Acuse de recibo
El 26 de enero pasado, un funcionario de Vivienda se presentó en el edificio 217, en Leyte Vidal, Mayarí, Holguín, para que los vecinos firmaran un documento con vistas a declarar al inmueble «De Referencia Nacional». Y los vecinos se negaron, por las razones que cuenta una de ellos, Bárbara Ester Martínez Reyes.
Todo comenzó en 2009: una comisión, formada por el Presidente del Consejo Popular, tres representantes de la Dirección Municipal de la Vivienda (DMV) y dos de la Unidad Municipal Inversionista de la Vivienda (UMIV), se presentó a informar que ese edificio fue escogido para una «reparación capital», con vistas a declararlo «De Referencia Nacional». Hicieron un levantamiento de los problemas.
En febrero de 2010, comenzó la «reparación capital» por Mantenimiento Constructivo: se repasó la cubierta de la placa del inmueble y no cambiaron los tanques del agua, que tienen filtraciones, porque no había. Cambio de puertas y ventanas: la puerta principal de su apartamento nunca apareció, ni la ventana chica del baño. Le entregaron un fregadero a cada familia con los herrajes, pero no tenían plomeros ni albañiles para instalarlos, ni cemento blanco. Pintaron los apartamentos por dentro, y al techo le dieron carburo blanco, porque no tenían vinil. Hasta ahí fue la «reparación capital».
Tres días antes del acto provincial por el 26 de julio, que se celebraba en Mayarí, fueron a pintar solo la fachada del edificio. No concluyeron en fecha. Y después retornaron. Terminaron la pintura, una sola mano. Los vecinos protestaron, pero aun así, se fueron.
En la parte trasera del edificio ni siquiera pusieron cemento alrededor de las ventanas. Y cuando llueve, el agua se filtra. Los juegos de baño no llegaron. No tenían azulejos ni losas para los baños ni para las cocinas, aunque los mismos estaban en el contrato. Por las filtraciones, los techos y paredes están manchados. Y la humedad provoca «pases» de electricidad en las ventanas de aluminio y los grifos de agua.
Los vecinos fueron a la DMV, a la UMIV y al Gobierno municipal. Los técnicos quedaron en mandar urgentemente un electricista y cables. Pero no llegaron. Insistieron y entonces una comisión «se desayunó» con que no se habían cambiado los juegos de baño, ni reparado las mesetas de las cocinas, las puertas interiores y la puerta principal. Comprobaron que no se había pintado el paso de escalera…
Volvieron a llenar papeles y a levantar actas, pero todo quedó ahí. Los vecinos tuvieron que resolver el problema eléctrico con sus propios medios.
Los moradores han hecho gestiones a distintos niveles. Su problema es bien conocido, pero no hallan respuestas. Por eso, se negaron a firmar lo que consideran una mentira.
Bárbara Ester pregunta: «¿Qué se hicieron los materiales destinados a la reparación del edificio? ¿Por qué nos han engañado tanto? ¿Por qué quieren que firmemos un documento dando por terminado algo que nunca han hecho?»
Ámbar Agramonte (Reyes No. 390, apto. 15, entre Luz y Pocito, Lawton, La Habana) lo recuerda apenas en una nebulosa, pero no olvida las manos que se tendieron el pasado 16 de febrero, cuando ella y su esposo sufrieron un accidente transitando en moto por el Bosque de La Habana.
En el nerviosismo y el shock no atinó a preguntarles sus nombres a los anónimos socorristas que los auxiliaron. Pero hoy quiere agradecerles a todos:
El primero fue un joven que iba a pie, y corrió hacia ellos cuando cayeron sobre el pavimento. De inmediato apareció una pareja en una moto, y después un oficial que se tomó el trabajo de custodiar la moto de los accidentados y guardarla en una Unidad Especial cercana. Y también aquella mujer, al timón de un auto azul estatal, que los trasladó hasta el Hospital Clínico Quirúrgico de 26. Allí los recibió un camillero, que no los abandonó ni un instante.
«Mi esposo tiene una herida en la rodilla derecha con 18 puntos, y yo una lesión en la mano (debo tener el yeso por un mes). Yo misma, con mil trabajos, le estoy escribiendo. Hubiésemos querido que los agradecimientos llegaran antes. Lo que hicieron por nosotros no tenemos cómo agradecerlo».
Ojalá esos anónimos socorristas puedan reconocerse hoy leyendo esta historia. Pero si no se enteran, no importa: salvaron vidas, hicieron el bien. Qué más se puede pedir…