Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El Duende

La tecla del duende

Dos héroes

Lardo, el mecánico. Con una calma que a los que esperábamos nos supo incómoda, el Viejo pidió que arrimaran el carro a la sombra para ver el problema. No enclochaba y, por ende, no entraban las velocidades, explicó el conductor. Y el experto, más que nadie, podía diagnosticar el fallo, pues aquel cloche de Lada, sin líquido, sin aire, solo por presión mecánica, era un diseño suyo, de esos inventos geniales que los cubanos hemos tenido que parir en el tenso camino de la sobrevivencia.

Regio en su parsimonia —camisa por dentro del pantalón, peinado impecable— el Viejo buscó herramientas, un cartón para no ensuciarse y un potente gato hidráulico, para levantar bien la carrocería y trabajar cómodo. Se metió debajo del añoso automóvil y en menos de cinco minutos apretó las tuercas precisas, maniobró un poco, y dijo: «Listo. Era una bobería. Pero de todas formas tráigamelo por aquí la semana próxima para chequearlo».

El chofer, maestro de periodistas, agradeció al maestro mecánico, su amigo de una vida, y nos sonrió a los inquietos acompañantes: «Qué les dije: en manos del Viejo este lío se resolvía enseguida». El experto nos despidió con ademán alegre y hasta bromeó con sus planes para cuando envejezca. Después supimos que Lardo, el as de las herramientas, fue también un destacadísimo técnico de la industria azucarera, que entró en cintura a no se sabe cuántos ingenios. «Pero está un poco lento ya», sugirió una tripulante ansiosa. «Yo diría que anda rápido aún —respondió el cronista—. Rapidísimo, con sus 92 años».

Eloy, el campesino. La escena, cuenta mi hermano, parecía sacada de una película del lejano Oeste. En el farragoso camino de Montequín, periferia pinareña, se vio pasar a toda velocidad a un arañero conduciendo dos arañas o carros de caballo: el suyo, en el que venía de pie, y otro, sin conductor, que traía a remolque. Eloy, el vaquero, redujo la velocidad de sus dos carruajes y entró al patio de Miriam. La araña y el caballo que acarreaba además del suyo eran de unos ladrones que había sorprendido en el sembrado de Lázaro, el esposo de ella. Los detalles del relato se confunden en la algarabía que rápidamente rodeó al protagonista. Pero algo salió en claro: eran dos los bandidos, y estaban robándole las yucas al noble anciano, quien solo por su férrea voluntad sobrepasa día a día el Parkinson para cultivar la finca. Desde su parcela Eloy los vio y no se hizo de la vista gorda. Machete en mano les fue arriba. Ellos, en desbandada, dejaron tras de sí yucas, caballo y quitrín. Él incautó las viandas y el transporte y se los trajo al veterano para que informara a la policía. Por la marca del animal se desenredará la madeja.      

TERTULIA ESPIRITUANA

Será este domingo, 10:00 a.m., en la Galería Oscar Fernández Morera. Tema: Camilo Cienfuegos.

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