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Hasta para jubilarse

Mirtha Olivera (Calle 4ta. No. 107, apto. 9, entre B y Camino de la Virgen, Reparto Modelo, Regla, La Habana) no concibe que hasta en los trámites de la jubilación, cuando se supone que un trabajador se acoja al merecido descanso y la tranquilidad, tenga que seguir sufriendo la ineficiencia y el burocratismo.

Precisa la remitente que al arribar a los 65 años, su esposo presentó la solicitud de jubilación. Con todos los requisitos documentales, se presentó en la filial del Instituto Nacional de Seguridad Social (INASS) en Centro Habana, y todo fluyó como debía ser. El 28 de mayo pasado le entregaron el expediente ya concluido y un documento para el Banco Metropolitano.

Ese mismo día, el solicitante se presentó con los papeles requeridos en la sucursal del Banco Metropolitano que se encuentra en la calle Martí, en Regla. Allí, para su asombro, no aparecía su tarjeta. Según un ejecutivo que le atendió, había errores en uno de sus apellidos.

El funcionario le dijo que no tendría problemas, pues con un recibo él podría cobrar su pensión esa vez, y ya el próximo mes su tarjeta estaría lista. Si no, con el propio documento entregado podría cobrar junio.

Comenzado junio y de acuerdo con lo indicado, el esposo de Mirtha fue al citado banco. La tarjeta ya estaba. «Qué bien, qué rapidez en solucionar el error», pensó el hombre. Pero no, soñaba. La tarjeta no estaba cargada. Según el banco, era responsabilidad del INASS en el municipio de Regla. Debía el hombre ir hasta allí, a ver qué sucedía.

¡Qué paciencia hasta para jubilarse! Fue hasta el INASS en Regla. La jefa principal no estaba. Lo atendió otro directivo, quien manifestó que ellos no tenían ninguna responsabilidad, y que eso era problema del banco. Y le sugirió que regresara para nuevamente reclamarle a este, porque el dinero se presentaba después del día 20, y a lo mejor el suyo entraba para esa fecha.

Al final, el esposo de Mirtha no pudo cobrar la primera pensión de su jubilación ni con tarjeta, ni con comprobante.

«No puedo creer que exista tanta indolencia y que los errores jueguen con la vida y el bienestar de las personas. Adónde vamos a parar. Ya ni sé qué palabras utilizar para calificar este hecho», concluye Mirtha.

Elogio del bibliotecario

El pasado 29 de mayo reseñé aquí la felicitación y el reconocimiento de un lector acerca de la profesionalidad y delicadeza del personal que atiende la biblioteca del Centro Hispanoamericano de la Cultura, en La Habana. No vislumbré entonces que aquella sencilla nota iba a desatar emociones en alguien muy especial.

Pues hoy, precisamente Día del Bibliotecario Cubano, comparto las cálidas palabras que me ha enviado Carmen Zita Quirantes Hernández, una mujer que se declara «bibliotecaria de corazón», y tiene mucho crédito para hablar al respecto, porque laboró 38 años en la Biblioteca Nacional José Martí, y ya lleva cinco en la de la Facultad de Artes y Letras de la Univesidad de La Habana.

«Me siento muy feliz y emocionada de que existan personas que recuerden y agradezcan los servicios de nuestra profesión», confiesa Carmen Zita.

Claro que siempre habrá agradecidos, como la profesora universitaria Carmen Martínez Pérez, residente en Pobre No. 751, entre San José y Francisquito, en la ciudad de Camagüey, quien desea reconocer el trabajo tan profesional del colectivo de trabajadores del Centro de Documentación e Información Pedagógica de esa ciudad.

Carmen lleva años disfrutando de los servicios de esa institución, y exalta el esmero y la devoción con que realizan los trabajos de consulta y referencia, así como de búsqueda y gestión de la información, las especialistas Cary, Nadi, Elsita y Yaima.

En este Día del Bibliotecario Cubano, será poco lo que se elogie de seres que nos guían e iluminan fervorosamente, desde que aprendemos a leer, en esos templos del saber y la virtud que son las bibliotecas. Allá los ignorantes e insensibles que desdeñan los libros y las lecturas, esos que no detectan los dones del espíritu y solo valoran a quienes pueden acarrearles alguna ventaja material. Ellos nunca necesitarán a un bibliotecario, ni le agradecerán nada. Ellos se lo están perdiendo.

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