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José Maceo valía por cien

Se incorporó a la lucha dos días después de que Céspedes diera el grito de ¡Viva Cuba Libre! y enseguida tuvo su bautismo de fuego. Participó en las tres guerras, y pese a la envidia por sus éxitos militares y los chanchullos racistas, alcanzó el grado de Mayor General. Tomó parte en más de 500 combates en los que resultó herido 19 veces. Estuvo en la Protesta de Baraguá, y anunció a gritos en las calles de Santiago el inicio de la Guerra Chiquita. Pasó cuatro años en cárceles españolas. Le apodaron El León de Oriente y era, se dijo, un hombre que valía por cien.

Odisea

José Marcelino Maceo y Grajales (1849-1896) tuvo una vida de película. De hecho, un pasaje de su vida, con el título de La odisea del general José, se llevó al cine en 1968, para recrearlo.

A bordo de la goleta Honor, mandada por el mayor general Flor Crombet, llegó a Cuba, con su hermano Antonio, el 1ro. de abril de 1895, y protagonizó poco después del desembarco el episodio que la historia recoge como la odisea del general José, contada en detalle por Máximo Gómez en carta a su esposa, cuando en el combate de Alto de Palmarito, del que es el único sobreviviente de un grupo se seis, se lanza, jugándose el todo por el todo, farallón abajo, lo que lo salva de caer muerto o prisionero, pero lo obliga a vagar por los montes, solo, hambriento y acosado por el enemigo, hasta encontrar un campamento mambí.

En la goleta Honor llegan a la Isla 23 expedicionarios que traen 13 fusiles, con 75 cartuchos cada uno, 23 revólveres y 15 machetes. Solo nueve de esos hombres lograron incorporarse a las tropas insurrectas.

Cárcel y fugas

Antes, había conocido las cárceles españolas. En la Guerra Chiquita, tras mantenerse diez meses en campaña comprende la inutilidad de proseguir la lucha. Contrae, el 29 de mayo de 1890, el acuerdo de Confluente: deponía las armas a condición de que se le garantizara a él y a sus compañeros la salida del país. El 4 de junio de 1880 sale, en efecto, por Guantánamo con destino a Jamaica, pero en alta mar un cañonero español obliga al barco a dirigirse a Puerto Rico. De ahí remiten al general José a Chafarinas, y dos años y medio después, en 1882, se dispone su traslado a Ceuta.

Logra fugarse entonces y tomar un barco con destino a Tánger, Marruecos, donde obtiene permiso del cónsul norteamericano para ingresar en Estados Unidos. Pero en Gibraltar, en una escala, el jefe de la Policía, sobornado por el cónsul español, lo entrega a las autoridades hispanas, que lo conducen a Algeciras y luego a Ceuta, donde lo encierran en el castillo del Hacho antes de remitirlo a las cárceles de Pamplona y La Estrella.

En 1884 logra fugarse de nuevo, esta vez de la cárcel de La Mola, en Nahón, y busca refugio en Argelia. En medio de penalidades sin cuento pasa por Francia, Estados Unidos y Jamaica antes de reunirse con Antonio en Panamá, en diciembre de 1886. Se establecería en Costa Rica. Llevaba seis años fuera de Cuba.

En octubre de 1895, días antes del comienzo de la invasión hacia occidente, Antonio entrega a su hermano, el ya mayor general José Maceo, el mando de la provincia oriental (Primero y Segundo Cuerpos del Ejército Libertador) cargo en el que el General en Jefe lo ratifica con carácter interino. En abril del año siguiente, el Consejo de Gobierno nombra jefe de dicho departamento al mayor general Mayía Rodríguez. José renuncia al cargo, pero se niega a entregar su jefatura sin una orden expresa de Máximo Gómez. Desiste Mayía, y continua José en su mando hasta mayo, cuando debe traspasarlo al mayor general Calixto García.  Está cansado de las sucias maniobras del Consejo de Gobierno, con la anuencia de Calixto en su contra. Vuelve a presentar su renuncia, pero no es aceptada. Queda como jefe del Primer Cuerpo.

Cadete, ¡toque mi marcha!

El amor por la música es una de sus facetas menos conocidas. Organizó la única banda musical con que contó el Ejército Libertador. Cansado de escuchar pasodobles españoles, tarareó los acordes de lo que sería un pasodoble cubano y un compositor que figuraba en su tropa y a quien apodaban El Cadete, compuso a partir de aquellos acordes La estrella de Cuba, que José llamaba siempre «mi marcha». Una marcha enérgica, marcial, cubana, que, en el combate del 20 de abril de 1896, cuando los españoles se batían en retirada, el general hizo sonar, a la voz de «Cadete, ¡toque mi marcha!».

Hazañas inverosímiles

Sus hazañas, que lindan en lo inverosímil, ocultan a un hombre sencillo, sentimental y candoroso. Jovial, sincero, desinteresado. Implacable con el enemigo, sin embargo. Temperamental e irascible. Mirada dura y ceño adusto. Un hombre guapo que temía al matrimonio, como cuenta en sus Memorias de la guerra el general Loynaz del Castillo, quien, por orden de Antonio, lo obligó a ir al altar y apadrinó su boda con Elena González Núñez (Ver: JR; 27/6/2004). Con ella tuvo un hijo que no llegó a conocer, José de la Concepción, quien se hizo médico y fue gobernador de la provincia de Oriente. Tuvo descendencia con otras mujeres. Elizardo, con Patrocinia; Pilar y Alberto, con Teresa, y José con Agripina La Negra. Los tres últimos nacieron en la manigua, frutos de relaciones del General tras su desembarco. Elena quedó en Jamaica, bajo la protección de su cuñado Marcos. Con Cecilia López, la mujer que lo acompañó durante su cautiverio, José no tuvo hijos. Desconoce el escribidor qué fue de ella.

De cuerpo entero

Un hecho lo retrata de cuerpo entero. Transcurren los días que preludian la invasión a occidente. Guantánamo, en la región oriental, luce fortificada en extremo por los españoles cuando el general José anuncia que tomará café en la plaza principal de esa ciudad. Escoge a 20 de entre sus hombres más corajudos y una noche entra en la urbe, respondiendo con una lluvia de balas a los «¿Quién vive?» de la guarnición enemiga.

A galope penetra José en la plaza y llega al establecimiento donde se hace servir café. Lo bebe tranquilamente, indiferente al tiroteo que se escucha fuera. Pide un tabaco, lo enciende e indica que le traigan la cuenta, que paga de su bolsillo. Dispone la retirada y siempre a galope y sin dejar de disparar se alejan los mambises de los soldados que los persiguen. Ni muertos ni heridos entre los cubanos.

En la Guerra Grande está presente en combates de mucha significación, como Naranjo-Mojacasabe y Las Guásimas, y en Mangos de Mejía salva a su hermano Antonio, ya gravemente herido, de una muerte segura.

En los días de la Guerra Chiquita se bate con éxito en Peladero. En la acción de Gran Piedra vence al batallón Madrid y propina una derrota impresionante a la infantería de marina en Arroyo de Agua, Guantánamo, donde embosca a la columna enemiga. La vanguardia de dicha tropa, con 17 soldados muertos y herido su jefe, así como 20 oficiales y 39 soldados, fue prácticamente aniquilada, pero los españoles, refugiados en una elevación, se empeñan en resistir, y para parecer que son más, parapetan a sus muertos y los cubren con ramas, lo que les permite mantener su posición hasta la mañana siguiente, cuando una columna de refuerzo rescata sus restos. De los 176 efectivos que conformaban la tropa quedaban 20 soldados y un oficial, así como el jefe de la columna, con tres heridas.

El 10 de noviembre de 1894, el general Antonio fue herido de bala por un agente español a la salida de un teatro, en San José de Costa Rica. Enfurecido, dice José junto a la cama del herido: «Si mi hermano muere, no queda aquí español con cabeza».

Muerte heroica

El 5 de julio de 1896 caía en Loma del Gato, a unos 18 kilómetros al noreste de Santiago de Cuba. Habían transcurrido unos 20 minutos de combate cuando el jefe mambí, inconforme con el curso de la acción —no sentía fuego donde había ordenado que lo hubiera— decide con su ayudantía y su escolta enfrentarse directamente al enemigo. Llega a la Loma y, en persona, dispone la ubicación de las fuerzas que lo acompañan y entra en combate. Revólver en mano avanza con su caballo hasta situarse en un sitio en donde se expone demasiado al fuego español. Así, recibe un balazo en la cabeza que lo derriba del caballo. Su ayudante acude a levantarlo y es herido en la ingle. Su médico, Porfirio Valiente, llega a extraerle el proyectil, pero el mayor general José Marcelino Maceo y Grajales muere pocas horas después en Soledad de Ti Arriba, el mismo sitio donde recibiera, en 1868, su bautismo de fuego. Expiró, dicen algunos, en la vivienda de la madre de Elvira Cape, esposa de Emilio Bacardí. Sus compañeros ocultaron celosamente sus restos que, después de cinco entierros, reposan, junto a los de otros 29 patriotas, en el Retablo de los Héroes, en el cementerio patrimonial Santa Ifigenia.

 

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