Mantener la velocidad establecida por parte de los conductores de «camellos» evitará que ocurran accidentes catastróficos. Foto: Calixto N. Llanes Viaje repleto de sustos y sorpresas. Al principio era casi insoportable por la extrema lentitud del chofer y el excesivo calor. De momento todo cambió. Los pasajeros tuvieron la sensación de estar en una competencia de Fórmula Uno, al estilo de Michael Schumacher.
El cambio brusco ocurrió cuando el conductor del metrobús, conocido popularmente como «camello», se percató de que una guagua de un centro laboral le pasó por el lado como una exhalación. De inmediato el citado chofer aceleró al máximo para llegar primero a la próxima parada.
Aunque parezca increíble, aquel «camello» violó lo establecido a pesar de llevar alrededor de 300 personas, las cuales vivieron minutos con los nervios de punta por la gran velocidad que el conductor le imprimió al equipo.
Por suerte el viaje culminó sin accidente. Mas no siempre es así. Historias como estas se repiten con frecuencia en las calles capitalinas y algunas han terminado muy mal.
Las cifras así lo demuestran. Los «camellos» participaron el pasado año en 71 accidentes de tránsito, los cuales dejaron ocho muertos y 31 lesionados. En lo que va de 2006 han estado involucrados en 38 choques, en los cuales perecieron tres personas y otras 80 resultaron heridas, según informó Pedro Brindis, funcionario de Seguridad Automotor en la Empresa Provincial de Metrobús.
Lo que tal vez sorprenda a muchos es conocer que en la mayoría de los incidentes en los que ha estado involucrado algún «camello», según las actas de las investigaciones, la responsabilidad es casi siempre del conductor del otro vehículo.
¿DINERO POR SEGURIDAD?Aunque los dictámenes técnicos digan lo contrario, gran parte de la población considera que muchos conductores de metrobús —en determinadas ocasiones— cometen infracciones que ponen en riesgo la vida de muchas personas, principalmente cuando sobrepasan los 50 kilómetros por hora de velocidad permitidos para ese tipo de vehículo.
«Cojo el M-2 tres veces al día y en ocasiones hasta rezo, porque hay choferes que manejan como si trasladaran materia prima. Me aterran. ¡Óigame!, ningún carro debe correr más de lo establecido, mucho menos estos que llevan a tantas personas», dijo Luisa Ramírez, una capitalina de 37 años.
Otra que se quejó de ese corre-corre fue Zenaida Reyes, quien viaja diariamente en el M-7. «Cada vez que una guagua le pasa al “camello” eso es de película. Los pasajeros se aguantan como pueden porque saben que ahí mismo se formó la competencia por llegar primero a la próxima parada».
«Es increíble que por 20 centavos más o menos algunos choferes arriesguen la vida de tantas personas y las de ellos mismos. He visto conductores que circulan como a 80 kilómetros en tramos como el Túnel de La Habana, Avenida de Rancho Boyeros, y Calzada de Güines, entre otros», manifiesta el capitalino Luis Emilio López.
Este diario recogió en una mañana alrededor de 60 testimonios similares a los anteriores. Todos coincidieron en que en ocasiones los «camellos» y otros medios de transporte público circulan a una velocidad superior a la permisible, lo cual los convierte en inseguros.
Algunos conductores de metrobús reconocen sus violaciones de la velocidad establecida, las cuales justifican alegando que corren para cortarles el paso a las guaguas «piratas», como las llaman.
«En ocasiones he sobrepasado la velocidad establecida porque las guaguas “piratas” se adelantan y me dejan las paradas vacías. Si eso sucede en horario pico no se nota mucho, de lo contrario sí. Nosotros tenemos que entregar una recaudación diaria y si incumplimos perdemos la estimulación», alega Juan Díaz, chofer de un M-7, con lo cual coincidieron otros choferes.
Los pasajeros que viajan en el carro de Luis Gabriel Rodríguez, chofer del M-7, pueden experimentar diferentes sensaciones cuando otra guagua supera al vehículo. La reacción de Gabriel varía en dependencia de factores que solo él conoce.
«A veces me da por acelerar y pasarle, para coger la parada llena, otras veces los dejo que se vayan, y en ocasiones hasta los bloqueo en las paradas para que no puedan salir hasta que termine de recoger. Eso depende de cómo tenga el día», dice Luis.
El joven Ángel Ramírez, chofer de la ruta 3, manifiesta que debe entregar 84 pesos diariamente y que en ocasiones para cumplir debe aplicar dos variantes: una es acelerar un poco más de lo admisible, y la otra retrasar un poco el ómnibus para esperar a que se llenen otra vez las paradas.
Según Ramón Bacallao, conductor de un metrobús de la línea M-4, cada día se le hace más difícil entregar los 600 pesos que le exigen. «Cada vez hay más guaguas “piratas”. Yo las he visto hasta de otras provincias transportando pasajeros en la capital, y sin autorización».
Bacallao refiere que aunque recientemente perdió los 13 pesos convertibles de estimulación, él no competirá con otro conductor por algunos pasajes. «No arriesgaré mi vida y la del personal que transporto por ningún dinero».
Según sostiene Yuri González Perea, director de la Empresa de Metrobús en la capital, está demostrado que sus trabajadores pueden cumplir con las recaudaciones establecidas sin tener que pisar el acelerador hasta el fondo. «Si corren no es para cumplir con la entrega del efectivo. Lo hacen por afán de lucro», afirmó el directivo.
CORRENLa gran cantidad de personas que generalmente se encuentran en las paradas capitalinas echa por tierra la teoría de que las guaguas «piratas» «roban» los pasajes. No hay por qué correr. Foto: Franklin Reyes Durante cinco horas, y en distintas partes de la ciudad, este diario comprobó el comportamiento de conductores de «camellos», con el apoyo de agentes de la Dirección Nacional de Tránsito, mediante equipos de medición (pistolas) de velocidad.
En esas cinco horas del pasado jueves en la tarde, fueron advertidos igual número de choferes de «camellos» por exceso de velocidad.
«A menudo detengo choferes de metrobús por este tipo de infracción. Primero los advierto. Si reinciden los notifico. Por lo general son conductores mayores y respetuosos, pero corren mucho, casi siempre por recoger más pasajeros», dice el oficial Yuri Fonseca Gómez.
Otra tripulación que participó de la investigación periodística, compuesta por los suboficiales Osmani Ávila y Maribel Matos, detuvo a varios de esos conductores por igual motivo.
Uno de los amonestados verbalmente en la avenida Salvador Allende fue Antonio Molina, chofer de un M-2. «Sé que vengo pasadito de velocidad, es que ando un poco atrasado y necesito ganar tiempo. Yo casi nunca ando así, pero estoy “cogido”. Soy Vanguardia Nacional por varios años y siempre trato de no violar las leyes de tránsito. Solo tengo 12 puntos acumulados desde el pasado año», alegó Molina.
Otro que pisaba fuerte el acelerador era José Rodríguez, también de la ruta M-2. Llevaba su vehículo con las tres puertas abiertas y llenas de personas colgadas, a una velocidad —marcada por la pistola— de 68 kilómetros. Eso, sin tener en cuenta que los equipos de medición señalan siempre tres o cuatro kilómetros menos de los que realmente desarrolla el vehículo.
«No sé cómo la pistola me marcó esa velocidad, porque ese carro no corre tanto», se justificó el conductor, quien desde el principio trató de evadir su responsabilidad con la infracción.
BÓLIDOSEn 2005 se reportaron 709 accidentes de tránsito por exceso de velocidad en el país. Ello causó la muerte de 137 personas, además de 763 lesionados. Por esa transgresión se aplicaron 70 125 notificaciones, según informó a este diario la mayor Omaida Calvo Varacaldo, especialista de la Dirección Nacional de Tránsito.
Las cifras no lo dicen todo, pero demuestran que algunos choferes tienen el «zapato caliente» y que es urgente que no solo quienes conducen «camellos» sino todos, lo hagan con más calma.