La reafirmación de una identidad, el simple gusto, formar parte de un grupo o de una tendencia son las motivaciones más frecuentes que alegan los jóvenes seguidores de esta moda de usar los pantalones caídos, dejando ver su ropa interior. Autor: Pepe Curtis Publicado: 21/09/2017 | 05:18 pm
Desde que montó en la guagua, Elizabeth se fijó en él. Confiesa que le llamó la atención su pelado, sus ojos y su seriedad. Mientras avanzaba por el pasillo, ella, sentada en uno de los últimos asientos, lo miraba sin discreción. Alto, trigueño, con una mochila —seguro era estudiante como ella, pensó—, vestía una camisa negra de mangas cortas, jeans y unos tenis.
Elizabeth buscaba el pretexto para hablarle: confundirlo con alguien o preguntarle la hora. Pero cuando el muchacho, que ya había avanzado hasta el final del ómnibus, se detuvo y se acomodó en el lado contrario, dándole la espalda, ella no tuvo mejor idea.
—Oye, súbete el pantalón, que parece que se te zafó el cinto —le dijo, al verle su calzoncillo Puma al descubierto.
—No, niña no… Eso está bien así, es como se usa. ¡Qué chea tú eres! —le dijo él.
«¿Chea yo?, comenta Elizabeth, no lo creo. Sé que es esa la forma en la que llevan los pantalones la mayoría de los muchachos hoy, pero creo que más que una moda es una falta de respeto. Yo soy joven también y no entiendo cuán bonito puede ser mostrar el calzoncillo hasta la mitad, con el trasero incluido, sea en el lugar que sea. Me parece más bien una payasada».
No tanto como una payasada, simplemente es una moda que se ha extendido en los últimos tiempos entre los varones, refiere Ana Paula, quien acompañaba a Elizabeth. «Lo que sucede es que muchos ya no solo muestran el elástico o una parte del calzoncillo, sino que llevan el pantalón muy abajo y por eso sus glúteos quedan a la vista. Puede que les resulte cómodo, pero, a veces, parece que tienen cuerpos deformes».
Sin embargo, Carlos Alberto, uno de los muchachos entrevistados que se inscribe en esa tendencia, considera que además de sentirse cómodo, luce bien y está «en lo último».
Un pantalón ancho o ajustado, una camiseta, un pulóver, una camisa, da igual, lo que sí no puede faltar es un calzoncillo modelo boxer —añade—, de esos que semejan pequeños shorts elastizados y que en la faja muestran la marca.
«Cualquiera puede usarlo, no solo los jóvenes, y no importa si se es “emo”, “miky” o “freaky” (las llamadas tribus urbanas, grupos de jóvenes que se identifican, entre otras características, por sus preferencias musicales y estéticas). Es una moda, y para no quedarse atrás hay que formar parte de ella. Enseñar más o menos, eso lo decide cada cual, pero es otra forma de pertenecer a algo, ¿no?», nos dice.
De un tiempo hasta acá pueden verse en los espacios públicos a jóvenes, varones sobre todo, que dejan caer sus pantalones y dejan ver parte de su calzoncillo. ¿Cómo llegó hasta nosotros esa costumbre de mostrar una zona de la vestimenta tan ligada a la intimidad del cuerpo? ¿Qué hace interesante esa moda?
La reafirmación de una identidad, el simple gusto o sentirse aceptado por los demás, es decir, formar parte de un grupo o de una tendencia, como refiere Carlos Alberto, es de las motivaciones más frecuentes que alegan los jóvenes entrevistados, de ambos sexos, en cuanto al uso de esta moda.
Sin embargo, ninguno de ellos manifestó conocer su origen, desde el punto de vista sociocultural, tal como ha sucedido en el caso del uso de determinados atributos, accesorios o indumentarias que conforman la imagen visual de muchos jóvenes.
Es una moda pasajera, ya se subirán los pantalones, me dice un amigo. Aunque no deja de ser cierto que luego, con el tiempo, se olvide, por ahora es una interrogante común por qué algunos asumen esta estética y qué hacer para que, al menos, se respete el reglamento escolar o las normas elementales de educación en determinados lugares.
Desde la cárcel… a ritmo de rap
Desde siempre el tema de la moda nos ha incluido a todos, ya sea como sus partidarios o en calidad de detractores. No es un secreto que, en el caso de los jóvenes, casi siempre se trata de llamar la atención, de romper con las normas sociales y, sobre todo, de ser originales, diferentes.
El fenómeno comercial que imponen las marcas en el mundo muchas veces ha sido un catalizador, en la medida en que resulta garantía de aceptación en un grupo o se le otorga más valor a alguien por el hecho de llevar una pieza de marca reconocida. Tal vez por ello ahora se exhibe también la del calzoncillo.
En el caso de Cuba, añade la licenciada en Historia del Arte Gladys J. Gómez, especialista en cultura del vestir y directora artística de la revista Pionero, lo más frecuente es que los orígenes de una tendencia se pierdan, se desconozcan, porque convertimos en moda lo que nos gusta, venga de donde venga.
«Ha sucedido con los tatuajes, con los piercings, con las expansiones en las orejas, con determinados atuendos y peinados y con algunos atributos que, dotados de una significación a nivel mundial, nos llegan y, aun así o sin saberlo, los usamos.
«Tal es el caso de los pantalones caídos que propician la visualización de la ropa interior, muy común entre los varones, aunque algunas mujeres se inscriben en ella, sobre todo si gustan de usar ropa interior masculina. Sucede entonces que tampoco podemos establecer, categóricamente, todas las características que definen a los integrantes de las diferentes tribus urbanas que conocemos, porque aunque hay elementos distintivos por excelencia, lo cierto es que la moda tiene criterios universales y, en no pocas ocasiones, nos incluye a todos», explica.
No es de asombrar, detalla Gladys Gómez, que ni unos ni otros, jóvenes y no tan jóvenes, formen parte de esta oleada sin saber cuál es la raíz estética, que se remonta a las cárceles de Estados Unidos.
«Aunque existen distintas versiones, las más conocidas son las que se refieren a la obligación de los reos de caminar así, con los pantalones caídos, pues se los entregaban sin cintos para evitar agresiones, y aquella otra que argumenta que llevarlos bien abajo, mostrando el calzoncillo, era la señal para dar a entender, sin que los guardias lo supieran, que se estaba disponible para el acto sexual.
«Luego esa moda, si podemos llamarla así, de los saggy o baggy pants (pantalones caídos) se extendió por la comunidad afroamericana, específicamente en cultores del hip hop, y dentro de este, del rap», acota la especialista.
Este género musical cobra auge en los años 90 en Estados Unidos —precisa—, como expresión contestataria contra la discriminación racial y como instrumento de denuncia de la situación económico-social del entorno marginal y segregado en el que vivían. Era la mejor manera de decir, con un ritmo de golpe seco y directo, lo que pensaban al respecto.
«Los iniciadores del género, en su mayoría provenientes de barrios marginales, comenzaron a usar esa indumentaria ancha, extratalla, por una cuestión de necesidad económica, pues era la que más tenían a su alcance. Con el tiempo este código visual, compartido a nivel mundial, incluyendo a nuestro país, se ha consolidado como el sello distintivo de los representantes y seguidores de este tipo de música, junto al uso de accesorios exagerados, pantalones a la altura de las caderas y con sus tiros hasta las rodillas, ropas superpuestas y otros elementos que conforman esa moda urbana o callejera, como se le conoce».
En nuestro país, insiste Gladys, aunque el discurso hip-hopero no ha sido el mismo, debido a las diferentes circunstancias, el vestuario trascendió como identitario y, como en este caso, perduró y se ha individualizado.
«El cubano elige usar lo que le gusta y construye su imagen a partir de las influencias de los medios de comunicación, de lo que se comercializa en las tiendas y de lo que percibe en foráneos, guiándose más por la atracción estética y no por la conceptual. Con frecuencia, interpretamos y asumimos las modas según nuestras necesidades y el contexto en el que nos desenvolvemos y, lamentablemente, algunos tienden a exagerarlas.
«En esos casos no hay límites en cuánto de la ropa interior pueden mostrar, ni en hacerlo con el uniforme —el cual obedece a un reglamento institucional formal— o con ropa de salir, y menos en cuanto a las exigencias que imponen determinados lugares. Hay que tener cuidado no comencemos a rozar la indecencia o la falta de sentido común, porque entonces, más que los pantalones podemos llevar “caído” el pudor, en su dosis imprescindible y elemental, que no necesariamente debe regirse por algún decreto o ley», enfatizó la también fundadora del programa Cuba de moda, del canal Cubavisión Internacional.
La moda no es algo superficial, insiste, y así debemos asumirla. Tampoco se trata de levantar cruzadas en su contra, pero sí de adecuarla a determinados contextos y no pecar por el desconocimiento o la exageración.
Moda baja, multas altas
En un país supuestamente tan liberal como Estados Unidos se han dictado leyes y sanciones pecuniarias en función de eliminar esta moda, al menos en los centros educativos y en las calles.
—Casi 4 000 dólares en multas en menos de un año se han recaudado en Albany, capital del estado de Nueva York, luego de la ordenanza que prohíbe dejar caer pantalones o faldas a más de siete centímetros por debajo de la cintura en lugares públicos, a expensas de abonar 25 dólares en una primera multa por lo que califican como «exhibicionismo indecente» y hasta 200 por reincidencia.
—En Delcambre, Lousiana, los saggy-pants son ilegales, por lo que quienes se atrevan a llevarlos pueden ser condenados a pagar una multa de hasta 500 dólares o enfrentar seis meses de prisión.
—En la ciudad de Mansfield, Texas, ante una ley similar, la pena es más leve: hasta 150 dólares de multa o 15 días de cárcel.
—En el estado de la Florida la prohibición se circunscribe, por ahora, al ámbito escolar, en el que se determinan diez días de suspensión al estudiante. Decisiones similares existen en las ciudades de Dallas, Texas, y Atlanta, Georgia.