Lecturas
Fue Sebastián de Ocampo, en su bojeo de la Isla, el primer europeo que visitó, en 1508, lo que andando el tiempo sería Varadero, famosa primero por sus salinas y luego por sus canteras antes de convertirse en uno de los polos fundamentales del turismo cubano. No es hasta 1840 cuando comienza el movimiento de temporadistas en esa playa, aunque no por ello la sal queda desplazada de la actividad económica de la zona. En 1883 nace la industria turística en la península de Hicacos. Es en ese año cuando Mamerto Villar establece un servicio de fonda y posada, y Armando Torres Armengol construye el quiosco Torres, para el expendio de refrescos y pescado frito, establecimiento que progresa con el tiempo y que es el embrión de los grandes hoteles que surgirían allí ya en la República. Se dice que el balneario de Varadero se funda oficialmente el 5 de diciembre de 1887.
Los primeros hoteles o albergues para forasteros —de alguna manera hay que llamarlos— surgen en Cuba durante los primeros tiempos de la colonización española. Los cabildos entregaban a los vecinos cierta cantidad de tierra para que la cultivaran o la dedicaran a la cría de ganado mayor o menor. El beneficiado quedaba obligado a iniciar la crianza entre los seis y los 12 meses después de haber recibido la encomienda y debía suministrar a la villa, para el consumo público, el número de reses que el cabildo le asignara y hacerlo al precio fijado por los regidores. Además en el centro de su propiedad y próximo a la casa que utilizaría como vivienda se le obligaba a construir un local, que debía surtir de agua y de leña, para el alojamiento gratuito del viajero. A eso se le denominaba la casa del pasajero.
Durante las primeras décadas del siglo XX entre los bares habaneros descollaba ya Floridita, pero Sloppy Joe’s era el de mayores ventas. Los seguía el Plaza Bar, en el hotel de ese nombre. Los cubanos preferían el bar del Hotel Inglaterra y el del restaurante El Patio, en Prado esquina a Genios, y los norteamericanos se inclinaban por los de los hoteles Ambos Mundos y Almendares. Aunque dedicamos esta página al tema de los establecimientos hoteleros, no resisto la tentación de contar lo que me contaron hace poco acerca del Sloppy Joe’s, ahora en proceso de restauración por la Oficina del Historiador.
El fundador de ese histórico bar habanero fue José Abeal, un gallego que llegó a Cuba en el año 1904 para comenzar como camarero en un restaurante de Galiano esquina a Zanja. A los tres años dejó ese empleo para correr mejor suerte en Nueva Orleans. Allí trabajó por seis años hasta que se trasladó a Miami para ganarse la vida como cantinero y regresó a la capital cubana en 1918. Gracias a su vasta experiencia en el giro, no demoró en conseguir empleo. Lo contrataron como dependiente en un café llamado El Cucharón Grasiento, donde ahorró dinero suficiente para comprar un viejo bodegón en la calle Ánimas, a una cuadra del Parque Central y a pocos pasos del Hotel Plaza.
En una ocasión —y con eso le vino la suerte— unos turistas que conocían a Abeal de cuando vivía en Miami, lo visitaron en su bodegón, un tanto destartalado y bastante sucio, y le sugirieron que convirtiera el lugar en un bar para viajeros norteamericanos, puesto que Abeal hablaba correctamente el inglés. La idea no cayó en saco roto y el modesto comerciante pasó de bodeguero a bartender. Cambió su nombre por el de Joe, y le agregó la palabra sloppy, que quiere decir descuidado o sucio. Inició así su nuevo negocio. Con los años llegaría a convertirse en uno de los más famosos bares de Cuba, muy frecuentado por cuanto turista norteamericano pusiera sus pies en la capital cubana.
La mítica barra de caoba negra del Sloppy Joe’s —la más larga de toda Cuba, sin discusión— desapareció misteriosamente a fines de los años 60, cuando en tiempos de nuestra ley seca cerraron el bar. Se dice que la cortaron en tres y que una de esas partes se recuperó de milagro. A partir del pedazo encontrado, los maestros carpinteros de la Oficina del Historiador de La Habana reproducirán la barra larga del Sloppy.
Hasta aquí la información que me regala mi amigo. Añado por mi parte otro pedazo a la historia. En 1937, el propietario de ese afamado bar, que era entonces José Cancela —y no ya Abeal o quizá fueran la misma persona— fue hallado muerto a bordo del buque alemán Orinoco. ¿Muerte natural o asesinato? El asunto nunca quedó del todo claro pese a la amplia investigación policial que motivó.
Todavía hay mucho trabajo que hacer antes de que el Sloppy Joe’s abra de nuevo sus puertas. El gallego José Abeal no estará allí para verlo, pero seguramente su espíritu invisible, como un duende que retorna del pasado, flotará en el ambiente. Allí estará este escribidor si lo invitan y la convidada es gratis.
Hoteles van y hoteles vienen, pero sin desdorar, como dirían los mayores, el Casa Granda sigue siendo el hotel emblemático de la ciudad de Santiago de Cuba.
En el espacio que ocupa, frente al céntrico Parque Céspedes, construyó su residencia, en el siglo XIX, Manuel de Granda. Cuando la familia de ese opulento santiaguero dejó de utilizar el inmueble, la casa de Granda, como le llamaban en la ciudad, pasó a ser casa de huéspedes hasta que en 1909 la adquirió la compañía de los ferrocarriles. La destinaron a casa de tránsito. La utilizaban funcionarios y empleados de la empresa cuando se veían obligados a permanecer en la ciudad. De manera que la casa de Granda fue una suerte de antecedente de nuestras actuales casas de visita.
No sería hasta 1913 cuando los ferrocarriles decidieron construir el hotel. Confiaron el proyecto al destacado arquitecto santiaguero Carlos Segrera, y la firma Amigo y Hermano asumió la ejecución de la obra. Y aquí viene lo interesante. Dice Juan de las Cuevas en su libro 500 años de construcciones en Cuba, que ojalá pudiera estar algún día al alcance de todos los interesados, que la obra, incluyendo la demolición de la antigua casa de vivienda, comenzó el 1ro. de junio de ese año y concluyó justo seis meses después, con una calidad tal que el terremoto del 3 de febrero de 1932, que causó serios daños en Santiago, apenas hizo mella en su estructura.
Contó el hotel con tres plantas destinadas a habitaciones —50 dobles y 18 sencillas, por piso— y una planta principal donde se ubicaron el vestíbulo, el patio interior, las oficinas, diversos salones, el restaurante y la cantina. En la azotea hubo habitaciones para la empleomanía hasta que se puso de moda el roof garden. Dispuso el Casa Granda de ascensor desde el primer momento.
Los primeros inodoros se instalaron en Cuba en 1887, en el edificio que ocupaba entonces el Muy Ilustre Centro Asturiano de La Habana, como se le llamaba en la época y después. Eran de fabricación inglesa y no tenían nada que ver con los de ahora. Se confeccionaban de hierro fundido, tenían forma de embudo y el agua se depositaba en una caja de madera forrada de zinc. Esa caja estaba situada en lo alto, bien separada de la taza, pero conectada con esta gracias a un tubo y se descargaba al tirarse de una cadenilla. Se dice que la directiva de los asturianos invitó al Capitán General a conocer tan prodigioso invento y que el hombre, estupefacto, solo alcanzó a murmurar: «Magnífico, pero se extraña el olorcito».
Fue también en esa época, más o menos, en que comenzaron a azulejarse las cocinas y los cuartos de baños cubanos. Antes empezó a utilizarse el ascensor. El primer establecimiento hotelero dotado en la Isla de un elevador hidráulico fue el Hotel Pasaje. Un edificio de dos plantas construido hacia 1876 en La Habana por la familia Zequeira y Zequeira.
Ya no existe ese hotel. Se derrumbó a comienzos de los años 80. Yo, que alcancé a verlo funcionar como hotel, lo vi degenerar a cuartería, como a otros hoteles de la zona, y por esas cosas de la vida me tocó también verlo caer. En el espacio que ocupó se construyó la sala polivalente Kid Chocolate. Su frente daba al Paseo del Prado; el fondo salía a la calle Zulueta, y a lo largo del hotel, entre las vías mencionadas y con salida a ambas calles, corría una galería o pasaje, de ahí el nombre de la instalación, cubierta con una estructura de hierro y vidrio y que daba cabida a no pocos establecimientos de comercio y servicio, entre estos la editorial Flérida Galante, de libros pornográficos. Lucía esa galería en sus dos umbrales sendas arcadas monumentales. De ahí que se hablara de los arcos del Hotel Pasaje.
Esa galería cubierta del Pasaje, dice el ensayista Carlos Venegas, «se convirtió, a pocos metros del Parque Central y contigua al teatro Payret, en uno de los sitios más representativos de la ciudad». Precisa el mencionado ensayista que el resto de los hoteles del reparto llamado de Las Murallas no se concibió con sentido tan innovador. Añade Venegas: «En general, la estructura de la vivienda tradicional, con sus patios centrales e hileras de habitaciones, era capaz… de adaptarse a hotel».
Así sucedió con los edificios que albergaron a dos de los más relevantes hoteles del reparto: Saratoga y Quinta Avenida.
¿Un hotel con ese nombre en los límites de Centro Habana y La Habana Vieja? Existió, no lo dude. Estaba en Dragones esquina a Zulueta. El edificio muy dañado, pero quizá recuperable, se conserva todavía. Otro hotel se edificó en Teniente Rey entre Zulueta y Monserrate. Se llamó, primero, América, luego Roma y más tarde Gran Hotel, el nombre con que lo conocí en los años 60. Recuerdo de entonces los sólidos sillones de su portal y el cartel lumínico que anunciaba que la instalación disponía de cien habitaciones con baño. Allí, por cierto, a mediados ya de los años 70, en un local de la planta baja del edificio, se instaló la redacción del semanario humorístico DDT. Del edificio del hotel Saratoga, en Prado y Dragones, se conserva solo la fachada. El resto se construyó de nuevo. La edificación original, de 1879, tenía tres pisos. Uno destinado a tiendas y almacenes; otro daba cabida a cuatro casas de vivienda o apartamentos para alquilar, y el otro acogía a un hotel o casa de huéspedes con 43 habitaciones y un comedor. Todo eso se unificó y en ese inmueble se instaló, en 1933, el Hotel Saratoga, que ocupó hasta ese momento el edificio que después fue el Hotel Isla de Cuba, construido en 1888, en la Calzada de Monte, frente al Campo de Marte, después Plaza de la Fraternidad. En ese año, Antonio Guiteras, entonces ministro de Gobernación en el gabinete del presidente Grau, se escapaba de sus oficinas y a pie se iba al Saratoga a beber una taza de café con leche.