la vi metida entre los pedruscos. Pero esa no es la única. En los 70 y pico encontré otra. Así de grande, pulida cantidad y con una marca, como para asegurarla en la mano. Era un hachón. Se la di a un amigo y no se la he pedido por pena. ¿Que dónde la encontré? Ahí mismito. Metida en el fango y enredada con unos mangles de El Cerrillo».
SEÑAL DE ALARMALas casualidades se están acabando en El Cerrillo, enfatiza el doctor Jorge Calvera Rosés. Foto: Nohema Díaz Muñoz ¿Qué esconde la isla? Durante los últimos meses esa ha sido una pregunta persistente en los arqueólogos. Cuando en 2004 se descubrieron los paraderos que los taínos de Los Buchillones tuvieron en los Jardines del Rey, los ojos se dirigieron entonces a Turiguanó.
«La isla tiene todas las condiciones para que se desarrollara un asentamiento», explica el doctor Calvera. «Tiene agua potable, montañas con cuevas, tierras fértiles, bosques y el mar para realizar pesquerías. Era muy raro que en todos estos años no se hubiera registrado una buena cantidad de hallazgos».
La duda se acrecentó al comprobarse que los taínos tenían una amplia capacidad de navegación y que fácilmente podían recorrer en canoa la distancia que hoy separa a Punta Alegre —donde se localizó el asentamiento de Los Buchillones, en el municipio de Chambas—, de las aldeas que existieron en las inmediaciones de la Loma de Cunagua, en Bolivia.
¿Si esos aborígenes podían recorrer grandes distancias por mar, entonces por qué no aparecía nada en Turiguanó, que se localizaba en el centro de esas dos áreas de asentamiento?
«Hasta hoy no había aparecido ninguna señal de cultura taína, explica el profesor Héctor Izquierdo. En la segunda mitad del siglo XX, Turiguanó fue explorada por el grupo Canoabo, el cual estaba integrado por aficionados a la Arqueología. Ellos localizaron un asentamiento de preagroalfareros, el grupo menos desarrollado de los aborígenes que existieron en Cuba, en la playa de Los Musulmanes, en el extremo sudoccidental de la isla. Después, en la década de los 70, los arqueólogos del grupo Guarionex volvieron a revisarla y no descubrieron nada».
Pero los últimos hallazgos, más los 16 fragmentos de cerámica localizados, también en Punta El Cerrillo, por el doctor Calvera a mediados de los años 80 del pasado siglo, han disparado la señal de que Turiguanó guarda más de una sorpresa.
«Aquí hay varios elementos interesantes, dice Calvera. Primero, una característica del taíno es que lo pule todo y esos estenolitos no lo están. Ello indica que esas piezas pertenecían a los preagroalfareros, pero se han encontrado en territorio taíno. ¿Qué ha pasado aquí? Segundo, ¿con quién estaban emparentados los asentamientos que puedan aparecer en Turiguanó? Los fragmentos de cerámica de Punta El Cerrillo se parecen a los que se recogieron en Cunagua. Es probable que las comunidades que existieron en la isla fueran un desprendimiento de las aldeas del municipio de Bolivia. Y tercero, ya no son casualidades los hallazgos en El Cerrillo. Se han encontrado muchas piezas y de buena calidad. Eso indica que ahí pudo existir un sitio habitacional muy estable. ¿Qué tamaño tenía y cuál es el desarrollo que alcanzó? Eso hay que descubrirlo, por lo que se impone algo. Hay que explorar la zona en profundidad».