Acuse de recibo
Alina Margarita Fernández López (Porvenir 1470, entre María Auxiliadora y San Gregorio, Víbora Park, Arroyo Naranjo, La Habana) no sabe si la fregadora de autos abierta hace dos años frente a su casa incluye el servicio de discoteca a todo volumen, y se pregunta quién autorizó a su dueño para castigar el oído ajeno.
La remitente, profesora jubilada de la Universidad Pedagógica Enrique José Varona y residente en esa vivienda desde hace 25 años, cuenta que en reiteradas ocasiones ha notificado al responsable de la hiperdecibelia por el excesivo volumen de la música en ese establecimiento. Y él nunca ha entendido que ella y otros vecinos tienen derecho a la tranquilidad.
Precisa Alina que ya ha acudido a dos delegados del Poder Popular en diferentes mandatos reclamando sus derechos. Ellos han conversado con el dueño de la fregadora, quien de primer momento rectifica en consonancia. Pero, pasado un tiempo, vuelve a los mismos excesos.
Imaginen el daño, si se tiene en cuenta que la fregadora labora los siete días de la semana de ocho de la mañana a ocho de la noche. Y a medida que avanza el día aumentan los decibeles. Pero el del negocio no entiende el respeto al derecho ajeno.
Evelio González Guilaeff (Bellavista 758, entre Vía Blanca y Santa Lutgarda, Cerro, La Habana) me escribió el 21 de agosto pasado para denunciar que desde el 11 de julio se reportó un gran salidero de agua potable en el centro de esa calle, y hasta entonces Aguas de La Habana no lo había reparado.
«Hay que ver, refiere, los días que toca el agua a esa zona, los cientos de litros, por no decir miles, que se desperdician por culpa de ese salidero, en 12 horas de suministro; y lo que afecta a los vecinos, por la falta de presión con que llega el líquido a nuestros hogares».
Otra muestra de indolencia es, según Evelio, «cómo circula el agua por la calle Recreo hasta Vía Blanca, producto del excedente en el llenado de las pipas, por no cerrar a tiempo la llave de paso. Al parecer, no hay nadie de dicha empresa que se dedique a chequear eso».
Elena Virginia Salabarría Valdés (Calle F, entre 1ra. y 2da., carretera de Caonao, Cienfuegos) me confiesa que lloró cuando recientemente pasó frente al Campamento de Pioneros Ismaelillo, de esa provincia, y lo vio prácticamente abandonado.
«Yo supe de la majestuosidad de ese lugar», refiere. Añade que sus hijas y sobrinos estuvieron en él. «Los niños disfrutaban su playa, sus espaciosas instalaciones. Hoy, al verlo, siento que es una comunidad fantasma. Nuestro pueblo debe saber qué planes hay al respecto», manifiesta Elena Virginia.
El pasado 13 de agosto a las cuatro de la tarde, Viviana Sáez Font (Jesús María 269, apto. 17, Habana Vieja, La Habana) tomó el ómnibus articulado 439 de la Ruta P-5, en la Avenida del Puerto, con dirección al Vedado.
Y horas después, se percató de que le faltaba el monedero de mano que llevaba, el cual contenía tarjetas magnéticas, carné de identidad, tarjeta de la clínica estomatológica y una cadena recuerdo de su madre, entre otras cosas.
El azar quiso que, de regreso, tomara el mismo ómnibus. Y al final del recorrido, en la Terminal de Ferrocarriles, le preguntó al chofer, llamado Freddy, si alguien le había entregado un monedero. Y, efectivamente, una señora se lo había entregado al chofer, con su contenido íntegro.
«Quiero hacer público mi agradecimiento, expresa, al chofer Freddy y a la anónima pasajera que me ahorró todo el trámite de haber perdido el monedero, y sobre todo la pérdida del recuerdo de mi difunta madre.
«Lo agradezco encarecidamente, convencida de que en nuestro país, aún contamos con personas que honran los principios de humanidad y solidaridad», concluye Viviana.