Lecturas
Hubo mucho de casualidad en la fundación de la fábrica de tabacos y la creación de la marca H. Upmann. Corría el año de 1839 cuando Hermann Dietrich Upmann, hijo de un maestro relojero nacido en Bremen 23 años antes, decide dejar atrás su ciudad natal y cruza el Atlántico con ansias de venir a «hacer la América». Durante la larga y monótona travesía, un pasajero de origen británico que viajaba con destino a La Habana lo convenció de que probara suerte en la capital de la Isla y lo tentó con el giro de la fabricación de puros, rubro económico que prosperaba en la Colonia.
Soltero y soñador, Hermann Dietrich siguió las recomendaciones del viajero desconocido. Aprendió lo que tenía que aprender acerca de los habanos y el 1ro. de marzo de 1844 abría su fábrica en la calle San Miguel 75. Su prestigio creció por días y con el tiempo alcanzó la calificación de «Proveedor de Su Majestad don Alfonso XII», y que se le adjudicara el sello del «Privilegio del uso de las reales armas», que hacía aparecer en las cajas de cedro en las que envasaba sus producciones; uno de los primeros manufactureros en recurrir a esos envases. H. Upmann llegaba a ser considerada, en su esfera, una de las cinco fábricas más poderosas de la Isla, y, por su seriedad, su propietario pasaba a formar parte de la directiva de la entonces recién creada Havana Cigar Brand Association, entidad que pretendía enfrentar la creciente falsificación de habanos.
En esa época, los grandes comerciantes asumían en sus empresas funciones de banqueros. Apoyado en la solvencia de su fábrica, Hermann Dietrich creó, en 1868, la agencia bancaria de la Sociedad H. Upmann y Compañía, con sede en la esquina de Amargura y Mercaderes, en La Habana Vieja, que ya a finales del siglo XIX era la firma bancaria más importante, seria y solvente de todas las Antillas. Contaba además con la naviera Gudewill Upmann, que garantizaba la transportación de sus insumos y producciones.
Hermann Dietrich fallece en 1894. Moría sin hijos. En su testamento, redactado siete años antes, dejaba a su sobrino Heinrich Upmann, alias «Henrique», al frente de la marca y la fábrica de tabacos, en tanto que Hermann Friedrich Heinrich, otro sobrino, asumiría la conducción de la agencia bancaria. Los negocios de la familia avanzaban viento en popa al crecer sus exportaciones. Los años finales del siglo XIX y la década inicial del XX fueron la etapa de mayor prosperidad para la firma. En 1907 H. Upmann rompía sus propios récords al producir 25 millones de unidades para la exportación.
Es por entonces que Hermann Albert, hijo de Hermann Friedrich Heinrich, asume el mando de la empresa. No demora en unírsele su hermano. Conducen con tino los negocios, pero el emporio Upmann en La Habana está tocando a su fin. Transcurre la Primera Guerra Mundial. El 7 de abril de 1917 Cuba declara la guerra a Alemania y el 5 de diciembre del mismo año el Gobierno cubano formula una llamada Lista Negra que incluye a las principales personalidades alemanas radicadas en la Isla, 27 nombres en total encabezados por Hermann Albert Upmann, el alemán más prominente y rico. Su hermano figura asimismo en el listado. Se veía un enemigo y un posible espía en todo súbdito alemán radicado en cualquiera de los países en guerra contra Alemania. Al año siguiente, el 16 de octubre, 24 alemanes avecindados en La Habana son detenidos e internados en las prisiones de la Cabaña. La fortuna y su amistad con el presidente Mario García Menocal salvan a los Upmann del calabozo, pero, bajo fuerte vigilancia policial, cumplirían prisión domiciliaria en la residencia de Hermann Albert, en 17 y K, en el Vedado.
La desgracia, se dice, nunca viene sola. Finaliza la Guerra Mundial y sigue en la Isla un período de bonanza o «vacas gordas». Pero se desploma el precio del azúcar, que cae de 23 centavos en 1920 a 1,8 centavos la libra a comienzos de 1921, y se van a pique los bancos cubanos y españoles asentados en Cuba que especularon con el alza azucarera. El desastre fue total y la desmoralización del mercado provocó la ruina de productores y exportadores. La prosperidad, apuntalada además por el auge del turismo, quedó atrás y el país se sumió de manera brusca en las llamadas «vacas flacas».
Quebró el Banco Mercantil Americano de Cuba y depositarios y ahorristas, sospechando lo que se avecinaba, se lanzaron desesperados a extraer su dinero de todas las casas bancarias. No tardarían —9 de octubre de 1920— en suspender pagos el Banco Español, el Banco Internacional y el Banco Nacional de Cuba, entre otros, que confiados en que el azúcar se cotizaría entre 15 y 20 centavos/libra especularon con el alza y concedieron préstamos por más de 80 millones de pesos. Es lo que se llama el crack bancario. La moratoria decretada por el Gobierno calmó en algo los ánimos, pero solo de manera pasajera.
En mayo de 1922 quebraba el banco Upmann. Aseguran especialistas que ya para entonces estaba quebrado. La inclusión de su propietario en la Lista Negra obligó a la entidad bancaria a suspender operaciones. Sus valores fueron entonces congelados e incautados en Cuba y corrió igual suerte lo que la agencia tenía depositado en bancos de sus socios ingleses. En esa misma fecha la fábrica de puros fue entregada como resarcimiento y amortización de las deudas bancarias. Se remató por la irrisoria suma de 30 000 pesos, equivalentes a dólares, la décima parte de lo que valía realmente.
Por otra parte, los hermanos Upmann se vieron inculpados por fraude al ser acusados de una supuesta estafa y quiebra fraudulenta y por disponer de valores en depósito. Acusación que quedó sin efecto en octubre de 1922. La quiebra no dejó a Hermann Albert Upmann en la miseria. Logró salvar no pocas propiedades, si bien su posición no fue ya la misma en el panorama empresarial y financiero de la Isla. Falleció en La Habana el 3 de septiembre de 1925, a los 75 años de edad.
Su viuda, María Dolores Machín Iglesias, «asumió cabalmente todas las propiedades y negocios heredados de su esposo y sus propios negocios y mantuvo en funcionamiento cada uno de ellos con su invariable y proverbial dedicación al trabajo», escribe Raúl Martell Álvarez en su libro Fumando en La Habana, de donde el escribidor toma la información vertida en esta página. Entre otros temas relativos al tabaco, que llevó a varios títulos, Martell ha pasado años dedicado a seguir las huellas de Hermann Dietrich Upmann, el fundador de la marca, y su descendencia cubana. De ahí que la obra lleve el subtítulo de Los Upmann; Una familia cubano-alemana. Interesante grupo ese en el que sobresalen empresarios, deportistas, músicos, profesionales de diversas ramas y un combatiente como Gustavo Machín, que se enfrentó a la dictadura de Batista y formó parte de la guerrilla del Che en Bolivia, donde encontró la muerte.
María Dolores Machín nació en Sagua la Grande, el 31 de agosto de 1883, y en 1907 contrajo matrimonio con Upmann, con quien tuvo un hijo. Hizo estudios de magisterio y aunque parece que provenía de una familia acomodada, su matrimonio con el alemán le dio acceso a un mundo hasta entonces vedado para ella. Fue una de las invitadas al famoso Bal Watteau que en 1916 auspició Lila Hidalgo de Conill en su residencia de 17 y Paseo; uno de los actos sociales más resonantes y memorables de la Cuba republicana al que ella asistió vestida de griega, mientras Lila lucía un flamante traje de bailarina rusa.
No se limitaba la Machín a recepciones y saraos. Estrechamente vinculada a la Iglesia Católica, fue miembro del Comité de Damas para la conmemoración en 1922 de la canonización de Santa Teresa de Jesús. En 1944, al acceder a la Presidencia de la República, su amigo y vecino Ramón Grau San Martín, que vivía en 17 y J, la nombró presidenta del Patronato de la Corporación Nacional de Asistencia Pública, adscripta al Ministerio de Salubridad, que tenía bajo su responsabilidad las creches (guarderías infantiles) y los asilos de ancianos. Dice Raúl Martell en su libro Fumando en La Habana que «El Viejo» le había tirado el ojo a la bella María Dolores.
La viuda de Upmann es una mujer interesante. Fue vicepresidenta y socia fundadora de Pro Arte Musical y socia del Lyceum Lawn Tennis Club. Codirigió con María Radelat de Fontanills la revista Grafos, que comenzó a aparecer en mayo de 1933 y debe haber durado hasta 1946. Una publicación lujosamente impresa y dedicada a la alta sociedad habanera que fue esencialmente gráfica, sin olvidar por eso la parte literaria. Colaboraron en sus páginas Nicolás Guillén y José Lezama Lima, Emilio Ballagas y Eugenio Florit, Cintio Vitier y Gastón Baquero, Jorge Mañach y Alfonso Hernández Catá, entre otros muchos. Esas viudas ilustres fueron asimismo las editoras del Directorio Social de La Habana, que tenía su Redacción en la casona de Línea donde radica la coordinadora nacional de los CDR y que fue la morada del doctor Eduardo Fontanills, médico de la casa de salud de la Asociación de Dependientes, y hermano de Enrique, maestro de la crónica social.
Antes, por mediación de su esposo y su cuñado, consiguió que el banco alemán Muller-Schall, radicado en Nueva York, otorgara al caricaturista Conrado W. Massaguer el crédito de 40 000 dólares que le permitió adquirir las máquinas de impresión off set, modernísimas entonces, que el publicista utilizó en su importante revista Social.
Era propietaria de una ferretería gruesa, sita en la calle Muralla, de la finca El Kuko, en Arroyo Arenas, y entre otros bienes inmuebles, de la casa donde residía, en 17 y K. A finales de la década de 1950 la viuda de Upmann arrienda, por una elevada suma, el terreno que ocupaba su residencia y construye en J entre 17 y 19 una casa de tres plantas a fin de residir ella misma e instalar a su hijo y su familia. En el espacio de la vieja casona el empresario panameño de origen judío David H. Brando Maduro construyó un moderno supermercado. Brando Maduro era propietario de la cadena de supermercados Ekloh S. A., y presidente de Minimax Supermercados, la principal cadena de venta al por menor de alimentos, vegetales, frutas, vinos y licores, con un almacén y 11 tiendas. Ahora funcionan allí un mercado comunitario y un agromercado.
En esa casa María Dolores Machín dio refugio a la célula especial, comandada por Pío Álvarez, el corajudo militante antimachadista, encargada por el Directorio Estudiantil del ajusticiamiento del capitán Calvo, jefe de la Sección de Expertos (Policía Política) de la Policía Nacional, Clemente Vázquez Bello, presidente del Senado y del mismo Machado, los dos primeros de estos acometidos con éxito,
María Dolores Machín falleció en La Habana, en 1972. Su corazón, recuerdan sus familiares más cercanos, batalló por la vida hasta el último momento. Su hijo, notable tenista, con éxitos en competencias organizadas dentro y fuera de Cuba, murió en 1998, también en La Habana.