Acuse de recibo
Erre con erre, cigarro; erre con erre barril; rápido corren los carros por la línea del ferrocarril. Y rápido roban rateros en envíos por ferrocarril. No, no es trabalenguas ni juego infantil, sino algo muy grave y sombrío que relata en su carta Celia Rabelo García, residente en Edificio 5, apartamento 22, Cifuentes, provincia de Villa Clara.
Manifiesta la lectora que el pasado 8 de enero, en la estación de Ferrocarriles de esa localidad, despachó un paquete por el servicio expreso, que contenía 21 kilogramos de frijoles negros para su hermana, quien reside en San Cristóbal, provincia de Pinar del Río.
Y el 1ro. de febrero la destinataria del envío aún no lo había recibido. Al siguiente día, Celia fue a la estación de Cifuentes y allí estaba todavía el paquete de los frijoles. La jefa de estación le explicó que el «viajero» que recoge esos envíos estaba roto. Y acto seguido llamó a Santa Clara para que enviaran el camión. El mismo recogió la carga el 6 de febrero.
«Cuál no sería mi sorpresa, declara Celia. El 19 de febrero me llama mi hermana: ya había recibido el paquete, pero al abrirlo encontró la sorpresa: le habían sustraído los frijoles, y en su lugar habían colocado gran cantidad de piedras, un pomo plástico con agua sucia y dos paquetes de sal...».
Celia hizo la reclamación a Ferrocarriles en Cifuentes y en Santa Clara, y aún el 15 de marzo pasado no había recibido respuesta alguna. ¿Quién responde por esto?, pregunta la afectada. Y este redactor solo atina a esbozar algunos gruesos vocablos, entre la indignación y la ira, impublicables en esta columna.
La segunda misiva la envía Yerandy Hernández Morejón, un joven de 16 años que padece desde que nació de una enfermedad denominada hipertensión portar pre-hepática con várices y soplo en el corazón.
Yerandy, quien reside en calle 4 número 8, entre Independencia y Varona, en la localidad matancera de Calimete, refiere que debido a ese padecimiento, cuando concluyó el sexto grado no pudo hacer la secundaria básica becado en Jagüey Grande. Y estudió la especialidad de Artesanía en la escuela de oficios Roberto Rodríguez, donde también se graduó de noveno grado.
Ya con esta edad, Yerandy puede internarse en una beca, e intentó ingresar en la Escuela de Arte de Matanzas, pues siente gran vocación por la pintura. Aprobó las pruebas correspondientes, pero le negaron el ingreso, aduciendo que su noveno grado «no estaba al nivel del de los graduados de secundaria básica».
Es cuando uno debe preguntar si el noveno grado no es uno solo, o existen varias categorías del mismo. Por lo pronto, Yerandy persiste en su sueño. Estudia en el politécnico Juan M. Díaz, y allí recibe clases de Artes Plásticas, «para ver si algún día ingreso a la Escuela de Arte».
El joven cuestiona con una lógica aplastante: «¿por qué reniegan mi procedencia, si el arte es uno, y se debe cultivar desde todas las aristas?».
¿Qué diría el genial Leonardo Da Vinci, quien nunca separó el arte del duro oficio manual y el esfuerzo físico?