La tecla del duende
En la columna pasada, dos erratas mordieron el texto que nos había enviado el poeta y trovador Julio Cumberbatch. Al detectarlas, con humildad, él solo habló de ajustes que debieron hacerse. Cuando Juventud Rebelde se disculpó, al día siguiente, el escritor amigo agradeció de inmediato la rectificación. Es a él a quien agradecemos, y en ese espíritu hoy publicamos otro texto suyo, originalmente titulado El dolor del silencio.
«Insistí porque su amor era inconfeso. Hermética e inhábil demostró sentirme mediante el tacto y la mirada. Su apego y efusión fue evidente en clímax desbordado al gemir bajo el efecto de la fugaz demencia del frenesí. Te amo, te amo, casi escucho y le advierto de su desliz sentimental.
«Tanto usted, como yo, puede que hayamos vivido esta sonora caricia, que resulta generosa aun no asumiéndola creíble. Endebles estas dos palabras sostienen lo significativo que, en lo recóndito, nuestro ego festeja. Te amo, además de sentencia que nos apega e induce un débito sentimental, es una expresión en extinción. Escucharla reconforta, ensancha, aun ocupando un mismo espacio.
«Ella lo expresó en ese instante irracional de estertores en lujuria. Así disfruté el regocijo de mi orgullo. Ya no era dilema asumir, creíble o no, el armónico y lívido desahogo.
«Pienso que fue amor lo que sintió por mí, aunque solo lo expresara en el momento más húmedo de nuestras fantasías. Fue una expresión liberadora, impensada, mas no pudo evitar su apego. Lo intuyo porque rehusó sufrirse en el fastidio y desamparo de mis ojos por su inesperada despedida, en duda de resistir, cara a cara, el ímpetu de mi cariño y entrega.
«Ahora seré la lumínica sombra que no podrá salvar en otro cuerpo. Lo decreto porque la pasión del poeta no admite plagios, marca de por vida —y aún después—. Sanciono su valiente gesto implacable, no por su efecto en mí, sino en ella. También le agradezco esta ola de inconformidad y nostalgia que me arremete e inspira esta prosa. Ella vislumbró este final, lo supe, pero insistí por creer posible lo que no quise prometer. Solo dejó una nota que leo afectado por la sensación invernal que precede al espejismo.
«Hoy, prometí preservar sus íntimas voces y aliviar mis devaneos, sumiéndome en la evocación, la paz de sentirme amado en la certeza de legarle una experiencia inédita y perenne (en ella). Releer su adiós desgarra y aviva, con desazón, la capacidad de los que aún emprendemos, de nuevo y otra vez, el ingenuo conjunto de sentimientos que enamorarnos depara, para bien o timo del cuerpo y el alma… a pesar de estos tiempos». (29-nov-1999)