Los que soñamos por la oreja
No recuerdo con exactitud el momento en que Iván Latour y yo nos conocimos. Hurgo en mi memoria y lo ubico en tantísimos conciertos o en descargas entre amigos. Quizá la historia parta de allá por 1978, cuando ingresamos al preuniversitario Saúl Delgado, en el Vedado. En aquellos lejanos años, de seguro entre los mejores de nuestras vidas, no pocos estudiantes del Saúl nos reuníamos para hablar y discutir acerca de las bandas de rock favoritas de cada uno de nosotros por dicha época. Es probable que en alguna de esas muchísimas charlas, Iván y yo nos hayamos conocido.
Tal vez todo sucediera un tiempo más tarde, cuando ya él era especialista en programación en el área de informática, yo periodista, y ambos éramos asiduos a la por entonces popular emisora Radio Ciudad Habana. O qué sé yo, a lo mejor la historia de nuestra amistad es mucho más reciente y data de cuando Iván, convertido en cantautor, conformó un dúo con Amaury Orúe y se presentaban en la desaparecida Casa del Joven Creador, en la esquina de San Pedro y Sol, en la Avenida del Puerto.
Luego fundador y hombre frontal del grupo Havana, uno de los contados íconos del rock facturado en la Isla durante la década de los 90, Iván da testimonio en sus composiciones e interpretaciones de esa zona del quehacer sonoro contemporáneo cubano en la que las fronteras entre el rock y la trova se han roto. Con semejante proceso, él representa el ejemplo del músico en el que las divisiones genéricas y estilísticas se pierden.
Esa estrecha relación en la que resulta imposible determinar si se está ante un trovador con influencias del rock o ante un roquero con elementos de trova, queda clara a la perfección en el quehacer de Latour, en el que si bien el corte reflexivo de las letras de sus temas lo emparentaba con lo que fue la Nueva Trova en tanto discurso textual, en lo musical uno encuentra elementos melódicos y armónicos provenientes del hard rock y en particular del grunge, evidenciados en el uso de una guitarra con cuerdas de acero y de inflexiones al cantar, como la característica forma de rajar la voz.
En el nivel ideotemático, bajo el influjo del credo personal de Iván, Havana reiteró los postulados de una crisis de los grandes proyectos universales y la fe en las potencialidades del individuo, temas abordados desde un tratamiento íntimo y existencial que en ocasiones contrapuntea con un optimismo mesiánico en una especie de plegaria posmoderna.
Buen ejemplo de lo anterior es el disco Puertas que se abrirán, ópera prima del grupo Havana, fonograma donde varios de sus cortes (todos de la autoría o coautoría de Latour) apelan al uso de metáforas sacramentales que el oyente tiene que decodificar, como sucede en Cristo, nueva fe, pieza esta en la que los enunciados no son propiamente predicativos sino alegóricos.
Igualmente, en la poética que por entonces este creador defendía, uno puede encontrar su personal percepción de los procesos sociales de los cuales la sociedad cubana ha sido protagonista en los años del llamado período especial. Por ello, en los textos de sus composiciones de aquella época, él abordó la crisis de determinados valores experimentada en Cuba durante la etapa comenzada a partir de 1990.
Ahora, tras la disolución de Havana, Iván comienza una carrera en plan de solista, para lo cual retoma la poética en torno al amor que animase sus primeras composiciones, así como la sonoridad pop rock que encontramos en piezas de Havana como Puestas de sol, Reencuentros y Como un rayo.
Una muestra del trabajo por el que en la actualidad Latour está apostando, se podrá escuchar este viernes a las 8:30 p.m. en el Teatro Nacional, sala Covarrubias, cuando presente su disco Flores de mayo, donde temas como Día de suerte, Adria, Solo así, Toda muda toda santa, La Habana..., de inmediato permiten reconocer ese modo de decir composicional e interpretativo al que Iván Latour nos ha acostumbrado desde hace ya más de 20 años y que, unido a la forma en que siempre ha asumido la vida, me llevan a evocarlo como alguien ¡eternamente hippy!