Es común ver a las personas que dicen: «No me gustan las despedidas». Pero la...
Junto al artículo aparece una simpatiquísima caricatura, en la que uno de estos vendedores ambulantes exhibe, mientra...
Cuento todo esto porque acabo de tener la misma sensación de ser menor de edad a efectos jurídicos. Durante toda una semana he intentad...
Este quisiera ser un texto en blanco. Un pedazo de página innecesaria porque ya sus contenidos hubieran pasado de moda. Un sitio, en fin, para otras letras más sublimes. Pero la realidad cae como un mazazo y obliga a reiterar. (¿O será que a los periodistas nos gusta decir lo mismo?).
¿Por qué Gregorio Samsa, tan celoso de sus apremiantes deberes laborales, no había ido a trabajar aquella mañana en que sus padres tocaban insistentemente la puerta de su habitación? Pues, según nos narra Kafka, porque no podía: se había convertido en un inmenso cucarachón y yacía con su vientre escamoso bocarriba, mientras sus patas se agitaban involuntariamente.
Una cumbre histórica merecía un discurso histórico. Y Raúl lo hizo. Fue el día en que América Latina le abrió los brazos a Cuba para que entrara con su dignidad, rotunda e intocada, en el concierto de las naciones del área, pero no en el antiguo, desprestigiado y obsoleto del que un día se desprendió bajo los impulsos de su libertad solitaria, sino en el de las repúblicas que hoy hacen presidentes mulatos, indios, mujeres, orgullosos de su origen y de su parentesco con la Isla solidaria.
Hace unos días, la tarde en que iba a escribir sobre Beatriz, la idea se mezcló con otras y empezó a crecer como un árbol, de tal manera, que hice igual a un pintor cuando se aleja de una pared para ver por cuál punta emprenderá su faena.
«JE ne regrette rien» (No lamento nada), solía entonar con su excepcional voz la diva de la canción francesa, Edith Piaff. Y con un timbre menos agraciado, pero igual de convencido, lo dijo el presidente galo, Nicolás Sarkozy, al término de la Cumbre de la Unión Europea el pasado fin de semana.
¿Por qué se felicita Sarko al concluir su labor en la presidencia semestral del bloque comunitario? Pues, como decíamos en ot...
Las malas acciones de ayer hallan su explicación o su justificación, al menos en la esfera de los individuos, alegando que si actué así o «asao» fue porque las circunstancias me obligaron. Y a veces es cierto. ¿Por qué dudar de tan razonable excusa? Pero si recurriéramos sistemáticamente a tal escudo para protegernos del juicio de la posteridad, nos suscribiríamos a una especie de determinismo y la responsabilidad individual se disolvería. Quién responde, preguntaríamos. Nadie, diría el eco.