La tecla del duende
Hace ocho años estuve de visita en el poblado camagüeyano de Mamanantuabo, creyendo que aún era una localidad avileña. Y es que la primera ocasión en que escuché hablar de ese territorio, fue a través de la guía telefónica, en la que se le especificaba un código diferente al de toda la provincia de la piña. Me imaginé que sería un sitio intrincado de la geografía. Pero estaba equivocado en mi desconocimiento.
Perteneciente al municipio de Esmeralda, desde 2011, Mamanantuabo me recibió junto a un grupo de jóvenes que honraban a Fidel y Chávez. Siempre recordaré los versos de la profesora Blanca Estela Aponte García, del Centro Mixto Carlos Baliño López. Las obras de los artistas del territorio. La sonrisa de la reportera Helen, el festival deportivo, las lágrimas de algunos pobladores cuando nos marchábamos…
Volveré a Mamanantuabo pronto. La energía de los pequeños poblados, la bondad de su gente, merecen un abrazo real que desborda esta columna.
El sacerdote preguntó si alguien tenía algo que decir concerniente a la unión de los novios. Era el momento de levantarse y hablar, o callar para siempre. El momento de profundo silencio fue interrumpido por una joven y hermosa mujer que llevaba cargada una criatura. Ella comenzó a caminar lentamente hacia el frente.
Todo se transformó rápidamente en un caos. La novia abofeteó al novio, la madre del novio se desmayó, los padres de la novia estaban furiosos, los invitados cuchicheaban, los testigos de la boda se miraban angustiados pensando cómo resolverían la situación.
El sacerdote, con cierto nerviosismo le preguntó a la mujer: «¿Nos puede decir por qué ha venido usted al frente? ¿Qué es lo que tiene que decir?». Y la mujer respondió: «Es que allá atrás no se escucha lo que hablan». (Enviado por Rafael Velasco Aguilera)
Zozón: Ya no soy la manzana prohibida, ni el bomboncito, ni tu caramelo. Probaste nuevos manjares; buen provecho. Sarahí.
Me interesa el futuro, porque es allí donde pasaré el resto de mi vida. Woody Allen