Acuse de recibo
Tania Rojas (Pío Álvarez 53, entre Clotilde García y Andrés Moreno, Máximo Gómez, Perico, provincia de Matanzas) escribe ensordecida porque ya quemó todas las naves en su territorio, y sus oídos siguen sufriendo.
Relata que la Casa de Cultura de esa localidad «sitúa todos los días en la mañana, bien temprano, unos bafles en la calle y ponen música a todo volumen que, lejos de resultar una agradable opción veraniega, constituye un ruidoso malestar impuesto al vecindario durante el verano».
Y en la comunidad habitan ancianos, niños de brazos a los que les es imposible dormir durante algún momento del día, personas que trabajan en horario nocturno y que posteriormente no pueden descansar, entre otros, que se ven afectados.
«Ya hemos tratado de razonar con las personas que laboran en la Casa de Cultura, señala. Le hemos sugerido que utilicen la plaza, de la cual dispone el pueblo de Máximo Gómez. Que solo pongan la música los fines de semana, o más baja. Pero la respuesta recibida fue: “Estamos en verano, y el verano es fiesta”, lo cual se traduce en que la música continuará bien alta todos los días sin importar cuánto moleste.
«Hicimos extensiva la queja al Gobierno municipal, sin recibir la menor respuesta. Lo mismo ocurrió a nivel provincial, y en consecuencia los vecinos continuamos despertándonos y acostándonos con música, sintiéndonos impotentes sin saber a quién y cómo canalizar esta situación».
De más está decir que las instituciones culturales, que tanta influencia pueden alcanzar en la comunidad, especialmente en el verano, por el enriquecimiento de la vida espiritual de la gente, deben ser las abanderadas precisamente de la transmisión de normas de conducta y patrones éticos.
Si pueden situarse los bafles en el interior de la Casa de Cultura, o en un sitio más alejado, ¿por qué atosigar a diario, de la mañana a la noche, a los vecinos? ¿Por qué siempre pensar que la música debe ponerse a todo volumen? ¿Para qué están las autoridades municipales, si no es para mediar como factor de equilibrio en un conflicto de este tipo? ¿Por qué hacer mutis y dejar solas a las víctimas de esta contaminación sonora, y no ejercer la autoridad con tacto pero con fuerza? ¿Qué derecho tiene alguien a molestar al prójimo?
El verano es alegría, pero también respeto.
Las aguas que ha soportado Luis Felipe Taquechel Cascaret (Calle Loynaz del Castillo, No. 47-A, entre Frías y Guardado, Rpto. San Pedrito, D.J.M. No.1, Santiago de Cuba) comienzan a reblandecer su paciencia.
Según cuenta el santiaguero, a la entrada de su casa a mano izquierda hay un alero de 0,60 metros de ancho por cinco metros de largo que vierte directamente a su domicilio.
«La puerta la he cambiado en varias ocasiones, con su marco. El contador eléctrico, que se cambió hace diez años, ahora parece que tiene 30, porque está sometido a las aguas del alero».
Al parecer, señala el remitente, se deja una llave abierta en el inmueble vecino y, por supuesto, el derrame no se hace esperar.
El asunto data nada más y nada menos que de 11 años atrás, y ha sido comunicado por el doliente a las autoridades de la comunidad, sin que se resuelva nada. ¿Cuánto más debe esperar?
¿Por qué muchas veces las víctimas de conflictos entre vecinos, por arbitrariedades y desentendimientos de una parte, se quedan abandonadas a su suerte? ¿No es más pernicioso, en un país que busca la institucionalización y el respeto a la ley, que las personas tomen la justicia en sus manos?