Un ladrón sale corriendo de la tienda con una bolsa repleta de dinero. Todavía suena la alarma cuando el caco choca bruscamente con un par de policías, quienes lo inmovilizan. Entonces un dulce rayo de honestidad surca el cielo y se posa sobre el infractor: «¡Oh!, discúlpenme. Sé que he obrado mal, por lo que me arrepiento de todo corazón. Devolveré el dinero y me iré a casa a tomar sopa».
Los japoneses llevan varios meses asistiendo al descalabro de las exportaciones, de la producción y de la demanda interna. El «imperio del sol» también está en aprietos.
Lo inédito de este play off de la Serie Nacional de Béisbol, al margen de todo lo que pueda ocurrir en adelante, resultó el precedente de acudir a la cámara lenta de la televisión para dar marcha atrás a decisiones de los árbitros.
Vengo a decirlo con cierto sonrojo: soy uno de los que se inquietan hoy por la intoxicación que ha sufrido una porción de nuestra lengua. Estoy en la lista de preocupados por el uso y el abuso de términos fáciles o inventados que, al final, acuchillan y desangran el discurso diario.
Siento necesidad de volver sobre lo que ha meditado el compañero Armando Hart Dávalos en su artículo «La vigencia de José Martí», publicado en nuestras páginas este 19 de mayo, y que a mi modo de ver es una propuesta que brilla por su poder de síntesis, por la precisión con que están elegidas las palabras, y por la utilidad que entraña para quienes insistimos en pensar y hacernos múltiples interrogantes sobre cómo mejorar la realidad de esta Isla nuestra.
Han pasado muchos años y aún no pueden explicarse cómo su despreciable crimen no pudo matar a aquel hombre. Pretendían desaparecerlo en el infinito de las selvas bolivianas, y sus huellas en la niebla de los tiempos. Pero el «muerto» testarudo no perece, renace... Y sus enterradores no saben cómo eliminarlo, borrarlo, deshacerlo.
Este sábado, en Alemania se vota por un nuevo presidente. No, no es un ejercicio electoral tradicional, en el que los ciudadanos van y votan: quien elige es un grupo mucho más reducido. Ni se trata, tampoco, de un mandatario con poderes extensos, al estilo de Estados Unidos. Pero el signo de esta elección puede pesar en los comicios legislativos de septiembre. Y esos sí que definen.
Desde hace dos semanas los habitantes de Mogadiscio y otras ciudades somalíes no despiertan en paz. El constante fuego entre las fuerzas gubernamentales y la oposición, la muerte, la hambruna y las estampidas de somalíes en busca de un refugio donde esconderse y salvar sus vidas, dibujan hoy con mucha más crudeza el panorama de ese Estado.
La excepción debe convertirse en regla, dijo una vez Fidel. Y uno interpreta que no ha de ser al revés: la regla como excepción, que es como andar de espaldas, como ir en contra de cuanto fuimos, somos y queremos ser. Lo que pasó ayer, ha definido alguien, es historia. Lo que pasa hoy es política, acción y también omisión. Ahora bien, entre ayer y hoy existe un encadenamiento, una continuidad...
A lo largo de varios años he tratado de entender por qué muchos jóvenes, a la hora de divertirse, se con...