Este 29 de marzo Teófilo Stevenson Lawrence cumpliría 61 años, pero un fallo del corazón pudo lo que no hicieron los mejores pesos completos olímpicos: ponerlo fuera de combate. Porque fue el más grande boxeador amateur de todos los tiempos, por su inmensa calidad humana y por su probada cubanía, puesta de manifiesto en todo momento, estimo oportuno este breve recuento que recoge algunos de los aspectos más sobresalientes en la vida del gran campeón de campeones quien, a raíz de ganar su primera medalla olímpica en Munich 1972, rechazó un millón de dólares porque —afirmó— «no cambio todo el dinero del mundo por el cariño de mi pueblo».
No estuvo cubierto de rosas el camino de Stevenson hacia la gloria. A la derrota sufrida en su estreno como boxeador en su natal Puerto Padre siguieron algunas otras que no convencieron a todos desde el primer momento. Ni siquiera a los entrenadores del equipo nacional, pero uno de ellos, el soviético Andrei Chervonenko, vio futuro en el inmaduro muchacho y se entregó a la tarea de pulir aquella piedra.
Fue la de Teófilo una personalidad sui géneris. Cadencioso al hablar, caprichoso a ratos, bromista por excelencia, gustaba de la compañía de jóvenes y niños, por los que sintió predilección, y tuvo además un elevado concepto de la amistad. Informal en sus citas con periodistas y otros, prefirió el ron sobre la cerveza y, como la gente de su región, fue un ferviente enamorado de las fiestas, el dominó y las mujeres de andar zalamero.
Ni en los combates, y menos aún en las sesiones de entrenamiento, gustó de maltratar a sus oponentes. Si podía ganar sin hacer daño, mejor; aunque a veces el público no lo entendiera. Por esto y por otras razones una comisión de la Unesco lo premió con el Fair Play, distinción que suele otorgarse a los atletas por su comportamiento limpio y no solo por los resultados deportivos.
En 1992, previo a la olimpiada de Barcelona y como promoción al boxeo, tuve el privilegio de viajar a Madrid y Barcelona acompañando a Stevenson, quien iba invitado con vistas a ofrecer una serie de conferencias sobre su deporte. Recuerdo que, ante un gran auditorio, el periodista español Fernando Vadillo, con una amplia experiencia en el pugilismo, destacó cómo en entrevistas a prominentes figuras del boxeo estas habían confesado haber sentido miedo repetidas veces en vísperas de un combate.
Ante el asombro de los presentes, Teófilo admitió que también él se preocupaba antes de cada pelea e insistió en que esto es algo muy natural porque en el ring —reiteró en la Ciudad Condal— ningún contrario puede subestimarse. «Todos suben a tratar de pegarte y si eres el campeón del mundo, cuanto más duro te den, mejor; sabes en qué forma subes al ring pero no cómo bajarás». Y agregaba el campeón: «Por eso nunca me creí superior a ningún rival; éramos dos hombres con el mismo objetivo: ganar. Los entrenadores te ayudan, te preparan un plan táctico de acuerdo con el adversario, pero en la esquina de este hacen lo mismo y no siempre las cosas salen como tú esperas».
Yo, que estuve cerca de Stevenson desde que llegó a La Habana en 1968, considero que su más difícil escollo en los últimos años como atleta activo fue el gimnasio, bien porque se hubiera conformado con las glorias alcanzadas —que fueron muchas— o porque comenzaba a aburrirse luego de tan prolongada vida deportiva.
Confieso que nunca vi tan motivado a Teófilo como lo estuvo cuando la frustrada pelea con el titular mundial profesional Mohamed Alí (Cassius Clay) al igual que cuando, en el Mundial de Belgrado 1978, vio esfumarse la posibilidad de un desquite con Igor Visotski, el tanque soviético que lo venció dos veces, en Santiago y en Minsk. Visotski asistió a Belgrado, pero perdió en su primer combate y Teófilo se quedó con los deseos.
No eran suficientes sus tres títulos olímpicos y mundiales, sus 301 victorias en 321 combates con 72 medallas de oro, seis de plata y dos de bronce, ni que fuera considerado por la AIBA (Asociación Internacional de Boxeo Amateur) entre los diez mejores atletas del siglo XX para que los eternos francotiradores lo hicieran blanco de las más severas críticas, queriendo ignorar que Teo, como cualquier humano, tuvo virtudes y defectos, solo que las primeras pesaron infinitamente más que los desaciertos.