Lecturas
Su amplitud y ubicación frente al mar confieren al parque Maceo grandiosidad y belleza. Se construyó al final del primer tramo del Malecón, a la altura de la Calzada de Belascoaín, frente a la Casa de Maternidad y Beneficencia, para ser inaugurado, aun sin concluir, el 20 de mayo de 1916, fecha en que, con la presencia del Presidente de la República, se develó la estatua ecuestre del mayor general Antonio Maceo, obra del artista italiano Domenico Boni.
El lugar del parque fue el de la batería de San Lázaro, o de la Reina, edificada entre los años de 1856 y 1861; una plaza circular enorme con una batería a barbeta que miraba al mar y múltiples casamatas para una dotación de 250 hombres y 44 piezas, que cruzaban sus fuegos con los de la batería de Santa Clara, emplazada donde se halla el Hotel Nacional.
La batería fue demolida a comienzos del siglo XX. Pronto se decidió dedicar parte de ese espacio al recuerdo y homenaje del Lugarteniente General del Ejército Libertador. Así, en 1905, se rebautizó la Calzada de San Lázaro como Avenida de Maceo, nombre que no prosperó y fue sustituido por el de Avenida de la República para, a la postre, restituirle su nombre primitivo de San Lázaro, mientras que ese tramo del Malecón, por acuerdo del Ayuntamiento, se llamaría en 1908 Avenida del General Antonio Maceo y, al año siguiente, Avenida Antonio Maceo, que todavía conserva, aunque se olvide, el malecón de Maceo.
Por cierto, mientras se construía el parque aparecieron a flor de tierra no pocas bombas sin explotar, olvidadas desde los tiempos en que se demolió la batería.
El parque en cuestión tenía mala sombra. Pronto la opinión pública reclamó un parque a la altura de la memoria del general Antonio. No sería hasta 1925 que un proyecto del arquitecto Francisco Centurión trata de poner fin al abandono que durante años había sufrido el lugar. Pero el ciclón del 26 lo devasta. Es la época en que, desde la revista Carteles, el historiador Emilio Roig insta al Gobierno, y en especial a Carlos Miguel de Céspedes, el dinámico ministro de Obras Públicas del presidente Machado, a hacer del lugar el espacio que Maceo y La Habana merecen. Algo se hace, en efecto, en ese sentido. Con todo, en 1938 Roig hacía nuevos reclamos.
No sería hasta 1960 cuando se le hace al parque Maceo una remodelación capital. Al removerse el terreno vuelven a aparecer explosivos y hasta cañones. Esta vez se amplía el área a 30 000 metros cuadrados y se traza el paso subterráneo que lo uniría con el Malecón. Otra remodelación sucede en 1996. Más acá en el tiempo, como parte del Proyecto Malecón, la Oficina del Historiador de La Habana dotó al parque de una cerca perimetral. Protestó el vecindario. La gente reclamaba su parque sin cerca, y la cerca se retiró. En consecuencia, el lugar ha sido depredado. La vegetación es un desastre, el
parque infantil, canibaleado, es ya inservible, y se orina alegremente en cualquier rincón. ¿Dónde están los guardaparques?
El 26 de febrero de 1910, una ley promulgada por el presidente José Miguel Gómez disponía la realización de un monumento a Antonio Maceo y establecía para ello un presupuesto de 100 000 pesos. En febrero del año siguiente, en virtud de esa disposición se libraba una convocatoria pública en la que se llamaba «a los escultores del mundo» a enviar propuestas al certamen.
Se presentaron 26 proyectos, que se exhibieron en los salones de la Escuela de Artes y Oficios de La Habana. Nueve personas elegidas libremente conformarían el jurado, tres de ellas designadas por el Senado, tres por la Cámara y otras tres por la Presidencia de la República. No solo elegirían al ganador, sino que tendrían a su cargo la supervisión de la obra. De los nueve jurados, cuatro estuvieron ausentes de la votación que se llevó a cabo en la noche del 15 de agosto de 1912. Los cinco presentes dieron, por mayoría, el triunfo a Domenico Boni, y el segundo lugar a Giovanni Nicolini.
Ahí empezaron los problemas. Un grupo de notables, en carta al presidente Gómez, manifestó su desacuerdo con el veredicto. Boni, escribieron, es un principiante, incapaz de hacer realidad su proyecto, que es «frío, anacrónico, sin estilo, inspirado en un simbolismo gastado que apela a las Virtudes Teologales y a los héroes de la antigua Grecia para dar valor a la gloria de un héroe moderno». El escritor cubano José Antonio Ramos hacía, desde Madrid, una defensa demoledora de Boni, y calzaba su artículo, que apareció en la revista El Fígaro, de La Habana, con imágenes de sus piezas más representativas.
El fallo del jurado resultó inapelable, y Boni, incansable, proseguía en España su trabajo. Así, en el otoño de 1915 llegaban a Cuba, en el vapor Alfonso XIII, procedentes de Santander, tres grandes cajas con partes y piezas del conjunto monumentario. Días después llegaban, desde Barcelona, otras 19 cajas. El 11 de noviembre arribaba Boni a La Habana, y sin reponerse de las fatigas del viaje acudió, en compañía de los generales mambises Miró Argenter y Agustín Cebreco, y de Antonio Maceo Marryat, hijo del Titán, al lugar donde se emplazaría el monumento. Días después, el general García-Menocal lo recibía en Quinta Durañona, Palacio Presidencial de verano.
El 7 de diciembre, aniversario décimo noveno de la caída de Maceo en combate, se colocaba la primera piedra. Encima de ella se situó una caja de zinc y plomo que contenía todos los periódicos habaneros correspondientes al día anterior, una colección de monedas cubanas y los tres tomos de Crónicas de la guerra, de Miró Argenter. Se hizo lo imposible para que el monumento pudiera ser inaugurado el 20 de mayo, en el aniversario 14 de la instauración de la República. Y se inauguró en esa fecha.
En su estatua, Maceo viste uniforme y lleva la cabeza descubierta. Tiene el machete en una mano y con la otra sostiene la rienda de su caballo, que luce con las patas delanteras levantadas, lo cual indica, según la simbología de la época, que el héroe murió en combate. Mira hacia el frente y arenga a sus hombres.
La plataforma del monumento se asienta en cuatro figuras representativas: la acción y el pensamiento; la justicia y la ley. En el frente del zócalo, el relieve de Mariana Grajales en el momento en que hace jurar a sus hijos fidelidad a la Patria. Detrás, la representación de la batalla de Peralejo, y alrededor del fuste, cuatro grandes relieves evocan los combates de Mangos de Mejías, Baraguá, Cacarajícara y La Indiana. En el frente, vuela la victoria, y en la parte posterior la República, con la bandera al viento, acoge agradecida al asistente, la figura más humilde del Ejército. Arriba del fuste, en el remate de los lados, dos relieves: el triunfo de la paz y del trabajo. En el frente el escudo de la República; detrás, el escudo de La Habana. Son de bronce las partes escultóricas y decorativas del monumento; el granito prevalece en la parte constructiva.
Domenico Boni quiso asentarse en La Habana. Alquiló, para vivienda y estudio, la casa marcada con el número 59 (hoy 705) de la calle Marqués González, entre Sitios y Maloja. Acariciaba varios proyectos artísticos, pero siete meses después de la inauguración del monumento, el 29 de diciembre de 1916, era cadáver. Tenía 30 años de edad.
Se ha repetido mucho que falleció a consecuencia de heridas sufridas en un duelo, con un periodista del Diario de la Marina, dicen algunos, y otros, con un alto oficial del Ejército Libertador. En verdad, murió de un cáncer de estómago que lo martirizó a lo largo de sus últimos años y contra el que no pudo hacer nada el doctor Benigno Souza, uno de los grandes cirujanos de su tiempo en Cuba.
Más de 300 personas, «lo más granado de nuestro mundo intelectual y artístico», dijo el Diario de Marina, asistieron a su funeral, que tuvo lugar en la casa-estudio del artista. En su trayecto hacia el cementerio de Colón, el cortejo hizo una parada frente al parque Maceo, donde cientos de habaneros de a pie se habían concentrado para despedirlo mientras la banda de música del Cuartel General del Ejército dejaba escuchar una marcha fúnebre.
Fuentes: Textos de Emilio Roig y José A. Quintana