Tiempo extra
Como chorro de agua helada. Así cayó la noticia del retiro del estelar voleibolista cubano Sergio González sobre nuestras ansias de volver a disfrutar, como lo hicimos en Río de Janeiro, de la actuación de una dupla antillana en el voleibol de playa masculino de los venideros Juegos Olímpicos de Tokio.
La decisión del excepcional jugador, dada a conocer por el comisionado nacional de la disciplina, Jorge Sosa, al diario digital Jit en enero pasado, responde, según el directivo, a dificultades que tuvo el holguinero para cumplir con sus cargas de entrenamiento y los reiterados aumentos de peso durante la pausa en las actividades provocada por la COVID-19. «Debido a su longevidad en este deporte, casi 15 años, presentó molestias y lesiones», declaró Sosa.
Considerado uno de los mejores atletas del voleibol de playa cubano en su historia, a Sergio se le recordará no solo por el meritorio quinto puesto en los olímpicos de Río 2016, sino también por sus títulos en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Veracruz 2014 y Barranquilla 2018; así como el bronce Panamericano en Toronto 2015, unido a sus logros en varios circuitos internacionales, fundamentalmente en los correspondientes a la zona de Norte, Centroamérica y el Caribe.
El adiós a la arena como deportista activo, que ahora se ve forzado a dar el estelar atleta criollo, me hace pensar inevitablemente en los tantos deportistas que, a lo largo de 60 años de trayectoria del movimiento deportivo antillano, han tenido que renunciar, en el mejor de los casos, a importantes certámenes internacionales en sus disciplinas; y en la peor de las situaciones, a sus carreras.
Resulta imposible no recordar entonces a grandes estrellas del deporte nacional cuyas dolencias físicas, aún cuando no han podido mitigar las ansias de poner en alto la bandera tricolor que defienden, han estado ahí, lo mismo en un gesto, que en un grito o en una impronunciable palabra.
Desafortunadamente, el sacrificio de estos hombres y mujeres, con capacidades únicas, sí, pero seres humanos al fin, muchas veces se tornan invisibles para quienes, desde fuera de las canchas, de los terrenos, de los tatamis o colchones, juzgamos sin piedad alguna las actuaciones que no satisfacen nuestra implacable sed de triunfos.
Actualmente vivimos una realidad en la cual la crisis sanitaria se muestra como un nuevo obstáculo, pues a decir de especialistas, la COVID-19 puede traer serias repercusiones para el deporte doméstico y mundial, siendo uno de los peligros más preocupantes el hecho de que puedan reaparecer viejas lesiones o surgir otras.
Acostumbrados a un régimen marcado por la disciplina y las cargas de entrenamientos intensos desde edades tempranas, el largo tiempo en casa, donde muchos no cuentan con gimnasios de buena calidad y condiciones ideales para no descuidar su preparación física, puede significar problemas a la hora de lograr la forma deportiva necesaria.
Ante tal escenario y la suerte corrida por el voleibol de playa masculino, que ahora se ve imposibilitado incluso de asistir al evento clasificatorio a las Olimpiadas de Tokio, cómo no temblar ante la idea de que otras disciplinas sufran igual o peor destino.
El llamado, por tanto, sigue siendo a estar alertas, aunque no nos neguemos a darle abrigo a la confianza, esa que debemos tener en la medicina cubana y el esfuerzo que su personal realiza a diario, así como en la voluntad y el talento de nuestros atletas.