Acuse de recibo
La bodega, el comercio más íntimo y personalizado, centro de la comunicación barrial y nexo entre vecinos, necesita urgente un levantón que le confiera una imagen más digna, como la que inspiró a Richard Egües para que la orquesta Aragón pusiera a bailar a Cuba con su éxito El bodeguero.
Sí, porque hay en el país casos como el que revela Melchor Hernández Darías, desde calle 10, no. 18, entre 3ra. y 5ta., en Jarahueca, municipio espirituano de Yaguajay.
En ese poblado, de unos 3 000 habitantes, habían tres unidades para la venta de los productos de la canasta básica: El Comercio, El Progreso y El Crucero. Y El Comercio, donde compraba Melchor, hace 15 años se cerró por peligro de derrumbe. El administrador hizo las gestiones para su reparación, y la empresa de Comercio no respondía. Planteamientos de los electores, reclamos a la Asamblea Municipal del Poder Popular; y la respuesta siempre fue que no se aprobaba el presupuesto para la reparación del techo de la tienda, de tejas. El techo comenzó a caerse, se destruyeron el mostrador de granito y los horcones de ladrillo del portal.
Hoy los consumidores de El Comercio compran junto a los de El Crucero. Más de mil núcleos familiares entre las dos unidades, y solo dos empleadas y la administradora; pues al cerrar El Comercio no unieron la plantilla de ambas unidades para que el trabajo fuera más ágil y no se formaran aglomeraciones de personas.
En septiembre de 2017, el huracán Irma se ensañó con Jarahueca y afectó totalmente a El Crucero. La venta se trasladó a un local de productos del agro. En reunión con los pobladores, el director provincial de Comercio informó que El Crucero se demolería y se haría nuevo con la misma estructura que tenía, para mantener el patrimonio constructivo. Demolieron la unidad, y cuatro años después se terminó de construir: No se hizo como había dicho el director provincial de Comercio en aquella lejana reunión.
«La unidad, dice Melchor, parece cualquier cosa menos una tienda: Se le hizo el techo muy bajo y no se le pusieron persianas, por lo que no posee iluminación. En verano las empleadas y los clientes sufren gran calor. Cuando llueve se moja por todas partes. Es patrimonio de la chapucería, parece más bien un barracón de esclavos en la colonia.
«Con respecto a El Comercio, Comercio y los gobiernos Municipal y Provincial no se han proyectado en darle solución. La respuesta de la Empresa sigue siendo que no hay presupuesto para acometer dicha reparación.
«Y del número de trabajadores en El Crucero, responden que es una unidad, por lo que no tienen que aumentar la plantilla. Y la administradora tiene que llevar la contabilidad de las dos unidades por separado, se le hace muy engorroso realizar el trabajo tanto a ella como a las dependientas. Si no se puede poner la plantilla de El Comercio. ¿Por qué no se unen las dos unidades y se aumentan, al menos, dos plantillas?
«Esto que cuento, lo conocen todas las instancias desde el municipio hasta la provincia, además de Comercio. Y no se da respuesta alguna a la población», concluye.
Mayelín Simón (Real no. 25, entre Tropical y Polar, Puentes Grandes, Plaza de la Revolución, La Habana) está muy preocupada porque allí un buen día un grupo de trabajadores comenzó a desbrozar y talar árboles y cultivos en parcelas que la propia Agricultura había arrendado a vecinos como su esposo, José Antonio Camejo Fleites, y Pedro Rodríguez Mena.
El pasado 12 de enero ella recurrió al Ministerio de la Agricultura, la Asamblea Municipal del Poder Popular de Plaza y el Consejo de Defensa de Puentes Grandes, y para colmo en ninguna de esas instancias conocían acerca de lo que está sucediendo.
Nadie sabe nada, y siguen ocupando terreno. Según lo que han podido averiguar con los propios desbrozadores, le han arrendado esas tierras al Parque Metropolitano para hacer una planta de reciclaje. Y otros dicen que para sembrar flores. Los trabajadores solo enseñan un plano del proyecto.
Quienes trabajan esas tierras están conscientes de que son propiedad del Estado, y la Agricultura de Plaza se las otorgó en un momento determinado como usufructo. Pero decisiones como esa no deben adoptarse así, de ramplán, sin ninguna explicación. Por elemental respeto, se debió reunir a los arrendatarios previamente, explicarles o buscarles una variante. El estilo no puede ser el desalojo.