Cuando en misión reporteril visité y recorrí en parte el distante y vasto Afganistán en guerra, hace cerca de dos décadas, el entonces embajador cubano allí, Manuel Penado, me ilustró sobre las complejidades del país asiático, con una observación sorprendente y al mismo tiempo reveladora. Todavía superviven en intrincadas áreas montañosas grupos que pelean contra el rey, me dijo, casi diez años después de que la monarquía había sido derribada.
Parapetado en la base del monumento a José Martí, el periodista desfila una y otra vez con sus propios ojos. Esa mirada, terca en cazar detalles, descubre en la muchedumbre —que luego alguien resume en una aburrida cifra— la manera muy personal con que cada quien asume su Primero de Mayo.
Quien desee admirar «El rapto de las sabinas» (1799), aquel famoso lienzo de Jacques-Luis David, en el que su pincel trazó las figuras de romanos y sabinos enredados a lanzazos, disputándose las mujeres de los segundos, tiene dos opciones: consultar un buen libro de artes plásticas, o visitar el Museo del Louvre, donde reposa el original (la primera opción es más factible, por cierto).
Poco menos de ocho años restan para que en el verano de 2016 una urbe de este planeta acoja la edición número 31 de los Juegos Olímpicos modernos. Sin embargo, desde ahora, dos de las cuatro ciudades que luchan por obtener este privilegio enfrentan no pocos quebraderos de cabeza en la carrera por la sede.
Genial idea la que han tenido en la televisión nacional de incorporar, intercalada entre varios espacios cotidianos, esta suerte de menciones o spots, identificados todos bajo el rótulo de ¡Cuba, qué linda es Cuba!
Fuma como quien desea que en cada bocanada se le salga toda la ansiedad contenida. Entre un cigarro y otro, desde las seis de la tarde y hasta bordeando las ocho, toca puertas conocidas acarreando las sobras alimenticias que la gente le reserva para que críe sus cerdos.
El entendimiento y la empatía no han de encasillarse en unos pocos espacios o momentos de la vida; su acción sanadora abarca los más disímiles senderos de la convivencia y las relaciones humanas.
Ni tan corto que no alcance, ni tan largo que se pase. En ese singular hilo acrobático se balancean las «suspicacias» cubanas en relación con los vaivenes de la política norteamericana.
«Lo que no hay es vergüenza». Esa suele ser la frase con la que muchas personas replican airadamente ante los «no hay», tan constantes y dañinos en nuestra cotidianidad.